Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.
Cuando la mañana se llenó de luz, Melvin y Aldair se encontraron con Enda junto al sendero que llevaba hacia la aldea de
este último, tal y como habían acordado. El herrero llevaba un buen tiempo
aguardando la llegada de nuestros amigos por lo que estaba un tanto adormilado.
A su lado un hermoso corcel pastaba tranquilamente. Luego de los saludos y
abrazos se unió a la pareja de caminantes y sin mucho comentario les acompañó
el paso por un buen trecho pero cuando comenzó a sentir el cansancio en las
piernas decidió continuar a lomo de su animal. Sabía muy bien, pues su amigo le
mantenía informado, que los druidas casi nunca montan sobre bestias pues sus
pies deben permanecer en todo momento en contacto con el sagrado suelo. Una más
de tantas tradiciones celtas que no compartía; sin embargo respetaba a quienes
las obedecían tan rígidamente.
Para el
medio día habían llegado junto a la empalizada que protegía la aldea de Arkilo
de los peligros externos. Un guardia de mediana edad los detuvo pero enseguida
reconoció a Melvin y con un efusivo saludo les permitió el ingreso. Momentos
después la triada llegaba a la casa del jefe celta. Entonces Aldair percibió
algo extraño en el aire y buscó la vista de quien por tantos años fuera su
mentor. Melvin lo miró y asintió levemente.
—Yo también
lo percibo hijo mío.
Cuando solo faltaban escasos pasos, la
puerta se abrió de un golpe y un muchacho un tanto mayor que Aldair salió del
interior a paso ligero. Estaba tan compenetrado en sus pensamientos que no vio
a los tres que acababan de llegar y si estos no se hacían a un lado los llevaba
por delante. En su rostro contrito se adivinaba una cierta agresividad. Otros
cinco en actitud no menos beligerante lo seguían de cerca, como escoltándolo.
Todos desaparecieron detrás de la construcción y por unos instantes solo sus
voces enfrascadas en algún tipo de discusión fueron perceptibles. Aldair y
Melvin se miraron nuevamente como buscando mutuamente una respuesta que no
existía. Luego el más joven miró a Enda quien estaba un poco más atrás pero este
por toda respuesta alzo los hombros y puso cara de no tener ni la menor idea de
lo que allí ocurría.
Melvin golpeó con sus nudillos, suave pero
firmemente la puerta que habían vuelto a cerrar desde el interior. La hoja
volvió a abrirse y pudieron contemplar a un hombre alto y macizo que miró
seriamente al druida con cara de no reconocerlo. El anciano se presentó e
indicó que el jefe celta lo estaba esperando. El desconocido giró el tronco
hacia el interior de la casa y desde dentro la voz de Arkilo les indicó que
pasaran. El de la puerta se hizo a un lado y ambos, Melvin y Aldair penetraron
al interior de la vivienda. Enda les hizo un gesto indicando que permanecería
fuera. Luego la puerta volvió a cerrarse.
Dentro, la gran habitación circular con el
clásico fogón al medio estaba atestada de gente. Aldair pudo ver junto a una de
las paredes a un grupo de mujeres reunidas alrededor de otra que tenía evidentes
síntomas de estar pasando por una mala situación. Sentada con la cabeza gacha y
rostro de preocupación recibía palabras de aliento y gestos de ánimos de parte
de las otras. Algunas, las menos, lloraban desconsoladamente. En las antípodas
del recinto circular, un grupo de hombres charlaban serios y aunque el tono de
voz que empleaban era bajo era obvio por la forma acalorada en que gesticulaban
que estaban tratando un tema de mucha seriedad. A la derecha de este grupo, en
su sitial de honor, el rey Arkilo escuchaba seriamente a un par de hombres que
le hablaban casi al oído. En general lo
hacían por turnos pero por momentos se solapaban el uno al otro. El jefe los
escuchaba a ambos con atención y su rostro no se veía muy compuesto que
digamos. Entonces levantó la vista y se encontró con la de Melvin quien
aguardaba pacientemente. Inmediatamente interrumpió a sus interlocutores con un
ademán y poniéndose de pié se dirigió hasta donde estaba el viejo druida. Este
por respeto acortó la distancia y ambos se encontraron a unos pasos de allí
mientras Aldair seguía toda la escena con atención. Arkilo abrazó fuertemente
al druida y en su rostro se dibujó una tenue sonrisa; algo así como un gesto de
esperanza. Luego comenzó a hablarle y a gesticular animadamente. El rostro de
Melvin permanecía impávido como siempre y por momentos interrumpía al otro con
alguna pregunta. Luego de unos momentos de aquella charla el anciano tomó por
un brazo al otro y mirando a Aldair le hizo un gesto para que se acercara. Este
así lo hizo.
—Este es mi antiguo discípulo Aldair, de
quien ya te he hablado —le dijo al otro—. Acaba de ser ordenado y juntos
emprenderemos un largo viaje. Por eso necesitamos de tu guerrero; pero a la luz
de lo que me cuentas nos quedaremos a ayudar con lo que podamos.
—Gracias amigo mío.
El rostro del otro pareció pintarse de una
nueva capa de esperanza. Melvin miró entonces a su joven discípulo ahora
devenido en colega.
—La hija de Arkilo ha desaparecido —le explicó—.
Ella y su cuidador salieron de la aldea hace un día completo y aun no han
regresado.
—¿Como ocurrió? —preguntó Aldair al
compungido padre.
—Ayer por la mañana ambos salieron a dar un
paseo por las inmediaciones de la aldea. Arica, mi hija, tiene por costumbre hacerlo
a diario. Dice que no gusta de las multitudes y que prefiere salir sola, pero
gracias a mis ruegos e imposiciones accedió a que la acompañe al menos un guerrero.
Ya conocen el carácter de nuestras mujeres, no hace falta que les cuente. —Sus
dos interlocutores sonrieron como confirmando el comentario.
—Conozco algunas que otras, dueñas todas ellas
de un carácter de temer—ironizó Aldair.
—No lo dudo —completó el jefe celta con una
gran mueca de complicidad y enseguida prosiguió con su relato—. De todas
maneras, tenían por orden no alejarse mucho por lo que para la tarde deberían
haber estado ya aquí como todos las días. Sin embargo nunca llegaron.
En el rostro de Arkilo se vislumbró un
atisbo de temor pero enseguida volvió a endurecerse y quedar inexpresivo frente
al dolor tal y como se esperaba de un guerrero de su estirpe.
—Anoche dudé sobre si debía enviar o no a un
grupo a buscarlos pero esta mañana al llegar el alba más de treinta personas
salieron a por ellos pero aún no tenemos noticias —y acercando la cara hacia
sus interlocutores se sinceró y permitió que su coraza cayera—. Estoy realmente
preocupado.
Melvin miró seriamente al jefe guerrero
durante unos instantes y cuando pareció que por fin iba a hablar unos gritos llamaron
la atención desde el exterior. Pedían por Arkilo y este salió a toda prisa
dejando al druida con la palabra en la boca.
Algunos guerreros y las mujeres que estaban
reunidas fueron los primeros en seguirle. Melvin reconoció a la esposa de
Arkilo en la mujer que se veía notablemente afectada y sintió pena por ella.
—¡La han encontrado!¡La han encontrado!
–gritó desde afuera una voz de mujer y pronto todos habían salido quedando ambos
druidas en la vivienda que ahora estaba en silencio aunque no por mucho tiempo
pues enseguida volvió a entrar Arkilo trayendo en brazos a una joven tapada por
una manta. Por la forma en que le colgaba uno de los brazos Aldair dedujo que
estaba inconsciente o muerta.
El hombre se dirigió hacia uno de los camastros contra la pared circular
y suavemente depositó allí a la muchacha. Por las molestias que se tomó para no
golpearla era evidente que muerta no estaba. Pronto los que antes habían salido
iban entrando nuevamente. Un nuevo rostro, alguien que hasta el momento Aldair
no había visto y que vestía túnica color crudo igual que ellos se les acercó y saludó
con efusividad a Melvin. Se trataba de Ultinos, el druida de la aldea y un
viejo conocido de su mentor. Aldair también lo conocía y lo saludó en
concordancia.
—Parece que la han encontrado al fin —sentenció
Melvin.
—Acaban de hacerlo. En realidad ella sola llegó
por sus propios medios hasta las puertas de la aldea donde cayó rendida a corta
distancia, casi a los pies del vigilante.
Enseguida la joven postrada estuvo rodeada
de todo el mundo presente dentro de la casa y de los muchos que iban llegando
fruto de la curiosidad y de la necesidad de acompañar a su líder en una
situación por demás complicada.
—¡Bueno, ya fue suficiente! —Exclamó a viva
voz Ultinos mientras hacía sonar sus palmas—. Arica necesita descansar por lo
que les voy a pedir que se retiren. Sé que todos pretenden ayudar pero para eso
estoy yo ahora. Vamos, vamos, muy bien, así. Todos afuera. Eso, eso…
Lenta pero ruidosamente todos fueron saliendo
de la habitación, algunos incluso de mala gana hasta que solo quedaron Arkilo,
algunos integrantes de su séquito, su esposa junto a algunas de las mujeres que
le hacían compañía, Melvin y Aldair. El anciano le hizo un gesto a su compañero
indicándole que aguardara unos instantes y se dirigió hasta el camastro donde Ultinos
con rostro por demás preocupado destapaba a la convaleciente muchacha a fin de
revisarla. La joven tendría unos trece años aproximadamente y el anciano pudo
ver que estaba desnuda y presentaba moretones y raspones por todo el cuerpo. Se
reclinó sobre el hombro de Ultinos y le dijo algo al oído, el otro lo miró unos
instantes y al final asintió con la cabeza. Entonces Melvin llevó a Aldair al
exterior de la casa donde se encontraron con un desorientado Enda.
—Por lo que
alcancé a ver está muy golpeada.
—¿Alguien la
atacó?
—De eso no tengo
la menor duda —dijo el anciano. Luego se sumergió en sus pensamientos y ya no
dijo más.
—OOOOO—
Cuando se estaban
acomodando en la vivienda que les habían facilitado y se disponían a echar una
siesta, un fuerte alborotos en el exterior de la casa llamó la atención de los
tres. Al salir se encontraron con que al parecer un joven había encontrado al
cuidador de la hija de Arkilo aunque no se sabía si vivo o muerto pues habría caído al fondo de un barranco. Lo único
seguro era que una partida había salido a su rescate y en cualquier momento lo
traerían. Melvin bajó la vista al suelo durante unos instantes luego la alzó
nuevamente y se dirigió al interior de la vivienda.
—¿No vamos a ir a ayudar?
—le preguntó Aldair.
—Bien sabes que no
debemos intervenir en los asuntos de otros druidas a menos que se nos solicite
nuestra opinión y está es tierra de Ultinos. Solo a él le corresponde el mérito
o la derrota.
—Sí, pero…
—Sin peros Aldair,
es la costumbre y ni siquiera yo puedo saltarme las reglas de toda la vida sin
generar resquemores. Además es hora de mi siesta —le sonrió y se metió a la
casa.
Aldair quedó
tragándose la desilusión pues pese a las ganas que tenía de ir sabía que su
maestro estaba en lo cierto y esta vez no podría intervenir. <>, se dijo amargamente
mientras entraba también él a la vivienda. Dentro Melvin se había recostado sobre
el único camastro existente en la habitación y estaba quieto y en silencio pero
no dormía. A un costado sobre unas pieles Enda no solo dormía sino que roncaba
como un tronco a punto de partirse por la mitad. A su lado un pilón vacio de
pieles le indicaba que allí debería tirarse a descansar. Así lo hizo y no tardó
en sentir los ronquidos de su amigo en su propio oído. Aquello no sería
sencillo, pensó y cerró los ojos con la firme determinación de dormir un rato. Estaba
tan cansado a causa de la caminata de la mañana que no tardó en despreocuparse
del ruido y viajar hacia las dulces tierras del sueño.
—OOOOO—
Al despertar
estaba solo y no reconocía el lugar. Solo sabía que no era su morada. De a poco
fue volviendo a la realidad y a medida que el sueño se alejaba fue entendiendo
donde se hallaba. Cuando recordó todo se incorporó. Fuera se oían pasos y murmullos.
Más intrigado que adormecido se dirigió hacia la puerta. Empujó la hoja que
habría hacia afuera y fue cegado por la fuerte luz de la tarde. Fuera de la
casa Melvin y Enda hablaban en voz más o menos baja en situación cómplice.
Aldair se les unió.
—¿Qué ocurre?
—pronunció con la boca reseca.
—Han traído al
cuidador de la princesa —exclamó Enda.
—¿Cómo?
—En no muy buenas
condiciones… lo han llevado a la casa de Ultinos.
Aldair amagó un
impulso de ponerse en marcha pero al ver que su anciano compañero no
reaccionaba preguntó:
—¿Vamos…?
Por toda respuesta
el otro se llevó la pipa a los labios y con un suave bamboleo de la cabeza le
indicó que no irían a ningún lado. El muchacho frenó en el acto su entusiasmo y
miró desconcertado a su compañero y luego a Enda. Este se limitó a levantar
ambas manos con las palmas hacia arriba como indicando que no tenía la menor idea
de lo que estaba pasando.
—Quizás requieran
de nuestra ayuda.
—¿No crees que con
un druida alcanza?, ¿O dudas acaso de la capacidad de alguien que lleva más que
la totalidad de tu vida ejerciendo el arte del druidismo?
Aldair sintió de
pronto que su rostro se incendiaba.
—No, no es eso… es
solo que creí que… que podríamos ser de utilidad aquí.
—La soberbia puede
llevarte por caminos errados hijo mío. Debes ser paciente y lo que deseas
llegará a ti. Tal vez no de la forma que tú deseas o esperas. Tendrás que ser
buen observador para notarlo. Pero recuerda: el universo es sabio y mantiene
las cosas en equilibrio. Jamás lo olvides.
Ante aquella pieza
de sabiduría el muchacho quedó sin argumentos por lo que desistió de intentar
convencer a su antiguo maestro. A un costado Enda miraba con aire divertido aquella
situación mientras pensaba que nunca acabaría de entender a los Druidas.
Aquella tarde
Melvin y Aldair la pasaron dentro de la cabaña conversando sobre los pormenores
del viaje que acababan de comenzar pero sin profundizar demasiado al respecto. Simplemente
hablaban sobre itinerarios y pese a los ruegos de Aldair el anciano no debelaba
ningún secreto sobre lo que les aguardaría al llegar. Simplemente le contestaba
que “todo a su tiempo”, lo que impacientaba enormemente al muchacho. Enda había
decidido salir a recorrer la Aldea y a sus habitantes aprovechando que algunos
de estos, casualmente de sexo femenino, se habían ofrecido a mostrarle los
lugares más interesantes.
Ya caía la noche
cuando golpearon a la puerta. Melvin alimentaba el fuego pues la tarde se había
tornado fría por lo que Aldair abrió la puerta. Fuera, un silencioso Ultinos cargaba
con un rostro serio de mirada apagada. El muchacho le hizo un ademán
invitándolo a pasar y Melvin le ofreció un lugar donde sentarse.
—Les pido
disculpas por molestarlos ya que son ustedes los invitados de Arkilo, pero
necesito de tu consejo viejo maestro.
Melvin asintió y
con un gesto le indicó que continuara.
—Imagino que
habrán escuchado los gritos esta tarde.
—¡Sí! —Interrumpió
Aldair— ¿Qué fue lo que…? —pero Melvin lo interrumpió levantando la mano.
—Dejemos que Ultinos
nos cuente lo que él sabe hijo mío. De otro modo no podremos ayudarle en su
dilema.
—Hace algunas horas
la princesa despertó a los gritos. Al principio solo articulaba incoherencias
entre quejidos y balbuceos y cada tanto volvía a perder el conocimiento pero
luego de un tiempo comenzó a hablar más claro. Quiero decir que en un comienzo
no se le entendía nada de lo que intentaba decirnos pero más tarde los sonidos
fueron cobrando claridad hasta que pudimos discernir algo de lo que pretendía decirnos.
Ahora duerme pero las últimas palabras que pronunció nos dejaron a todos de una
pieza. No dábamos crédito a lo que oíamos. De hecho aun me cuesta creer que tal
cosa sea cierta, pero es la hija de nuestro jefe y jamás hemos sabido que sus
labios emitieran una sola mentira.
—¿Pero qué es lo
que tanto les preocupa? —volvió a interrumpir Aldair y automáticamente miró a
su mentor esperando la reprimenda, sin embargo el rostro del viejo continuaba
como si nada.
—Lo último que
dijo la muchacha antes de caer nuevamente en la inconsciencia fue el nombre de
quien la había dañado de la forma que tu, Melvin, pudiste apreciar más temprano
en la casa de Arkilo.
Aldair miró al
anciano y luego nuevamente a Ultinos. Ambos estaban abstraídos y con las mirada
perdida. El primero sacando conclusiones mientras seguía el relato y el ultimo
perturbado por algo que aun no había contado.
—Nombre que
evidentemente te preocupa mucho a ti Ultinos y que no dudo que nos irás a decir
a continuación. ¿Verdad? —le solicitó en tono cortante.
Melvin esbozó una
mueca ante la conducta de su discípulo. El otro volvió la vista al presente.
—Eso precisamente es
lo que no puedo entender Aldair.
El druida miró a
uno y luego al otro como buscando respuestas o al menos una tenue luz que
echara claridad sobre aquel asunto y le ayudara a entender lo que estaba a
punto de expresar en palabras.
>> Antes de
desfallecer, contó que quien la atacó y dejó en tan calamitoso estado fue su
propio cuidador.
—OOOOO—
—Desde que despertó está ahí. —Dijo Ultinos señalando al muchacho que
permanecía sentado hecho un ovillo en el piso de tierra con las rodillas contra
el mentón y los brazos cruzados por detrás de los muslos. Una manta que alguien
había colocado sobre sus hombros era la única vestimenta que poseía—. Hace horas
que no se mueve y no ha respondido a ninguna de mis preguntas. Es como si ni
siquiera notara mi presencia.
Aldair buscó los ojos
de Melvin y este le devolvió una sonrisa y un asentimiento de cabeza.
—No dudo que puedas
encargarte —le dijo suavemente.
El muchacho se
acercó al que estaba acurrucado y comenzó a estudiarlo. Intentó tocarle la
frente pero al contacto con su mano el otro se estremeció y de un salto se puso
de pié tenso con los brazos a los lados y los puños cerrados como rocas. Abrió
tan grandes los ojos que por un momento el joven druida temió que fueran a
salírsele de las orbitas y rebotar por la habitación.
—Tranquilo,
tranquilo… —le dijo con voz suave mientras se ponía de pie— no tienes nada que
temer.
El otro se relajó
y con un gesto lento a fin de no espantarlo Aldair le impuso la palma de la mano
sobre la frente en busca de fiebre pero pese a las precauciones el muchacho se tensó
nuevamente de la cabeza a los pies aunque esta vez no duró demasiado y enseguida
se relajó. Lentamente fue cerrando los ojos y quedó sumido en un sueño intranquilo.
Aldair lo sostuvo evitando así que cayera al suelo mientras que con una mirada
solicitaba ayuda a los demás. Enda se acercó y juntos lo llevaron hasta el
camastro que tenían a su derecha y lo recostaron en el. Pese a los fuertes brazos
del herrero no fue una tarea sencilla pues el joven era de gran talla y peso considerable
aunque su cuerpo careciera casi totalmente de grasa. <>, pensó Aldair. Instantes después el joven estaba
cómodamente acostado y cubierto de mantas que lo protegían del frío reinante.
Debajo de aquellas mantas el pecho subía y bajaba al ritmo de una agitada
respiración.
De pronto la
tranquilidad reinante fue rota por fuertes gritos provenientes del exterior y golpes
en la puerta. Ultinos fue a abrir y se encontró con un grupo de jóvenes a los
que se les notaba un talante agresivo. Él a su vez puso cara de fastidio y les
habló con vos fuerte y firme imponiendo el respeto que su posición merecía.
—¿Qué significan
esos golpes? ¿Acaso olvidan en casa de quien están?
—Ultinos, pedimos
disculpas oh nuestro druida pero sabemos que alojas al culpable de los
padecimientos de Arica.
—En principio, lo
único que alojo aquí hoy es a un herido que necesita de mis cuidados, como
cualquiera en la aldea podría necesitarlos.
Mientras decía
estas palabras del fondo de la muchedumbre apareció otro muchacho. Se fue
haciendo lugar a golpes y empujones hasta quedar frente a frente con el dueño
de casa.
—¡Druida!; Bien
sabes que lo que tu protegido ha hecho es digno de un castigo ejemplar. Por lo
tanto te pedimos que nos lo entregues para que podamos llevarlo ante el gran
tribunal de la aldea a fin de que se tomen las acciones correspondientes.
—Lamento
informarles jóvenes que tal cosa no será posible.
—Pero ha cometido
una de las peores traiciones que alguien de su posición podría cometer. —Dijo
alguien desde el fondo—. Casi ha matado a quien debía proteger con el agravante
de que estamos hablando de la hija de nuestro venerado jefe Arkilo. La ley dice
que debemos castigarlo.
—No pretendas
enseñarme a mí lo que la ley indica. Ninguno de ustedes había nacido cuando yo
ya conocía y aplicaba la ley a quien correspondiera y en la forma que correspondiera.
—Pero…
—La ley también
dice que el inculpado debe poder defenderse y explicarle al consejo de los doce
el por qué de su accionar.
—Realmente muy
conveniente… —Dijo el joven que había emergido desde atrás. —Y al ver que
Ultinos comenzaba a perder la paciencia agregó casi en un grito desafiante:
>>Si no
fuera quien es, no lo protegerías de ese modo.
Aquello bastó. El
Druida salió del umbral de la puerta y se metió dentro del grupo de jóvenes y
acercándose amenazadoramente a quien hablara le dijo:
—Y si tú no fueras
quien eres tal vez yo no sería tan paciente ante tus impertinencias. Tomaré lo
que acabas de decir como producto del trastorno que sientes por toda esta
situación Aius pero no olvides que tú también puedes conocer la hoguera tan
solo por insultarme.
Aquellas palabras
golpearon al muchacho como un garrote en el vientre. En su rostro se
materializaron brevemente el desconcierto y el temor pero enseguida se
recompuso volviéndole su habitual gesto pedante y desafiante. Entonces, sin darles
tiempo a reaccionar siquiera el druida dio media vuelta y se metió dentro de su
residencia cerrando la puerta tras de sí. Al dejar atrás aquella escena pudo
contemplar la otra, la que se desarrollaba en el interior de su casa. El
muchacho joven llamado Aldair estaba reclinado sobre el herido. Melvin, con
rostro pensativo descansaba sentado en un tronco frente a las llamas del fogón
y junto a la cama, Enda seguía atentamente los movimientos que su amigo
realizaba para tratar de reanimar al muchacho. Lo vio tomar agua de un ánfora y
derramarla dentro de un cuenco de madera al que previamente había agregado
algunas hierbas tan finamente molidas que semejaban polvo. Luego vio como agitaba
la mezcla hasta volverla un líquido uniforme y con movimientos lentos acercar
el copón de madera a los labios del otro para suavemente obligarle a introducir
el líquido amargo hacia el interior de la garganta.
—Bebe Alain.
Esto te hará bien.
Alain tuvo un
espasmo, abrió los ojos y se incorporó sobre los codos haciendo arcadas. Estaba
desorientado.
—¿Dónde estoy?
—En mi casa. —Contestó
Ultinos.
—Pero como…
—Te encontraron
inconsciente y te trajeron. Habías caído por el acantilado.
Por la forma en
que miraba todo alrededor era claro que aún continuaba perdido. De pronto su
cara se contrajo en un gesto de temor.
—¿Arica?
—En casa de sus
padres.
—¿Qué…? —Hizo una
pausa para ordenar sus ideas—.¿Qué fue lo que ocurrió?
—Esperábamos que
fueras tu el que nos aclararas esa parte.
—¿Ella está bien?
—Está muy débil.
Alguien la golpeó con saña; pero es una mujer fuerte y no tengo dudas de que se
va a recuperar.
—Pero… —insistió—.
¿Recuperó su forma humana?
—OOOOO—
—Tan solo unos
momentos antes habíamos terminado de comer. Aun era temprano por lo que no habiendo apuro de
ningún tipo simplemente continuamos allí, recostados y conversando alegremente de
cualquier cosa cuando ella comenzó a cambiar. De repente su rostro comenzó a
desfigurarse, a transformarse. Todo su ser fue cambiando rápidamente. Sus ojos,
su nariz y la boca se veían desproporcionados e incluso las orejas
desaparecieron del lugar donde deberían haber estado. O se encogieron, o no se…
un momento antes tenía orejar y al siguiente ya no. Con horror contemplé como también
el cabello se le caía a mechones hasta quedar a la vista una piel cubierta por
escamas y unas terribles protuberancias como pequeños cuernos sobre a cabeza.
Pero la desgracia no terminó ahí. Luego el rostro comenzó a achatársele hasta
que la nariz desapareció y quedó convertida en tan solo dos orificios chatos y longitudinales.
Dos ranuras como branquias. La boca se tornó en un morro con dientes podridos y
afilados. De pronto toda su piel se había caído, despegada y muerta como la de
las serpientes y donde antes había estado ahora pude observar más escamas, como
las de la cabeza solo que más grandes y de un color verde muy intenso. Sin
embargo lo más terrorífico de todo, lo que más me impresionó fueron sus manos.
Estas ya no eran manos humanas sino enormes garras afiladas que coronaban unos brazos
delgados y carentes de músculos más parecidos a los de un insecto gigante que a
las extremidades de una persona. Me miró con furia y un instante después saltó
sobre mí. Yo no supe que hacer más que retroceder desde mi incómoda postura en
el piso por lo que caí de espaldas. Ella, o tal vez debo decir: “eso” aprovecho
el blanco fácil que le estaba brindando y de un salto se me subió encima tratando
de morderme, de desgarrarme la garganta
con esos dientes putrefactos. Por un par de veces logré frenar sus dentelladas
agarrándole sus brazos y sacándola hacia un costado primero y al otro después
pero al tercer intento no logré ya detenerla y me mordió aquí, en el cuello. —Como
un acto reflejo se llevó la mano derecha a la altura del cuello y palpó lo que
parecía ser una herida de dientes aunque no muy grande—. Afortunadamente logré
zafarme y salir de debajo de esa cosa lanzándola hacia un costado. Al caer
emitió un chillido desgarrador y se incorporó enseguida con una agilidad que me
sorprendió pero que igualmente me dio tiempo a ponerme de pié. Si ella era rápida
el terror que causaba en mí hacía que yo no fuera mucho más lento tampoco. Cuando
volvió a saltar sobre mí yo estaba preparado y esperándole. Entonces le asesté
un golpe en la cabeza con mi puño cerrado. Se oyó el crujir de huesos y la mano
me dolió horrores. La criatura lanzó un chillido y retrocedió unos pasos.
Lamentablemente eso no la detuvo. Simplemente me midió y comenzó a arrojar zarpazos
al aire en busca de mis zonas vulnerables. El cuello, los ojos, mi estómago. No
podía creer que esa cosa fuera Arica, pero yo acababa de ver la transformación.
No había dudas al respecto.
En un comienzo no
quería lastimarla e intenté solo defenderme pero tenía una fuerza sobrehumana y
no dejaba de atacarme. Cuando comencé a temer por mi propia vida fue que dejé
de medir mis golpes. En cierto momento se me acercó con las garras bajas y yo
aproveché. Le pegué una patada con todas las fuerzas que pude juntar justo en
la zona más blanda del estomago y se ve que no era muy fuerte allí porque
emitió un nuevo chillido y se retorció tomándose la zona con ambas manos.
Entonces salté sobre ella y comencé a golpearla por donde podía. Cabeza,
cuello, espalda. No medía la fuerza ni la dirección, estaba como poseído. —Hizo
una breve pausa y luego retomó—. Entonces dejó de moverse.
Todos contemplaban
al muchacho, extasiados.
—Por favor,
continúa —pidió Melvin amablemente al ver que el otro se había vuelto a perder
en sus pensamientos.
—Tardé unos
instantes en acercarme a lo que fuera en lo que se había convertido pero al ver
que no se movía junté coraje y me acerqué. Miré mi espada que estaba sobre la
ropa, pensé en tomarla pero parecía no hacer falta. Comprendí mi error cuando
al agacharme ella se incorporó de golpe y me empujó. Al encontrarme mal
preparado no pude resistir el embate y retrocedí unos cuantos pasos. —Nueva
pausa—. Para cuando intenté darme cuenta estaba cayendo por aquel barranco,
tratando de aferrarme a algo, lo que fuera con tal de detener la caída. Luego
no recuerdo nada más; hasta esta tarde en que desperté aquí en tu casa,
Ultinos.
El silencio
invadió la estancia. Los presentes se miraron unos a otros intentando entender.
Intentando creer. Aquella era una historia que como mínimo se veía un tanto singular.
Aldair miró a su amigo Enda, este tenía cara de no creer ni una palabra de todo
aquello y sin embargo guardaba un respetuoso silencio.
—OOOOO—
La joven
descansaba completamente desnuda bajo una manta y sobre esta algunas pieles de
animales la mantenían caliente. Respiraba acompasadamente y en general se la
notaba distendida. Había pasado bastante tiempo desde los últimos estremecimientos.
Aquellos en los que en repetidas ocasiones y de la nada su cuerpo se había tensado,
había temblado preocupantemente y había vuelto a la paz de su tranquilo sueño. Su
madre había estado siempre a su lado, sufriendo con cada acceso de los que su
hija era víctima y conteniéndola cuando fue necesario.
—Necesito
despertarla —le explicó Aldair.
—Pero se la ve tan
tranquila…
—Necesitamos saber
que fue lo que ocurrió allí afuera. —Esta vez se dirigió a Arkilo.
El jefe miró a
Melvin quien se encontraba sentado detrás del joven druida. No parecía confiar
demasiado en la corta edad del muchacho, sin embargo ante la silenciosa confirmación
del anciano accedió sin miramientos.
—Está bien.
Adelante.
Aldair se acuclilló
frente a la cama de la muchacha a la altura de su rostro y extrajo de su morral
un atado de hojas verdes que envolvían algo. Lentamente y con cuidado abrió el
envoltorio dejando al descubierto una pasta de olor fuerte y desagradable con
la que untó los labios entreabiertos de Arica. Enseguida la joven comenzó a
toser fuertemente hasta despertarse sobresaltada. Ya consciente, continuó
tosiendo sin poder contener los espasmos hasta que poco a poco fue recuperando
el control de su respiración y las molestias desaparecieron. La muchacha lo
miró extrañada pues lo desconocía; se la notaba confusa como perdida en el
tiempo y la distancia.
—¿Dónde… dónde
estoy?
—Tranquila
querida. Estás en casa de tus padres. ¿Recuerdas algo de lo que ocurrió?
Ella intentó enderezarse en la cama pero
enseguida gesticuló de manera dolorosa mientras se tomaba la cabeza con ambas
manos.
—Tomate tu tiempo
pero es importante que nos cuentes que fue lo que ocurrió ayer en el bosque. La
vida de Alain depende de lo que nos cuentes.
—¿Su vida? —Dijo
ella abriendo los ojos de par en par. La noticia sin dudas la había
sobresaltado.
—El debía cuidar
de tu seguridad y en lugar de ello te atacó e hirió gravemente. —Intervino
Arkilo contrariado—. ¿Cómo pude confiar en ese animal?
—Tal como están
las cosas, tu versión de los hechos inclinará la báscula hacia un lado u otro.
La joven tragó
saliva.
—Como antes dije…
el me atacó, si pero parecía fuera de sí; estaba como loco. Intenté detenerlo
pero fue inútil… es demasiado fuerte.
—¿Dices que te
atacó sin razón aparente? —Aldair la miraba fijamente a los ojos.
—Si —dijo ella
tragando saliva pero manteniendo la vista en los ojos del joven druida.
—Según tengo
entendido habías salido a dar un paseo con tu escolta. A recoger flores de
lavanda. ¿Verdad?
—Sí; ella recoge
las flores de lavanda que utilizamos para fabricar nuestras esencias. —Intervino
la angustiada madre.
—¿Y qué tan
seguido sales fuera de la aldea en busca de tan preciadas florecillas?
La muchacha
enrojeció pero mantuvo la vista clavada en la de Aldair. Los labios se
contrajeron en un rictus involuntario.
>>¿Siempre
eres escoltada por el mismo guardián?
—Yo…
—Contesta la
pregunta hija —intervino ansioso Arkilo.
—Salimos casi a
diario. Y si: Alain es quien me custodia siempre.
El aire comenzaba
a cargarse de cierta tensión.
—Comprendo —dijo
Aldair—. Tengo entendido también que ayer ustedes comieron allí afuera. ¿Es así?
—Si, a veces
llevamos algunas vituallas. Alain enciende un fuego y
comemos con las últimas luces de la tarde mientras entonamos algunos canticos.
—Luego miró a su padre y continuó— pero tu eso ya lo sabes padre.
—Sí, claro. ¿Pero
eso que puede tener que ver con lo que aquí ha ocurrido?
—¿Puedes
explicarme cómo es los encontraron desnudos a ambos? —preguntó inesperadamente
Aldair a la muchacha.
Ella volvió a tragar
saliva y su rostro se encendió como las brazas. Consciente de ello bajó la
cabeza.
—¿Pero qué…?
—Interrumpió la madre—. ¿Qué intenta?
—¡Señora…! Su hija
hace algo más que recoger florecillas allá fuera.
Mientras decía
aquellas palabras mantenía la vista clavada en la muchacha y esta parecía que
iba a incendiarse en cualquier momento. Luego recorrió los rostros de los
presentes. Arkilo estaba rojo y el bigote se le había erizado como un gato
asustado. Su esposa estaba pálida y con la boca abierta en un claro gesto de
incredulidad. Atrás, Melvin parecía estar haciéndose el día con toda la
situación. La barba ocultaba su sonrisa pero sus ojos pequeños eran un claro
indicio de cuanto lo divertía todo aquello.
—Esto es imposible
—cortó Arkilo—. Tú te vas a casar con el hijo de Godrick en Beltaine. Ya está
acordado y hemos dado nuestra palabra.
La madre exclamó
una plegaria a los dioses.
—Sabía que no era
una buena idea todo esto. No es natural.
De pronto Arica
explotó:
—Estoy hasta las
orejas de vuestras promesas y pactos. Todas las mujeres de la tribu son dueñas
de acostarse con quienes quieran las veces que les venga en gana pero yo, la
hija del jefe debo ser cauta y respetuosa y todo porque ustedes quieren
aumentar sus tierras y sus pactos comerciales. ¡Pues sépanlo bien! El hijo de
de Godrick no es ni la mitad de hombre en la cama que Alain.
A él es a quien amo y con él es con quien deseo casarme el próximo Beltaine.
Todos se quedaron
duros ante aquel comentario. Melvin explotó en carcajadas y Arkilo lo miró
furioso.
—¿Que es tan
gracioso viejo zorro?
—La juventud. La
juventud lo es.
Aldair lo miraba
divertido pero no se atrevía a reír tan descaradamente.
>>Estabas
tan concentrado en cerrar tu pacto con Godrick que se te escapó el sutil
detalle de las salidas de tu hija con el sobrino de Ultinos.
Aldair achicó los
ojos como haciendo puntería a un blanco imaginario.
—Pero hija…
—insistió con forzada tranquilidad el jefe celta—. ¿Acaso no te parece
conveniente el joven Pentilo? Cásate con él este año y en las festividades del
año que viene puedes romper tu contrato como la ley permite y te quedas con
Alain.
—¡De ninguna
manera! —Era la madre de Arica quien hablaba ahora—. Me opongo a que esa bestia
vuelva a ponerte una mano encima.
—Creo,
—interrumpió Aldair— que existe una explicación incluso para lo que hizo este
muchacho y si estoy en lo cierto eso lo exonera de toda culpa. ¿Verdad querida?
La joven volvió a
enrojecerse y bajó la vista.
—A que te refieres
—dijo Arkilo.
—Creo —Aldair miró
a la joven a los ojos—, o más bien estoy seguro que entre las vituallas que
ustedes dos llevaron al bosque había algo que podría darnos una clara
explicación a todo esto.
—No entiendo
—volvió a exclamar el confuso padre.
—Deja que el
muchacho complete la idea, no lo interrumpas —sentenció Melvin.
—Gracias Maestro.
Cuando revisé a Alain hace un rato me di cuenta que su aliento era fuerte y
desagradable. Estaba cargado de olor a vómito rancio pero no era lo único ya
que había algo más; un olor que me resultaba conocido. Luego cuando nos contó cómo,
a sus ojos, Arica se transformó en aquel monstruo no tuve dudas. Solo me
faltaba constatar cómo fue que el muchacho dio con algo que no muchos conocemos.
—Miró a Melvin— Y ahora que tu, padre, me acabas de aclarar que Ultinos es el
tío de Alain no me quedan dudas. —Luego, dirigiéndose a Arica le pidió
suavemente: —¿Quieres completar tu relato con el detalle que nos falta?
—Una tarde, luego
de haber retozado como nos gusta, seguíamos abrazados disfrutando de la paz
alcanzada cuando de pronto, seguramente inspirado por el hermoso atardecer, Alain
me dijo que su tío usaba un preparado para conversar con los dioses y tener
visiones muy interesantes. Entonces me propuse a convencerlo de que debíamos
probar aquello pero él se resistía argumentando primero que no era correcto
pues no debíamos meternos con cosas que no entendíamos y segundo que era
contrario a la ley robar o lo que es lo mismo tomar algo sin el consentimiento
de su dueño. Mucho peor si de un druida se trata no importando que este fuera
de su misma sangre. Al final le dije que si a él no le importaba en lo más
mínimo que yo estuviera prometida a otro con lo cual cada uno de nuestros
encuentros se convertía en un robo entonces no debería sentir temor de tomar
algo que por cierto nos brindaría experiencias muy agradables. De esa forma
parece que lo convencí porque a los pocos días él apareció trayendo aquel
tesoro. Al principio no sabíamos cómo usarlo pero él me contó cómo había visto
hacer a su tío y así fue que nos decidimos a probarlo. Lo que ocurrió luego fue
muy extraño y placentero. Realmente intensificaba todos nuestros sentidos y nos
hacía reír mucho. A partir de ahí cada vez que podíamos utilizábamos aquello
para estar más cerca de los dioses. Hasta que, como todo lo hace, llegó a su
fin. Hace unos días se nos terminó nuestra provisión y Alain ya no pudo
conseguir más. No sabíamos si Ultinos había descubierto nuestro pequeño robo;
lo cierto es que ya no dejaba a mano nada que pudiésemos utilizar para
incrementar nuestro gozo y cuando ya lo dábamos por perdido y nos estábamos
conformando con lo simple, la luz apareció nuevamente. Fue ayer a la mañana
cuando Alain se sinceró y me contó que cierta vez siendo un niño había visto vez a
su tío preparar aquel polvillo mágico y que si mal no recordaba eran tan solo
algunos hongos de los que había visto que crecen por los alrededores. Me contó
que había visto como su tío los preparaba de forma especial. Como los dejaba
secar y hacía un polvillo con ellos. Todo el proceso tomaba su tiempo y como no
teníamos tal cosa le pedí que me enseñara aquellos hongos y el lugar donde los
había visto. Así, en la tarde de ayer en lugar de recolectar flores de lavanda
nos dedicamos a cortar algunos de tales hongos. Como el tiempo no era nuestro
aliado como antes les contaba decidimos consumirlos así sin más. Frescos.
Directamente de la mano de la naturaleza. Lo ingerimos antes de tener sexo y
eso es lo último que recuerdo con claridad. Luego todos mis recuerdos son muy confusos.
El atacándome y lastimándome y yo defendiéndome o tal vez atacándole a mi vez.
Por momentos creo que había otros hombres pero ya no estoy segura. Luego la
oscuridad total y el volver a despertar aquí.
—Parece que esto aclara el misterio —sentenció
Melvin.
—Un lamentable
error debido a la imprudencia de un par de jóvenes.
—¿Qué va a ocurrir
ahora? —era la madre de la joven quien aturdida por la noticia solicitaba una
guía.
—Si los detalles
de esta aventura salen a la luz nos encontraríamos ante una injusticia mucho
peor que el desliz que aquí se ha cometido —explicó Melvin—. Por demás sabido
es que robar a un Druida significa una falta en extremo grave cuyo castigo es
la misma muerte en el ceno de las llamas. Sin embargo la situación se torna aun
más complicada al involucrar nada menos que a la hija del hombre que guía los destinos
de la aldea y al mismísimo sobrino del máximo referente espiritual de todos los
hombres y mujeres que viven dentro de estos muros. Si esto se conociera, tanto
Arkilo como Ultinos caerían en un descredito sin igual y muy pronto otros
desearían e intentarían tomar su lugar. Cosa grave para todos pues al no contar
ya con el apoyo ni el respeto del pueblo no tendrían oportunidad alguna de
defesa y muy pronto el caos lo dominaría todo. Pero no desesperéis pues doy por
sentado que es una situación que podemos subsanar en este mismo momento.
—Que propones oh
sabio Melvin —solicitó Arkilo.
El anciano meditó
unos segundos su respuesta.
—Pues, debemos
contar lo que en realidad ocurrió —dijo por fin. Todos se miraron a los
rostros.
>>Debemos
explicar cómo fue que estos jóvenes resultaron poseídos por sendos espíritus
malignos del bosque y como, sin ser dueños de sus actos, intentaron lastimarse
el uno a la otra y viceversa.
Arkilo se acercó
al viejo Druida y tomándolo por los hombros lo sacudió suavemente para luego
estrecharlo en un apretado y fraterno abrazo. Sonreía como un niño que acaba de
cometer alguna travesura. Incluso su rostro parecía brillar con luz propia.
—Tú sí que eres un
hombre sabio, oh gran maestro entre maestro. No se hable más del asunto; si eso
fue lo que ocurrió, eso es lo que debe contarse. Pues debemos rescatar el
aspecto aleccionador de todo este asunto y prevenir a los incautos para que no
vuelva a ocurrir jamás cosa semejante. —Luego abrazó a su esposa quien estaba
feliz aunque algo aturdida.
Melvin y su
discípulo se miraron con miradas cómplice.
—Lo has hecho muy
bien hijo mío. Estoy realmente orgulloso ya que no esperaba menos de tu
desempeño. Desde el primer momento supe que podrías resolverlo solo.
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