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jueves, 1 de abril de 2010

Cap 02 - Despertar

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Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.



El monótono sonido de las olas lamiendo el casco de madera fue repentinamente reemplazado por un fuerte golpe seco al que le siguió el crujir de la madera que se desgarra. La nave se tambaleó y giró con tal violencia que todos sus tripulantes salieron despedidos de sus lugres, yendo a parar al suelo algunos o contra las paredes los otros. La estructura de la embarcación vibró y se quejó lastimeramente al punto de hacer pensar que se partiría a la mitad pero continuó la marcha aunque solo para chocar de nuevo metros más adelante. Este segundo golpe aunque de menor magnitud que el anterior fue fatal. La madera ya resentida por el primer enviste, cedió fácilmente ante las afiladas puntas del peñasco. Puntas que se introdujeron en el vientre de la nave e hicieron que el agua comenzara a entrar a chorros. En cuestión de minutos todo estaría anegado y el barco se iría a pique con su preciada carga.

Firas, el perspicaz, se levantó rápidamente del suelo donde había sido arrojado por el primer sacudón. El golpe lo había recibido estando completamente dormido y por esta razón estaba algo confundido y desorientado. El nuevo golpe sin embargo le aclaró las ideas y rápidamente entendió la situación. Sabía que perder tiempo era un lujo que no podía darse pues la pequeña bodega que le servía de improvisada prisión estaba en llamas. La lámpara de aceite que le dejaran para iluminarse se había estrellado, al igual que todo lo demás contra una de las paredes de madera desparramando combustible por todos lados. Sin entrar en pánico respiró hondo, se puso en cuclillas y comenzó a buscar la manera de salir de allí. La puerta estaba trabada desde afuera y de todas maneras tal vez no fuera buena idea salir al encuentro de sus captores. Por otro lado, muy probablemente estuviesen algo desorganizados y ocupados en tratar de salvar el barco y eso le daría algo de tiempo. No tendría una mejor oportunidad que aquella y no la desperdiciaría, pero la puerta aun seguía estando cerrada por fuera lo que hacía inviable salir por ella.


Miró con cuidado la escena y a través del humo pudo ver que una de las mamparas divisorias se había rajado lo suficiente como para permitirle pasar su cuerpo. No sin mucho esfuerzo y con algunos arañazos logró deslizarse del otro lado. Ahora se encontraba en la bodega donde transportaban los alimentos y el agua dulce por lo que estaba llena de barriles y cajas de madera. No había nadie y la puerta estaba sin atrancar. La abrió con mucho cuidado y salió al pequeño pasillo lleno de humo, al final del mismo estaba la sección de remos donde se encontró con un panorama no era muy alentador. El fuego aun no había llegado pero el agua entraba a borbotones. Vio que los remeros habían sido encadenados a los bancos e intentaban desesperadamente pero sin éxito romper sus cadenas. Comprendió que estaban condenados y no había nada que pudiera hacer para ayudarles. Todo era caos, confusión y gritos.


Cuando se dirigía hacia la boca de salida, una abertura en el techo que daba a cubierta y a la que se llegaba a través de de una pequeña escalera de madera, vio a uno de sus captores bajando a través de la misma y luego salir corriendo hacia las de bodegas. No tenía tiempo que perder. El agua en la zona de los bancos daba ahora a la cintura. Se zambulló y nadó hasta la pared por donde había penetrado la destructora punta del peñasco que ahora con el movimiento del barco se había retirado dejando un hueco de tamaño considerable. Al hacerlo debió pasar por entre los remeros y varias manos intentaron asirlo desesperadamente en un intento inútil por aferrarse a la vida. Conteniendo la respiración nadó a través de la abertura hacia el exterior, hacia el negro océano y tal vez hacia la misma muerte pero al menos no sería en mano de sus enemigos. En la oscuridad de la noche y bajo la superficie no veía lo mas mínimo. Por esta razón no vio el afilado borde que se incrustó en su carne a la altura de las costillas desgarrándolo y produciéndole un dolor insoportable que a causa de la sorpresa fue aun más intolerable. Tanto que le obligó a emitir un grito que fue ahogado por el agua salada y debió nadar hacia la superficie en busca de aire.


Al asomar la cabeza pudo ver lo que aun emergía del barco totalmente en llamas y escuchar los gritos desgarradores que provenían de su interior. Iluminados por el fuego vio que muchos hombres, los más afortunados, se habían arrojado al mar e intentaban orientarse en la negra noche sin estrellas. De pronto las nubes se abrieron lo suficiente como para que la poca luz blanquecina que se filtró a través de ellas iluminara la monstruosa mole que los había mandado al fondo. Una hilera de afiladas puntas de negra roca emergía apacible pero subyugante. El vigía de turno seguramente no había alcanzado a verlas a causa del poco contraste entre la negra piedra y la oscuridad reinante.


Más allá de lo desalentadora que en un principio fue esta visión, una ola de esperanza lo recorrió entero. Detrás del enorme peñasco se podía ver una costa formada por altos acantilados y si lograba llegar hasta ella tal vez podría escapar de aquellos hombres. Tomó aire y comenzó a bracear y pese al dolor punzante en el costado nadó con ritmo constante hacia los acantilados. Parecían lejanos e inalcanzables pero no podía darse por vencido tan fácilmente.

 

***

Abrió los ojos sobresaltado. Todo le daba vueltas e intentó mantener la vista fija en un punto pero el mundo parecía insistir en girar con él como eje central. Sentía la boca pastosa y un frió intenso le recorría el cuerpo. De pronto su corazón se aceleró y una sensación de pánico fue ganando su pecho. No entendía donde estaba, desconocía el lugar y se sintió perdido y abandonado. Solo en un mundo infinitamente inmenso. Así estuvo unos cuantos minutos; desconcertado y atento. Intentando entender lo que ocurría hasta que por fin comprendió que estaba acostado. Trató de incorporarse pero algo parecía retenerlo en aquella posición. Luchó desesperadamente para ponerse de pie pero solo logró agitarse y sentirse más confuso. << ¿Dónde estaba? >> De pronto recordó haber ido corrido por un bosque, sintiéndo que algo lo amenazaba y luego una inmensa oscuridad cerniéndose sobre él. Entonces una idea aterradora surcó su mente; había muerto. Eso explicaba el intenso frío ya que así debía sentirse la muerte sin dudas. Intentó gritar pero de su garganta no salió sonido alguno. Los muertos no gritan. 


***

El fuerte oleaje lo lanzó contra la dura roca del acantilado y pese a que intentó aferrarse a la misma, esta era muy resbaladiza y la fuerza de la marea lo arrastró de nuevo mar adentro para enseguida arrojarlo nuevamente contra las paredes cortadas a pico, rectas e imposibles en un ciclo que parecía interminable. Tanto que comenzó a temer por su vida y en varias ocasiones creyó que no lo lograría, pero al fin la providencia se apiadó de tan lamentable situación y le brindó una superficie segura donde apoyar su cansado y lastimado cuerpo. Una vez ahí fue más sencillo escalar hasta llegar a aferrarse de algunas raíces que colgaban en lo alto del acantilado y le permitieron trepar hacia un suelo más firme. Ya seguro, se dispuso a recuperar el aliento mientras que con la pálida luz de la luna pudo darse cuenta que estaba cercado por un bosque. Intentó encontrar alguna estrella conocida a fin de poder conocer su ubicación pero el cielo estaba totalmente nublado y el dolor que le producía la herida le impedía concentrarse. Una serie de fuertes puntadas le obligaron a expulsar el aire de su pecho. Era como ser atravesado por una lanza una y otra vez. Cerró los ojos y relajó los músculos de la zona lo que aplacó un poco el dolor. Entonces miró hacia el mar y pudo divisar las ultimas llamas de aquel barco que primero había sido su hogar y luego su forzada prisión.

En estas cavilaciones estaba cuando oyó los ladridos que venían en su dirección y calculó que serían sus captores buscándolo en caso de que hubiera sobrevivido. No podía permitir que lo encontraran así que con las pocas fuerzas que aún le quedaban se incorporó y comenzó una lenta pero constante carrera hacia el interior del bosque. Detrás de él los ladridos continuaban a un ritmo constante pero con sonido de intensidad cada vez mayor. Los Canis Pugnacis también conocidos como Mastín Romano que utilizaban sus captores eran perros dignos de cuidado. El mismo ejército romano los utilizaba en la batalla y cuando terminaban su trabajo, no solía quedar mucho del desdichado que se cruzara en el camino de estas bestias. No podía darles un solo segundo de ventaja.


***

El primer despertar había sido un martirio en sí mismo. Dolor, oscuridad, muerte... Esta vez no fue más grato. Le dolía terriblemente todo el cuerpo y no pudo reprimir un alarido desgarrador que llenó el recinto con su sonido.

Con más fuerza que la vez anterior intentó incorporarse en su lecho pero tampoco ahora pudo hacerlo. Solo su cabeza era libre de erguirse pero con esto bastó y pudo ver el fuego eterno que lo envolvía. Gritó de nuevo ahora presa del horror que las llamas le producían y fue entonces que unas garras lo tomaron de la cabeza y le obligaron mantenerse recostado a la fuerza en esa cama de torturas. Eran enormes y fuertes y fue completamente en vano resistirse. Intentó verlo a la cara pero solo pudo percibir sombras y sonidos ininteligibles.
Acababa de conocer a uno de los demonios del inframundo.


***

Correr a través de un bosque de robles en una noche sin prácticamente luz de ningún tipo suele resultar una tarea algo más que penosa. Siempre hay un árbol en frente o a los costados, listo a derribarnos. Para Firas resultaba aun más dificultoso a causa del profundo corte y del dolor que este le infringía pero pese a todo, su instinto de supervivencia parecía encontrar y arrebatar fuerzas de algún lado. Fuerzas que le permitían seguir corriendo pero que cada tanto flaqueaban obligándole a detenerse y apoyarse en el algún tronco a recuperar el aliento para enseguida retomar la marcha. Atrás los ladridos se acercaban y alejaban a intervalos regulares pero en general eran constantes. Esto solo podía significar una cosa. Tenían su rastro y no los perdería a menos que hiciera algo al respecto.

***

Gladius tuvo un golpe de suerte y llegó de una sola pieza a una orilla mucho más amigable y fácil de escalar. Tras él lo hicieron Brocchus el de los dientes sobresalientes y Celsus, apodado así por su altura fuera de lo común. Aparentemente eran los únicos sobrevivientes que habían logrado llegar hasta allí. Si había otros no podían saberlo ya que al ocultarse de nuevo la luna no veían hacia el mar. El fuerte oleaje tampoco les permitía oír grito alguno y solo el constante ir y venir de la rompiente persistía en el aire.

Entonces, de entre las nubes negras asomó nuevamente la luna y su luz plateada les permitió distinguir un par de bultos en el mar a unos pocos metros desde donde ellos estaban. Eran los dos mastines, propiedad de Gladius el romano que traían a bordo y que habían logrado llegar a la orilla aparentemente en buen estado. Sin perder tiempo les ordenó a sus compañeros que volvieran a bajar y trajeran sus animales. Si el fugitivo había logrado llegar a la orilla debían dar con él antes de que llegaran los otros barcos. De mala gana los dos obedecieron y descendieron los pocos metros que los separaban de la playa en busca de los perros. Estos estaban bastante alterados y no les fue sencillo llevarlos a tierra firme pero una vez allí y sintiéndose más seguros se volvieron más dóciles y manejables. Al reencontrarse con su amo, este tomó entre sus manos el hocico de uno de los perros primero y del otro después y les dio una especie de caricia algo brusca pero que pareció gustarles y a la que evidente estaban acostumbrados. Después de esto, ambos canes se quedaron estáticos en actitud casi marcial esperando una orden del amo. Orden que no se hizo esperar. El romano trazo un semicírculo en el aire con su brazo derecho y al finalizar la figura lo mantuvo en alto apuntando hacia el bosque. Esto solo fue suficiente para que el más grande de los dos saliera a la carrera. El otro, de talla un poco más pequeña permaneció en su lugar unos segundos pero enseguida se unió a su compañero. Los tres hombres corrieron detrás siguiéndolos como pudieron, a veces a línea vista y otras solo con los ladridos como referencia.


Gladius no estaba muy feliz de tener que entrar en aquellos bosques a los que, en rigor de verdad, temía a causa innumerables historias que había oído de compañeros de batallas pasadas. Historias a las que daba bastante crédito.


***

Un nuevo despertar lleno de visiones y escalofríos tenía lugar. Ya no sentía dolor o al menos no era consciente del mismo pero el fuego que ardía en su boca continuaba siendo insoportable. Intentó moverse y de nuevo le fue imposible, ya no era dueño de su cuerpo. Intentó entonces gritar pero solo pudo balbucear y jadear palabras incoherentes. Intentó pedir agua pero desconocía el significado de las palabras. ¿Sería este el destino de los muertos? ¿Primero la inmovilidad y luego la degradación total de todas y cada una de sus partes hasta que la esencia misma se desvaneciera en el inframundo dando paso a la nada misma...? Quiso resistirse a dicha idea, intentó pedir agua nuevamente pero como la vez anterior solo palabras sin sentido emergieron de sus labios y fue en ese preciso momento que la presencia que antes alcanzara a ver a medias se materializó enfrente y tomándole la cabeza comenzó a derramar sobre su boca cantidades enormes de frío líquido. Líquido que llenó su boca y luego sus pulmones. Se ahogo, tosió e intentó escupir el agua que seguía entrando mientras comprendía que este era un nuevo martirio, una prueba a la que se le sometía en su transito hacia el mundo de los muertos. Luego todo fue oscuridad nuevamente.

***

Firas tomo una decisión; herido como estaba no podría llegar muy lejos ya que los ladridos eran cada vez más cercanos. La distancia se acortaba y era solo cuestión de tiempo hasta que lo cazaran como a un animal. Se detuvo. Meditó un momento y por fin se decidió a actuar. En la penumbra buscó alguna rama lo suficientemente fuerte como para hacer lo que debía. Al fin encontró una de unos dos Codos Reales de largo aproximadamente a la que partió a la mitad con su rodilla obteniendo así dos varas más pequeñas terminada cada una de ellas en una aguda punta. Luego recostó su peso sobre el tronco de un inmenso y añejo roble y esperó de pie. Su piel oscura hacía que se confundiese con el tronco del árbol y esto le permitiría pasar casi inadvertido hasta último momento. Intentó calmarse; reguló la respiración para acompasarla con los latidos de su corazón y de esta manera bajar su ritmo cardíaco. Como efecto de esta forma de relajación el mismo dolor disminuyó bastante y se hizo más llevadero. Al cabo de un tiempo que le pareció eterno los ladridos se hicieron más fuertes, entonces abrió los ojos y luego de unos segundos logró divisar a uno de los perros. Era el de mayor tamaño.

El animal, al encontrarse con su presa, se detuvo en el acto en posición amenazante, gruñendo y mostrando los dientes. El muchacho sabía que tan solo tenía una oportunidad. Respiró hondo y dio un paso enérgico en dirección al animal y este sintiéndose amenazado se le abalanzó. Cuando estaba a un cuerpo de distancia del humano saltó al cuello de este como tenía por costumbre intentando alcanzar la yugular, lamentablemente para él no esperaba encontrarse en el trayecto con la estaca que el negro sostenía en la mano y que terminó clavándose en su garganta. Aulló de dolor mientras caía al suelo aturdido y desorientado. Sin perder un instante Firas le clavó la otra estaca en al pecho a la altura del corazón pero no debió acertarle pues el perro no murió al instante como esperaba sino que permaneció tendido en el suelo lleno de hojas, agonizando y gimiendo de dolor. El muchacho se arrodillo cerca del animal y tomándole la cabeza entre sus fuertes brazos le aplico una rápida y enérgica llave de lucha que le quebró el cuello y terminó con su sufrimiento para siempre. Entonces retomó la carrera.


Cuando Gladius llegó hasta el lugar donde yacía el animal muerto y lo vio se lleno de ira. Su entrenamiento militar desde temprana edad en el ejercito de roma, lo mismo que su actual profesión de mercenario lo habían ido templando hasta convertirlo en un ser frío, calculador y despreciable. Sin amigos pero con muchos enemigos y competidores. Solo el cariño que expresaba por algunos pocos animales hacía que fuera un poco menos despreciable. Algo que le otorgaba algunos matices de humanidad. Por otro lado, el entrenamiento que se les brindaba a estos perros era arduo y tomaba mucho tiempo y dinero. En este sentido, aquel había sido uno de los mejores que su camada había brindado y por lo tanto no era barato. El romano se agachó junto al cuerpo del animal y lo observó unos instantes, luego tomó la estaca que aun permanecía clavada en el pecho, la extrajo de un tirón y se quedo mirándola. Parecía increíble que un pedazo de madera como aquel hubiera acabado con una de las armas mas finas de Roma, la ironía era clara. Contempló la sangre de la punta en actitud más bien fría, luego la arrojó a un costado y ordenó continuar la marcha como si nada hubiera ocurrido. Solo su puño apretado indicaba que sentía lo contrario.


—Continuemos —dijo—. Lo necesito entero. Atrás, sus compañeros demoraron unos instantes. Se miraron brevemente como si compartieran pensamientos y luego comenzaron a andar. El perro que quedaba olfateó los restos de su compañero muerto pero a una orden de los humanos también se unió a la persecución.


***

Una grieta de aproximadamente dos metros de ancho separaba en dos la tierra delante de él. Abajo, el sonido de la rompiente marina era fuerte por lo que la costa aun debía estar cerca. Se sentía agotado y casi sin fuerzas, pero su vida dependía del hecho de cruzar del otro lado. Desanduvo algunos pasos y cuando consideró que la distancia era suficiente, se detuvo, miró hacia atrás durante unos instantes y aspiró hondo. El aire fresco inundó su pecho trayéndole un nuevo vigor, cerró los ojos y visualizó lo que estaba a punto de hacer. Se vio a sí mismo corriendo hacia el borde y luego dando un único y perfecto salto alcanzaba la orilla opuesta. Visualizó sus pies que dejaban el suelo y se alzaban por el aire mientras sentía la brisa que le rozaba el rostro, la sensación de estar suspendido eternamente y el prepararse para recibir el suelo de dura piedra del otro lado. Sintió el impacto bajo sus pies, amortiguado levemente por las sandalias de cuero egipcio y estudió la postura que adquiriría su cuerpo a fin de amortiguar la caída. Lo anticipó todo, cada detalle, cada sensación. Por fin, abrió los ojos y exhaló todo el aire de los pulmones al tiempo que era disparado por sus fuertes piernas hacia la negrura del bosque que tenía en frente. No había luz por lo que el salto sería completamente intuitivo. Sintió el suelo pasando bajo sus pies mientras acortaba rápidamente la distancia que lo separaba del borde. Calculó que faltarían cinco trancos, luego tres, dos y por fin, el salto...

Todo sucedía como segundos antes lo había hecho en su mente y fue como recordar un acontecimiento pasado. Todo excepto el hecho de estar herido, casi sin fuerzas y que la piedra del otro lado estaba mojada. Cuando su pié tocó la orilla opuesta, el cuero de su sandalia se deslizó contra la piedra, resbalando y ocasionando que el muchacho cayera al vacío. Su carrera hubiera terminado en ese instante, lo mismo que su vida de no ser por las muchas raíces que crecían en el lugar y de las que pudo echar mano. Instintivamente lanzó su brazo contra la pared y cerró la mano con fuerza. Sintió un tirón fuerte y sus músculos se tensaron al punto de llegar a dolerle. Rebotó con todo su cuerpo contra la piedra y quedó suspendido algunos segundos; el tiempo que le llevó recobrarse del susto. Luego, con mucho esfuerzo trepó por el acantilado poniéndose de esta manera a salvo. De nuevo, sin perder tiempo buscó en el suelo algo que pudiera servirle para el próximo paso que daría y cuando por fin lo encontró se sentó sobre la piedra desnuda y aguardó. Su respiración era muy rápida por lo que una vez más intentó recobrarse. Los ladridos que por algunos minutos habían estado ausentes resurgieron y comenzaron ahora a hacerse más fuertes.


El perro que quedaba corría tras el rastro fresco del humano que le habían enseñado a odiar y sus instintos le decían que no estaba lejos. Esquivaba los árboles con una velocidad y una precisión que solo un animal como aquel podía tener. Su vida no había sido fácil. Desde cachorro se le había entrenado para servir en guerras que no entendía. Se le había enseñado a odiar todo aquello que no fueran sus amos y a ser privado de comida cada vez que no había hecho lo que se le había ordenado. Como resultado se había convertido en una máquina de matar. Una máquina de perseguir, persistir y aniquilar y eso se disponía a hacer cuando salió de la espesura y se encontró con el negro del otro lado del barranco. Sabía que debía cruzar de un salto como se le había enseñado a fuerza de fallos, represalias, hambre y nuevos intentos. Por eso no se detuvo ni titubeó cuando llegó al límite, a la línea donde el suelo se volvía aire y saltó como una flecha siempre con la vista fija en su objetivo. Por eso tampoco vio el garrote que el negro tenía escondido a sus espaldas y por eso no pudo anticipar aquel golpe que lo desorientó, le dolió, pero por sobre todo lo sacó de su ruta y evitó que llegara a la orilla opuesta haciendo que cayera por el acantilado rumbo a una muerte que tampoco podía presentir. No había sido entrenado para eso.

***

Despertó una vez más, si es que aquello podía llamarse despertar porque estaba seguro de haber muerto y que de alguna manera su alma había sido arrastrada a las cavernas de la Duat, aquellas que se describían en incontables textos antiguos y que, según se decía era el paso obligado de las almas y lugar donde se juzgaban los crímenes y premiaban las buenas actitudes durante la vida del difunto. Siempre había sido escéptico al respecto pero ya no cabían dudas. Abrió enormemente los ojos llenos de temor y vio sobre él ya no a uno sino a dos de aquellos seres infernales. No podía distinguirlos bien, no veía sus rostros si es que poseían, pero parecía que lo estudiaban, lo revisaban y hablaban entre ellos en algún demoníaco lenguaje que desconocía. Comprendió que estaba siendo preparado para el juicio de Osiris y toda aquella tortura no podía ser otra cosa que el castigo de una vida alejada de la religión. Gritó nuevamente con los ojos desorbitados y abiertos de par en par. Los dos seres se le acercaron pero ya no pudo verlos.


***

En el preciso momento en que Firas hacía que el perro cayera por el acantilado Gladius y sus hombres aparecían del otro lado pero poco pudieron hacer por el pobre animal más que observar como desaparecía en el fondo. El moreno por su parte no se detuvo a ver e instantes después corría de nuevo a través de una vegetación tan tupida que tal vez, ahora que no había perros que lo rastrearan, le permitiera escapar. Estaba amaneciendo y los primeros resplandores hacían que el entorno adquiriera un aire menos espectral, unos contrastes más definidos entre luces y sombras que volvían a la realidad un poco mas concreta. Gladius tomó carrera y con esas mismas primeras luces saltó al otro lado retomando así la cacería. Sus hombres lo siguieron como siempre lo habían hecho y como siempre lo harían aunque no estuvieran de acuerdo con sus ideas; tales eran la lealtad y estima que le tenían.

Comenzó a llover y Firas pensó que era bueno para él pues su cuerpo se refrescaba. Concluyó además que así su rastro no sería tan sencillo de seguir y fue entonces que una idea ilumino otra vez su mente. Detuvo la carrera y sin perder un momento volvió sobre sus pasos desandando el camino unos cuantos metros. Volvió a detenerse, miró alrededor y cambiando de dirección, emprendió la marcha tratando esta vez de dejar la menor cantidad posible de marcas que lo delataran. Si la maniobra salía bien sus perseguidores irían tras el rastro anterior y cuando se dieran cuenta del error ya estaría lo suficientemente lejos, entonces, cuando se hubo alejado una distancia que consideró suficiente, empezó a correr otra vez. Corrió durante algunos minutos hasta que llegó a un claro en el bosque. La llovizna lo mantenía bastante fresco pero parecía no ser suficiente y de pronto todo comenzó a dar vueltas. Intentó dar algunos pasos tambaleantes. Intentó llenar de aire los pulmones pero nada funcionaba. La realidad comenzaba a hacerse más y más lejana. Los sonidos del bosque se tornaron confusos y de pronto cayó al suelo en un estado de semiinconsciencia. Aun no estaba desmayado pero tampoco era dueño de su cuerpo. Inútilmente intentó levantarse varias veces; sus músculos no le respondían. Solo podía respirar y dejarse abandonar en ese extraño sopor que comenzaba a invadirlo, a ganar cada una de sus extremidades. << ¿El final había llegado? ¿Eso seria todo, así sin más…? >> A su mente confusa llegaron sonidos lejanos y algunas voces. Creyó sentir un golpe en el costado herido pero no hubo dolor. Gritos salvajes y el chocar de metales acompañado de más gritos. Luego, el silencio; la oscuridad y la nada...

***

Seguir el rastro podía complicarse si la lluvia aumentaba de intensidad por lo que Gladius imploró a Neptuno que tuviera misericordia de él y que le permitiera unos momentos de sosiego en los elementos. Los rezos parecieron ser escuchados porque la llovizna se mantuvo constante y pudo seguir el rastro que el negro dejaba al pisar la vegetación. Pequeños indicios que para cualquiera serian totalmente invisibles pero para alguien con el entrenamiento suyo eran obvias señales del paso del fugitivo. Al llegar a la intersección en la que Firas intentó despistarlos dudó y gritó a sus compañeros que se detengan. Lo miraron sin entender. Había algo extraño en el paisaje. De pronto las marcas se hacían mucho más visibles. Mucho más notorias y no le convencían. Sabía que algo no estaba del todo bien. Entonces el rostro se le iluminó.
—Es un engaño— dijo, mientras buscaba la verdadera senda y una vez que la encontró corrió por ella, agitando el brazo derecho para que los otros dos se le unieran y otra vez obedecieron sin entender muy bien que estaba pasando. Corrió con todas las fuerzas que tenía. La situación ya se había vuelto un tema personal. Nunca creyó que aquel negro podía traerle tantos problemas; evidentemente había subestimado al hombre y pensó que cuando todo aquello terminara tendrían que darle algunas explicaciones. La gente que lo había contratado no le había contado toda la verdad. El hecho de exponer su cuerpo y alma en aquel bosque lleno de historias tan terribles como sobrenaturales no le resultaba nada grato y se lamentó de no haber cobrado más por sus servicios.

Mientras tanto, sus compañeros intentaban seguirle el paso pero no era tarea fácil entre aquellos árboles y una vegetación que parecía volverse cada vez más y más espesa y complicada. Por lo que llegar a aquel claro significó un alivio también para ellos.


Cuando sus dos compañeros llegaron, Gladius estaba con medio cuerpo inclinado y las manos apoyadas en las rodillas recuperando el aliento. Ellos hicieron lo mismo pues estaban realmente exhaustos, de todas maneras rieron ante la ironía. Habían pasado toda la madrugada corriendo a aquel negro; empapados por el agua de mar y de lluvia y ahora les era entregado como si nada. Realmente parecía una broma de los dioses. Brocchus, aun jadeante, se acerco al caído, lo insulto y escupió. Luego en un arranque de venganza lo pateó en el costado herido pero el sujeto ni se inmutó. Tal vez estaría muerto y si ese era el caso, todo había sido para nada. Eso pensaba cuando escuchó la voz detrás suyo. Se dio la vuelta sobresaltado pues no esperaba encontrar a nadie en ese lugar a excepción de ellos mismos.


Saliendo de la espesura, un hombre de casi dos metros de altura, vestido con ropas muy rústicas y espada en mano les hablaba en alguna lengua que no comprendían. Miró a sus compañeros y lo que vio en la cara de su líder no le gustó.

¿Que ocurre Gladius?— preguntó desconcertado.
—Galos. — Le respondió este.
—Están malditos. — Protestó Celsus el alto con evidente cara de temor. —Dicen que no son humanos...

Brocchus alzó su espada y mirando fijamente al celta endureció el rostro.

—Me importa poco si es humano o no. Igual conocerá el filo de mi espada — dijo mientras envestía contra el desconocido. Casi como por reflejo y sin pensarlo mucho, Celsus salió en apoyo de su compañero. El bárbaro al ver que ambos venían en su encuentro acortó a grandes zancadas los escasos metros que lo separaban de ellos gritando como un desaforado. Brocchus llegó primero con su arma en alto e intentó asestar un golpe al celta que de haber dado en el blanco lo habría partido en dos, lamentablemente para el atacante el otro giró sobre sí mismo en un movimiento inesperado esquivando así la hoja mortal. De esta manera y con la inercia que traía, el romano pasó a su lado sin poder detenerse y sin siquiera poder defenderse del brillo metálico que se le acercaba hasta que sintió el metal desplazándose por su garganta. La carne desgarrándose al contacto con el cuchillo, el dolor extremo bajo su mentón y en una fracción de segundo comprendió que estaba muerto. No entendía qué o cómo había ocurrido. Simplemente había sido demasiado rápido... Cayó de rodillas al suelo, aturdido, desangrándose. Con una mano apoyada en la tierra intentaba detener la sangre oprimiendo su garganta con la otra pero era una tarea inútil ya que el corte le cruzaba el cuello de lado a lado. Intentaba respirar pero sus pulmones se habían llenado de sangre y lo único que lograba eran sonidos gorgoreantes. Pronto comenzó a sentir el desvanecimiento que lo invadía y la última imagen previa a la oscuridad eterna que llegó a su mareado cerebro fue la de su compañero de batallas siendo atravesado por la rápida espada de ese ser que ellos llamaban Gallis.

Gladius quedó en su lugar, estupefacto por algunos segundos. No daba crédito a lo que veía. Dos de sus mejores hombres, sus compañeros de tantas batallas fueron abatido en un abrir y cerrar de ojos. Jamás había visto a nadie luchar de esa manera ya que ni los más aguerridos bárbaros con los que le había tocado medirse en el pasado eran tan letales. Al ser un hombre muy creyente no tuvo dudas sobre la naturaleza sobrehumana de su contrincante y juzgó que sería más cauta una rápida retirada. Giró sobre sus talones y corrió tan enérgicamente como la adrenalina que recorría su cuerpo se lo permitió, hasta que por fin ya exhausto se detuvo a recobrar el aliento, no parecía haberlo seguido nadie por lo que continuó su camino de manera más lenta aunque no sin prisa. Debía volver a la costa. Debía esperar a los otros barcos y ponerlos al corriente de lo que ocurría. No había tiempo que perder. 

***

Abrió los ojos y la luz que entraba por la ventana le hirió fuertemente la vista obligándole a parpadear repetidas veces hasta poder tolerarla. Sintió una suave brisa en su rostro que hacia que el ambiente fuera fresco y agradable. Estaba acostado en una cama de hechura muy rústica pero bastante cómoda y se sentía relajado aunque muy débil y sediento. A su mente comenzaron a llegar retazos de imágenes y sonidos y de a poco comenzó a recordar los eventos de la noche pasada. Miró alrededor; desconocía el lugar y no entendía como había llegado hasta allí. Tan solo recordaba que iba corriendo y luego un dolor en el pecho como si este le hubiera estallado; entonces perdió el conocimiento. No estaba seguro, pero creía haber oído gritos y el chocar de metales. La lluvia mojándolo y un rumor como el que produce el agua corriendo. ¿Había imaginado un río? No estaba seguro... Vio un fogón ya casi apagado cerca de la cama y recordó las llamas que lo asustaran durante la noche. Evidentemente su afiebrada mente le había jugado una mala pasada distorsionándolo todo.
—Estás entre amigos. —Le dijo una voz que provenía de la izquierda, giró la cabeza y vio a un anciano sentado en una silla de confección muy similar a la de la cama. —Has tenido delirios a causa de la fiebre. Pero ya estas mejor. Tu vida no corre peligro ahora.
Se quedó mirándolo atónito; no daba crédito a sus oídos ya que increíblemente comprendía todo de cuanto este le decía y una alegría suprema le reconfortó el corazón al reconocer aquella lengua. Se trataba ni más ni menos que de la secreta lengua primordial. Aquella tan antigua que se perdía en los comienzos mismos de los tiempos y comprendió que era verdad lo que decían sus viejos escritos. Había encontrado lo que había venido a buscar.

Muy lentamente se incorporó en la cama para poder ver a su interlocutor a la cara, un par de tiras de cuero colgaban de sus brazos e imaginó que se habría vuelto difícil de manejar a causa de la fiebre y habían tenido que atarlo a la cama para evitar que se dañara el mismo o a quien lo cuidaba. Se encontró con un rostro curtido por los años pero también con unos ojos muy vivaces y llenos de curiosidad.

Ambos, el joven negro y el viejo, esbozaron una sonrisa.
—Tengo sed— indicó el muchacho en la misma lengua.
Como respuesta el otro le acercó un cuenco de madera lleno de agua recién extraída del pozo que el muchacho se llevó a la boca con apresuramiento, disfrutando de la fresca sensación de alivio que aparecía con cada sorbo. Como si fuera lo último que tomaría en su vida...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho man pero me mató el continuará.Teminalo que me quedé pagando.

Cenedra dijo...

Ponete las pilas, que el pueblo quiere saber como sigue la historia ;-)

Besos

Ariel Mestralet dijo...

Eso significa que te gustó???
Si viene de alguien que "sabe que leer", entonces estoy muy contento.
Gracias amiga mia. Prometo meterle y publicar lo que sigue muy pronto.

Pablo Gutiérrez dijo...

Wow!! Tremenda historia. Me puso la piel de gallina por momentos. Estoy impaciente por ver como sigue.