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domingo, 19 de junio de 2011

Cap 05 - Origen

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.



La muchacha caminaba con paso tranquilo pero constante. Se desplazaba entre la vegetación con tanta naturalidad y fluidez como podría hacerlo el agua de un río que recorre su lecho y suavemente choca contra las piedras que obstaculizan la marcha, las rodea deslizándose entre ellas casi como una caricia para luego, como si nada hubiera ocurrido, proseguir la marcha dejando tras de si tan solo algunas mínimas ondulaciones.


La mañana era bastante fría por lo que para protegerse de las inclemencias, la joven llevaba por sobre su vestimenta habitual una capa larga de lana gruesa con capucha que le cubría el rostro. Sus piernas iban cubiertas por polainas de pelo de animal y en los pies calzaba unos rústicos zapatos de cuero de una sola pieza cosidos también por tiras de cuero en los bordes.


Iba atenta a los sonidos del bosque. Al canto de las aves y al ruido de las ramas mecidas por el suave viento. Su temperamento curioso le había llevado hasta allí pues sabía que lo que buscaba no estaba lejos.


El chasquido de una rama al quebrarse la hizo detenerse en el acto. Maldijo para sí pues aquel era un error digno de un neófito. Ella, en cambio, poseía la suficiente destreza y conocía el bosque como muy pocos como para permitirse un error así. Lentamente levantó el pié y la rama rota pudo recuperar una posición muy cercana a la original mientras ella continuaba reprendiéndose a si misma. Con más cuidado que antes y prestando aun más atención al bosque y a sus pequeños elementos continuó la marcha durante varios minutos hasta que un nuevo chasquido la obligó a detenerse.
Contuvo la respiración y se agachó. Esta vez no había sido ella la causante de aquel sonido. Escuchó en todas direcciones como lo haría un animal, hasta que decidió que a su derecha el canto de las aves era menor. Casi inexistente, como si existiera un hueco en la foresta donde estas no se hallaran. Hacia allí dirigió la atención y pronto pudo distinguir otros sonidos. Golpes, resoplidos y jadeos como si de una lucha se tratara.
Con mucho cuidado se incorporó y caminó lentamente hacia la fuente de aquel sonido. Entonces lo vio.


En un pequeño claro entre los robles, completamente desnudo, el muchacho realizaba su entrenamiento diario. Con mucho cuidado la joven se acercó aun más hacia donde él estaba; un árbol de grueso tronco le sirvió de escondite y gracias a él pudo contemplarlo en todo su esplendor. Claramente podía verlo ejecutar los ejercicios de bastón típicos de los estudiantes más avanzados, algo en lo que aquel parecía ser realmente bueno pues blandía el bastón de druida, símbolo de poder y respeto, con gracia y elegancia. Incluso mucho mejor de lo que había visto realizar en manos druidas expertas. Aquel joven hacía de aquel ejercicio algo digno de ver. Realmente un trozo de madera podía convertirse así en un arma mortal, pensó, y solo un incauto no respetaría a quien lo portara. En un momento el joven lo hacia girar sobre su cabeza, un movimiento distractorio que a la vez le servía para buscar y acomodar el instrumento en pos de un punto vulnerable para enseguida, con un impulso notable, asestar un golpe a un oponente imaginario. Este oponente parecía entonces detener el golpe con su también imaginario bastón pues en el acto el joven giraba sobre si mismo retirando enérgicamente la vara y con un cambio en la dirección penetraba la defensa de su oponente esta vez de frente, haciendo chocar su arma directamente en el rostro imaginario del otro. En cada movimiento la muchacha podía ver el tensarse y relajarse de la musculatura. Brazos, piernas, muslos, pecho, glúteos y abdomen. Todos perfectamente formados a causa de un entrenamiento sin duda constante. Los rayos del sol matinal que llegaban hasta el claro le daban de lleno realzando la figura del joven mientras este continuaba esquivando invisibles golpes y devolviendo un perfecto y bien calculado ataque.


Verlo así, con tanta suntuosidad, generó en ella la imagen de algún tipo de dios de los bosques que hubiera encarnado en aquel. Esto provocó una energía que le recorrió todo el cuerpo a través de su médula espinal y un calor interno la poseyó por completo haciendo que ya no sintiera el frío de la mañana.


Y de pronto se sintió feliz.


Permaneció así, cautivada en su contemplación hasta que el objeto de la misma desapareció de forma inesperada. Un salto hacia atrás seguido de un giro en el aire y una posterior caída controlada mediante las manos que se apoyaron en el suelo sin siquiera soltar el bastón para, al final, con la inercia lograda, quedar nuevamente de pie o más bien podríamos decir en posición de realizar nuevamente toda la maniobra, lo que en efecto hizo, desapareciendo así de la vista de la joven. Tragado literalmente por la vegetación.


Silencio...


¿Se habría percatado quizás de su presencia? ¿O habría algo más? De pronto se sintió inquieta y en un movimiento casi instintivo, fruto de años de entrenamiento, se llevó la mano a la cintura. Cerró sus dedos alrededor de la empuñadura de la espada corta y aguardó. El contacto con el frío bronce le generaba una cierta sensación de seguridad pero no debía confiarse. Permaneció así, atenta, con todos sus sentidos alerta pues si algo había asustado al muchacho ella misma tal vez no estuviera segura.


El tiempo transcurría lentamente y sus nervios se tensaban cada vez más. Muy despacio recorrió con la mirada la espesura alrededor del claro pero seguía sin verlo. Tragó saliva.


Luego de unos momentos de tensa espera que parecieron una eternidad y viendo que el muchacho no continuaría sus ejercicios se dispuso a marcharse. Si él había abandonado el lugar lo más sensato sería hacer lo mismo. Muy lentamente y con mucho cuidad se despegó del árbol en que estaba apoyada y comenzó a girar sobre si misma. Sentía que debía salir de ahí cuanto antes.


Solo que no pudo.


Tan deprisa que no tuvo oportunidad de hacer nada, la sombra se abalanzó sobre ella. En una secuencia perfecta advirtió el sonido característico del metal al ser desenvainado, el brillo del sol reflejándose de lleno sobre la hoja metálica y luego el frio filo sobre su garganta. En un mismo instante su instinto le gritó que iba a morir mientras la razón le reprochaba por su descuido. Nada podía hacer al respecto y solo atinó a cerrar los ojos y esperar el corte que le arrancaría a chorros la vida.


Pero este no llegó.


—¿Que haces aquí? —le interrogó una vos masculina cargada de cierta agresividad.


Lentamente abrió los ojos. No daba crédito.


¡Estaba viva!


Una oleada fría le recorrió el cuerpo haciéndole temblar como una hoja. Sentía que las piernas le iban a fallar en cualquier momento. Le faltaba el aire por lo que aspiro una buena bocanada seguida de otra y otra más. 


Frente a ella, sosteniendo el otro extremo del acero que descansaba sobre su garganta estaba el muchacho que antes viera en el claro. Aun desnudo.


Trató de reconfortarse; de no perder las fuerzas para no caer al suelo pues aun no se recuperaba del susto.
—¿Que estás haciendo aquí?— volvió a preguntar el otro. 
—Soy...—tragó saliva; el frío acero rozó su piel— soy Edana, discípula de...
—Se quien eres —contestó con tono de impaciencia —Lo que quiero saber es que estás haciendo en esta parte del bosque. Es zona sagrada. Solo los druidas y estudiantes más avanzados podemos pisarla.


La joven se sorprendió ante aquella respuesta y en el acto se ruborizó.
El muchacho percibió este cambio y lentamente retiró la hoja del cuello de la joven. Enseguida, mientras volvía a envainarla comenzó a reír a carcajadas.
—Si, se quien eres. Uno de los discípulos más avanzadas del viejo Cedric. Te he observado un par de veces.  


Como única respuesta la muchacha le dio un golpe en la cara con el puño cerrado que lo desestabilizó y casi le hace perder el equilibrio. Pero enseguida al ver que no lo había derribado saltó sobre él y lo pateó en el vientre. Esta vez el muchacho no pudo mantenerse y cayó al suelo. Ahora ella rió. La adrenalina contenida en su cuerpo comenzaba a ser canalizada. 


Sorprendido y adolorido se incorporó rápidamente. Ella continuaba riendo.
—Dioses —exclamó— parece que tienes el nombre muy bien puesto: Edana "la que pone pasión en lo que hace". Veo que te gustan los juegos fuertes. ¿Y que tal estás en lucha?
Dicho esto, arrojó la espada a un costado y se puso en guardia.
—¿Vas a pelear así, desnudo? —le preguntó con cierto tono de picardía en la voz.
El dudó unos instantes.
—Los grandes guerreros amedrentan a sus enemigos peleando desnudos; pero si te sientes intimidada de alguna manera por mis atributos viriles puedo ponerme...
No logró terminar la frase. Un nuevo trompazo le hizo ver las estrellas. Aquella chica realmente sabía pegar; pensó mientras se masajeaba el maxilar.


Mientras el muchacho se recuperaba de aquel golpe que seguramente había sentido más en el orgullo que en la carne, ella aprovechó para quitarse la pesada capa que dejó caer al suelo en un movimiento claramente provocador.


Sin la capa el muchacho pudo ver que vestía una túnica de guerra corta color natural con magas. Le cubría las piernas un poco por arriba de las rodillas y a la usanza celta la llevaba ceñida a la cintura por medio de un cinturón de cuero rústico del que a su vez colgaba, en su funda, la espada. Poco podía apreciar de las piernas pues quedaban ocultas por unas polainas de pelo de animal que le cubrían desde los tobillos hasta media pierna aproximadamente. Sin embargo imaginó que el resto sería tan atractivo como lo que podía ver. En general presentaba una figura atractiva en la que se apreciaban curvas ni exageradas ni exiguas. Quizás le faltaría algo más de busto, pensó él. Sin embargo la belleza de su rostro hacía que aquel fuera un detalle  insignificante. Tenía el cabello del color del oro y este reflejaba la luz de forma increíble lo que enaltecía los rasgos delicados de la cara. Todo aquello, por supuesto, contrastaba notablemente con el carácter aguerrido que poseía. Pero en lugar de quitarle atractivo le otorgaba una cierta magia.


—¿Y tu eres el gran Aldair que todos comentan? —se burló ella mientras desenfundaba su espada y la arrojaba junto a la del joven.— No pareces tan terrible...


Una patada en la boca del estómago la sorprendió esta vez a ella y la dejó sin aliento. En vista de lo rápida que era, el muchacho no había dejado pasar ni un instante, encontrándola así totalmente desprevenida; aun jactándose. Eso puso al elemento sorpresa de su lado y le permitió realizar una llave de lucha que consistió en tomarla de un brazo y girar rápidamente mientras se reclinaba levemente hacia adelante. De esta manera la chica pasó de estar firmemente parada en la tierra a quedar cargada a hombros del joven y luego salir despedida por los aires hacia adelante. Todo en un abrir y cerrar de ojos. Cayó de costado a unos dos metros aproximadamente de donde Aldair estaba, golpeando duramente en el suelo. De no haber puesto el brazo derecho, con lo que consiguió frenar la caída, el golpe lo hubiera sentido justo en el rostro, lo que seguramente la habría lastimado. Se levantó adolorida pero aun con energías y devolvió el ataque abalanzándose contra el muchacho. Lo embistió con la cabeza en el pecho de él, con tal envión que ambos rodaron por la pendiente que tenían detrás. Así, descendieron varios metros hasta chocar contra un duro roble y quien más sintió el impacto fue Aldair pues dio de lleno contra la inflexible madera. Como único signo de dolor emitió un gemido seco.


Aun abrazados y forcejeando se pusieron de pié y una vez arriba continuaron ensalzados en una lucha muy similar a la que siglos mas tarde el mundo conocería como grecorromana pero con variantes propias. Aquello duró sus buenos minutos hasta que con un movimiento de la pierna derecha Edana logró trabar y derribar a su contrincante. Este cayó estrepitosamente sobre una gran raíz y ya no se movió.


El golpe lo había alcanzado de lleno en la espalda, justo por detrás de la zona donde se encuentra el musculo que gobierna la respiración y esto le quitó el resuello durante algunos instantes. Aprovechando dicha incapacidad de movimientos, la joven se sentó sobre el pecho de su contrincante y con las piernas intentó sujetarle los brazos como harían los niños que juegan a los forcejeos. Se sentía eufórica pues haber abatido a un estudiante de rango tan superior al suyo era algo de lo que poder presumir. Haber derrotado al mejor estudiante de toda la aldea y discípulo directo de Melvin era la gloria misma. Lo miró directamente al rostro y rió con una fuerte carcajada que resonó en el silencio de la mañana.


Momentos después el joven comenzaba a respirar normalmente, el entumecimiento en la zona de la espalda iba disminuyendo lo que le permitió inspirar con normalidad. De a poco sentía que iba recobrando las fuerzas. Aquellos segundos en los que estuvo tendido e indefenso le permitieron analizar su torpeza. Había cometido un pequeño gran error al subestimar a la joven por su hermosura y frágil aspecto. Debido a ello descuidó su técnica lo que derivó directamente en aquella situación. De haber sido un enemigo real en lugar de este rudo juego en el que un celta generalmente medía sus destrezas, su cabeza estaría ahora pronta a descansar como trofeo de guerra en alguna cabaña desconocida. Sin embargo, ya que de un juego se trataba, esta posición no le era del todo inconveniente. Tenia a una hermosa joven sentada sobre su pecho y esta creía tenerlo realmente cautivo. Rió estridentemente.


—¿Qué es tan gracioso? —preguntó ella desconcertada.
—¿Qué, qué lo es? —nueva carcajada. La miró a los ojos y pensó que eran realmente hermosos. De un verde claro, casi como las hojas mas tiernas del roble. Aquello debía ser un regalo del bosque mismo.


>>Pues si estuvieras aquí abajo viendo lo que yo, entenderías el por qué de mi felicidad —le contestó en un tono cargado de argucia.


Efectivamente, la corta túnica se había deslizado por los muslos de Edana y si ella hubiera sido del reducido grupo de gentes que en aquella época usara las llamadas braccas o bragas que no eran otra cosa que una especie de pantalón muy pequeño de tela más suave, aunque de todas maneras rústica, que cubría desde la cintura hasta el nacimiento de las piernas no habría habido inconveniente alguno. Sin embargo la joven no pertenecía a aquel reducido grupo, sino por el contrario a la gran mayoría que las consideraba tremendamente incómodas. Por lo que comprendió al instante el comentario y se sonrojó tanto que pareció que iba a explotar en llamas. Inmediatamente aflojó la tensión sobre los brazos de Aldair en un intento por acomodar los bordes de la túnica. Esta reacción, que no fue casual sino completamente esperada e incluso provocada por el joven que conocía a la perfección el carácter de las mujeres de su pueblo y sabía que en general eran muy duras por fuera pero muy coquetas por dentro, fue aprovechada y de un tirón soltó sus extremidades. Ahora libre, asió fuertemente a la muchacha por detrás con un brazo y por el vientre con el otro logrando tumbarla boca arriba en la grava. Todo ocurrió tan de prisa que ella no pudo zafarse. Entonces él se incorporó nuevamente y le cruzó un brazo por el cuello. Luego, adoptando una postura casi felina le colocó una rodilla sobre el abdomen con lo que la joven quedó totalmente inmovilizada. Para mayor seguridad, con su mano izquierda le sujetó el brazo derecho. La joven solo atinó a darle algunos golpes con la mano que tenia libre pero estos no hacían mella en el duro cuerpo de Aldair y más provocaban las rizas de este. Pronto incluso, fueron perdiendo cadencia pues el brazo que tenía sobre su garganta le impedía respirar. En cuestión de segundos perdería el conocimiento por lo que solo quedaba un camino y era el de claudicar. Miró entonces al muchacho a los ojos y dejó caer el brazo izquierdo todo a lo largo por sobre su cabeza. Aldair entendió el gesto y quitó presión del cuello pero sin soltarla aun pues temía que ella usara esta situación para un nuevo intento de ataque. Fue ahí, en esa posición, mientras se miraban a los ojos que la mente de Aldair comenzó a poblarse de imágenes de cierto contenido erótico y su cuerpo reaccionó en consecuencia. Un acto reflejo, totalmente instintivo y por alguna extraña razón el joven se sintió de pronto embargado de un terrible sentimiento de timidez. Un sentimiento nuevo e incómodo. Avergonzado, se apartó de la joven sentándose a la par de esta pero de espaldas y con las piernas semi cruzadas.


Pese a su esfuerzo el detalle no pasó desapercibido para la muchacha quien sin decir palabra lo tomó de los hombros y haciéndolo girar hizo que se recostara en el suelo. Acercó sus labios a los de él y lo besó salvaje y apasionadamente. Aunque sorprendido el muchacho le correspondió y pronto la lucha grecorromana había dado paso a una muy diferente donde seguramente no habría vencedores ni vencidos.


Para Aldair aquello no dejaba de ser algo novedoso ya que pese a no ser un hombre sin experiencia en el campo de lo sexual, jamás se había topado con una mujer de las características de Edana. Incluso en aquellos tiempos en que la mujer celta gozaba de igualdad de condiciones respecto al hombre en terrenos tales como el sexo, lo jurídico e incluso la guerra, era raro de todas maneras que fueran tan desinhibidas como aquella.


Aldair dio gracias a los dioses por dicha cualidad.


Se veía muy joven, pensó, tanto que se preguntó cuanto habría pasado desde que tuviera su ritual de iniciación. Aquel en el que fuera declarada adulta ante los ojos de la sociedad como toda mujer luego del primer sangrado. De todos modos fue un pensamiento fugaz; aquel no era un tema que en ese preciso momento le preocupara demasiado.


Sin mucha perdida de tiempo la joven soltó el cinturón de cuero y este cayó a un costado. Aldair le ayudó a quitarse la túnica que resultó ser de lana ligera como la mayoría de las prendas de uso común por aquel entonces y que se sacaba tirando hacia arriba. Ya solo vestía las polainas de piel de animal que le protegían las piernas y los zapatos de cuero. Al correrse el velo que significaba la túnica aparecieron unos senos que efectivamente no eran muy grandes aunque tampoco tan pequeños pero que sin dudas gozaban de todos los beneficios que otorga la juventud. Definitivamente el frio parecía sentarles de maravilla, pensaba él mientas los acariciaba suavemente comprobando que eran tersos y duros lo que lo excitó aun más. Para la joven aquel terreno no parecía ser nada desconocido pues se comportaba con total naturalidad. Enseguida comenzó a besarlo en el pecho y lentamente fue deslizando sus labios hasta alcanzar el cuello lo que provocó en el joven un estremecimiento. Ella a su vez contestó con una suave risa mezcla de gozo y satisfacción. Aldair intentó recostarla sobre el suelo pero la joven se opuso por lo que quedaron en la misma posición; él acostado boca arriba y ella sentada sobre su vientre. Entonces, con movimiento lento y sensual deslizó su sexo hasta encontrarse con el del muchacho y allí se detuvo. Rió feliz, despreocupada mientras disfrutaba del momento que prolongó adrede un poco más a fin de incitar más aun a su compañero. Este la miraba embelesado. Había decidido dejarse llevar, sin más. Se sonrieron en silencio; las palabras sobraban. Luego, realizando un movimiento rápido pero muy efectivo permitió que el miembro de su compañero se introdujera dentro suyo y al unísono dejaron escapar un leve gemido de placer. Sus cuerpos eran una colmena vibrante, desbordante de energía. Aquello ya se había vuelto algo incontenible. La joven comenzó con el movimiento y el la siguió. Ambos se movían rítmicamente. Sin apuros de ningún tipo. Simplemente disfrutando de aquel instinto ancestral que los conectaba estrechamente entre sí y con la misma naturaleza de la que eran parte. Como haciendo eco de todo esto, a escasos metros de la pareja el río corría lento y susurrante lo que contribuía a enaltecer el momento cargando el aire de una magia especial. La magia de la naturaleza. Entonces el movimiento cadencioso de la muchacha comenzó a hacerse más y más rápido mientras la respiración de ambos se tornaba agitada. La joven se había recostado sobre el pecho de Aldair y este la mantenía fuertemente apretada contra si, estrechándola en un fuertemente abrazo. De pronto sintió que se aproximaba el momento supremo. El momento en que se produce la explosión de energía que lo conecta a uno con el universo del cual fuimos creados. Se miraban a los ojos y este sencillo acto los mantenía unidos trascendiendo la carne hasta alcanzar la chispa vital que habita en cada ser vivo.


Y entonces el mundo explotó.


Aldair sintió que desaparecía; que dejaba de existir como unidad finita para pasar a integrar la suma del todo. En la pequeña fracción de tiempo que duraría aquello, su propia esencia dejaría de serlo y permanecería unida a toda la creación; unida a la esencia de Edana, a la de cada uno de los arboles que los rodeaban, al rio, la misma tierra y a cada cosa existente viva o no que fuera parte del universo mismo.


Fue en ese estado trascendental que percibió aquello. Algo que jamás había experimentado hasta aquel momento y que sin embargo no le resultaba desconocido del todo. Ante él, por así decirlo ya que no era consciente de los límites de su cuerpo y por tanto de las dimensiones espaciales, se alzaba algún tipo de fuente emisora de una agradable y cálida luz que lo transformó por completo. De pronto ya no importaron el pesar de los últimos descubrimientos y la angustia que estos le habían ocasionado así como el gozo carnal de tan solo instantes atrás. Se sintió elevado y realmente feliz. Imbuido de una increíble sensación de paz. Incluso el tiempo parecía haberse detenido de tal manera que ya no supo si habían transcurrido tan solo unos pocos segundos o una eternidad.


Entonces, en medio de aquella luz por así llamarla, algo fue tomando forma. Una figura de rasgos humanos apareció delante de él aunque Aldair solo logró percibirla en parte; una silueta sin rostro y de contornos difusos. Tampoco se sorprendió ni temió ante dicha presencia a la que por cierto contemplaba extasiado. Pasó así un buen rato contemplando aquello. La entidad no se movía y parecía, aunque carecía de ojos, estar estudiándolo a él. De improviso y sin realizar ningún movimiento que delatara una boca, aquella entidad le habló:


—Es hora Aldair. —dijo suavemente.— Te necesitamos…
Luego todo pareció desvanecerse. Nuevamente fue consciente de su cuerpo, de los olores del bosque y el sexo; de los jadeos, la tierra y el río. Experimentó la transpiración propia mezclada con la de su compañera y su cuerpo fue nuevamente pesado.


El éxtasis había terminado.


Tirados en el piso; abrazados bajo la capa de lana que minutos antes dejara caer, con la protección de los añejos robles sobre su cabeza, la joven se apretujaba sobre el pecho de Aldair en un ritual tan antiguo como la humanidad misma. De a poco la respiración de ambos comenzó a normalizarse. Sin embargo Aldair permanecía ajeno a todo aquello. Su pensamiento estaba más allá de la realidad circundante en algún lugar lejano o tal vez en ninguno desde el punto de vista clásico.


La joven levantó la cabeza y el torso para poder contemplarlo de frente. Lo que vio no le gustó.
—¿Estás bien? —le preguntó un tanto desanimada al ver las facciones del muchacho— ¿No estuvo...?
—¡La fuente! —le interrumpió.
—¿Que dices?
Los pensamientos del muchacho volvieron hacia la realidad y de pronto fue nuevamente consciente su entorno.
—Yo... —dudó mientras sopesaba la idea— creo haber contemplado… La Fuente…
—¿La Fuente? —repitió ella— ¿La Fuente Universal? ¿El origen de todo lo que existe?...
Él la miró confuso.


Luego, casi de un salto y dejando a Edana aun semi recostada sobre el pasto se incorporó  y corrió hacia donde había dejado sus ropas. Estas no estaban lejos del lugar donde habían retozando, por lo que enseguida las encontró y rápidamente comenzó a vestirse.
Cuando terminaba de colocarse las polainas de piel de ciervo levantó la cabeza y vio que a unos pocos metros de él la joven lo observaba con rostro serio. Aun estaba desnuda, vestida solo con las polainas y los zapatos que no había llegado a quitarse en el furor del momento. Tenía los brazos caídos a los lados y en sus manos llevaba el cinturón de cuero, la túnica y la capa. Aldair la contempló unos instantes pensando que era realmente hermosa y en sus labios se pintó una sonrisa sincera.


—Vístete, el frío te va a hacer daño —le recomendó.
La joven en contraste no sonreía en lo más mínimo.
—¡Dioses! —exclamó luego de unos segundos. —¿Puedes explicarme que está sucediendo?
Se miraron unos instantes en silencio y luego continuó:
>>No eres precisamente el más amable de los amantes que...
—Te pido disculpas. Generalmente no suelo ser de esta manera. Pero hay algo urgente que debo averiguar.
—¡Bien! Esto lo explica todo —le soltó en tono irónico— Tienes algo mejor que hacer….
Aldair había terminado de vestirse. La chica comenzó a padecer los efectos del frio en su piel desnuda y tiritando comenzó a ponerse la túnica.
—¿Te espero? —le consultó él sin saber muy bien que hacer.
Ella lo miró con ese rostro tan común en una mujer herida.
—¡No; por el gran Dagda!, no quisiera que pierdas la oportunidad de iluminarte por mi culpa.
El muchacho entendió lo descortés que había sido y tragó saliva.
—Discúlpame, yo... he sido realmente un tonto.


Se calzó los zapatos y en silencio aguardó a que ella terminara de vestirse. Luego, también en silencio, marcharon hacia la aldea. El aire entre ambos podía cortarse con una daga.

Por lo visto y gracias a su arrebato, aquella relación parecía no haber comenzado con el pie derecho, pensaba él.


Evidentemente tenía mucho que aprender sobre el sexo opuesto.

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