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lunes, 3 de septiembre de 2012

Cap 08 - Inculpado

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.




Cuando la mañana se llenó de luz, Melvin y Aldair se encontraron con Enda junto al sendero que llevaba hacia la aldea de este último, tal y como habían acordado. El herrero llevaba un buen tiempo aguardando la llegada de nuestros amigos por lo que estaba un tanto adormilado. A su lado un hermoso corcel pastaba tranquilamente. Luego de los saludos y abrazos se unió a la pareja de caminantes y sin mucho comentario les acompañó el paso por un buen trecho pero cuando comenzó a sentir el cansancio en las piernas decidió continuar a lomo de su animal. Sabía muy bien, pues su amigo le mantenía informado, que los druidas casi nunca montan sobre bestias pues sus pies deben permanecer en todo momento en contacto con el sagrado suelo. Una más de tantas tradiciones celtas que no compartía; sin embargo respetaba a quienes las obedecían tan rígidamente.

Para el medio día habían llegado junto a la empalizada que protegía la aldea de Arkilo de los peligros externos. Un guardia de mediana edad los detuvo pero enseguida reconoció a Melvin y con un efusivo saludo les permitió el ingreso. Momentos después la triada llegaba a la casa del jefe celta. Entonces Aldair percibió algo extraño en el aire y buscó la vista de quien por tantos años fuera su mentor. Melvin lo miró y asintió levemente.
—Yo también lo percibo hijo mío.
Cuando solo faltaban escasos pasos, la puerta se abrió de un golpe y un muchacho un tanto mayor que Aldair salió del interior a paso ligero. Estaba tan compenetrado en sus pensamientos que no vio a los tres que acababan de llegar y si estos no se hacían a un lado los llevaba por delante. En su rostro contrito se adivinaba una cierta agresividad. Otros cinco en actitud no menos beligerante lo seguían de cerca, como escoltándolo. Todos desaparecieron detrás de la construcción y por unos instantes solo sus voces enfrascadas en algún tipo de discusión fueron perceptibles. Aldair y Melvin se miraron nuevamente como buscando mutuamente una respuesta que no existía. Luego el más joven miró a Enda quien estaba un poco más atrás pero este por toda respuesta alzo los hombros y puso cara de no tener ni la menor idea de lo que allí ocurría.
Melvin golpeó con sus nudillos, suave pero firmemente la puerta que habían vuelto a cerrar desde el interior. La hoja volvió a abrirse y pudieron contemplar a un hombre alto y macizo que miró seriamente al druida con cara de no reconocerlo. El anciano se presentó e indicó que el jefe celta lo estaba esperando. El desconocido giró el tronco hacia el interior de la casa y desde dentro la voz de Arkilo les indicó que pasaran. El de la puerta se hizo a un lado y ambos, Melvin y Aldair penetraron al interior de la vivienda. Enda les hizo un gesto indicando que permanecería fuera. Luego la puerta volvió a cerrarse.
Dentro, la gran habitación circular con el clásico fogón al medio estaba atestada de gente. Aldair pudo ver junto a una de las paredes a un grupo de mujeres reunidas alrededor de otra que tenía evidentes síntomas de estar pasando por una mala situación. Sentada con la cabeza gacha y rostro de preocupación recibía palabras de aliento y gestos de ánimos de parte de las otras. Algunas, las menos, lloraban desconsoladamente. En las antípodas del recinto circular, un grupo de hombres charlaban serios y aunque el tono de voz que empleaban era bajo era obvio por la forma acalorada en que gesticulaban que estaban tratando un tema de mucha seriedad. A la derecha de este grupo, en su sitial de honor, el rey Arkilo escuchaba seriamente a un par de hombres que le hablaban casi al oído. En general  lo hacían por turnos pero por momentos se solapaban el uno al otro. El jefe los escuchaba a ambos con atención y su rostro no se veía muy compuesto que digamos. Entonces levantó la vista y se encontró con la de Melvin quien aguardaba pacientemente. Inmediatamente interrumpió a sus interlocutores con un ademán y poniéndose de pié se dirigió hasta donde estaba el viejo druida. Este por respeto acortó la distancia y ambos se encontraron a unos pasos de allí mientras Aldair seguía toda la escena con atención. Arkilo abrazó fuertemente al druida y en su rostro se dibujó una tenue sonrisa; algo así como un gesto de esperanza. Luego comenzó a hablarle y a gesticular animadamente. El rostro de Melvin permanecía impávido como siempre y por momentos interrumpía al otro con alguna pregunta. Luego de unos momentos de aquella charla el anciano tomó por un brazo al otro y mirando a Aldair le hizo un gesto para que se acercara. Este así lo hizo.
—Este es mi antiguo discípulo Aldair, de quien ya te he hablado —le dijo al otro—. Acaba de ser ordenado y juntos emprenderemos un largo viaje. Por eso necesitamos de tu guerrero; pero a la luz de lo que me cuentas nos quedaremos a ayudar con lo que podamos.
—Gracias amigo mío.
El rostro del otro pareció pintarse de una nueva capa de esperanza. Melvin miró entonces a su joven discípulo ahora devenido en colega.
—La hija de Arkilo ha desaparecido —le explicó—. Ella y su cuidador salieron de la aldea hace un día completo y aun no han regresado.
—¿Como ocurrió? —preguntó Aldair al compungido padre.
—Ayer por la mañana ambos salieron a dar un paseo por las inmediaciones de la aldea. Arica, mi hija, tiene por costumbre hacerlo a diario. Dice que no gusta de las multitudes y que prefiere salir sola, pero gracias a mis ruegos e imposiciones accedió a que la acompañe al menos un guerrero. Ya conocen el carácter de nuestras mujeres, no hace falta que les cuente. —Sus dos interlocutores sonrieron como confirmando el comentario.
—Conozco algunas que otras, dueñas todas ellas de un carácter de temer—ironizó Aldair.
—No lo dudo —completó el jefe celta con una gran mueca de complicidad y enseguida prosiguió con su relato—. De todas maneras, tenían por orden no alejarse mucho por lo que para la tarde deberían haber estado ya aquí como todos las días. Sin embargo nunca llegaron.
En el rostro de Arkilo se vislumbró un atisbo de temor pero enseguida volvió a endurecerse y quedar inexpresivo frente al dolor tal y como se esperaba de un guerrero de su estirpe.
—Anoche dudé sobre si debía enviar o no a un grupo a buscarlos pero esta mañana al llegar el alba más de treinta personas salieron a por ellos pero aún no tenemos noticias —y acercando la cara hacia sus interlocutores se sinceró y permitió que su coraza cayera—. Estoy realmente preocupado.
Melvin miró seriamente al jefe guerrero durante unos instantes y cuando pareció que por fin iba a hablar unos gritos llamaron la atención desde el exterior. Pedían por Arkilo y este salió a toda prisa dejando al druida con la palabra en la boca.
Algunos guerreros y las mujeres que estaban reunidas fueron los primeros en seguirle. Melvin reconoció a la esposa de Arkilo en la mujer que se veía notablemente afectada y sintió pena por ella.
—¡La han encontrado!¡La han encontrado! –gritó desde afuera una voz de mujer y pronto todos habían salido quedando ambos druidas en la vivienda que ahora estaba en silencio aunque no por mucho tiempo pues enseguida volvió a entrar Arkilo trayendo en brazos a una joven tapada por una manta. Por la forma en que le colgaba uno de los brazos Aldair dedujo que estaba inconsciente o muerta. El hombre se dirigió hacia uno de los camastros contra la pared circular y suavemente depositó allí a la muchacha. Por las molestias que se tomó para no golpearla era evidente que muerta no estaba. Pronto los que antes habían salido iban entrando nuevamente. Un nuevo rostro, alguien que hasta el momento Aldair no había visto y que vestía túnica color crudo igual que ellos se les acercó y saludó con efusividad a Melvin. Se trataba de Ultinos, el druida de la aldea y un viejo conocido de su mentor. Aldair también lo conocía y lo saludó en concordancia.
—Parece que la han encontrado al fin —sentenció Melvin.
—Acaban de hacerlo. En realidad ella sola llegó por sus propios medios hasta las puertas de la aldea donde cayó rendida a corta distancia, casi a los pies del vigilante.
Enseguida la joven postrada estuvo rodeada de todo el mundo presente dentro de la casa y de los muchos que iban llegando fruto de la curiosidad y de la necesidad de acompañar a su líder en una situación por demás complicada.
—¡Bueno, ya fue suficiente! —Exclamó a viva voz Ultinos mientras hacía sonar sus palmas—. Arica necesita descansar por lo que les voy a pedir que se retiren. Sé que todos pretenden ayudar pero para eso estoy yo ahora. Vamos, vamos, muy bien, así. Todos afuera. Eso, eso…
Lenta pero ruidosamente todos fueron saliendo de la habitación, algunos incluso de mala gana hasta que solo quedaron Arkilo, algunos integrantes de su séquito, su esposa junto a algunas de las mujeres que le hacían compañía, Melvin y Aldair. El anciano le hizo un gesto a su compañero indicándole que aguardara unos instantes y se dirigió hasta el camastro donde Ultinos con rostro por demás preocupado destapaba a la convaleciente muchacha a fin de revisarla. La joven tendría unos trece años aproximadamente y el anciano pudo ver que estaba desnuda y presentaba moretones y raspones por todo el cuerpo. Se reclinó sobre el hombro de Ultinos y le dijo algo al oído, el otro lo miró unos instantes y al final asintió con la cabeza. Entonces Melvin llevó a Aldair al exterior de la casa donde se encontraron con un desorientado Enda.
—Por lo que alcancé a ver está muy golpeada.
—¿Alguien la atacó?
—De eso no tengo la menor duda —dijo el anciano. Luego se sumergió en sus pensamientos y ya no dijo más.


OOOOO


Cuando se estaban acomodando en la vivienda que les habían facilitado y se disponían a echar una siesta, un fuerte alborotos en el exterior de la casa llamó la atención de los tres. Al salir se encontraron con que al parecer un joven había encontrado al cuidador de la hija de Arkilo aunque no se sabía si vivo o muerto pues  habría caído al fondo de un barranco. Lo único seguro era que una partida había salido a su rescate y en cualquier momento lo traerían. Melvin bajó la vista al suelo durante unos instantes luego la alzó nuevamente y se dirigió al interior de la vivienda.
—¿No vamos a ir a ayudar? —le preguntó Aldair.
—Bien sabes que no debemos intervenir en los asuntos de otros druidas a menos que se nos solicite nuestra opinión y está es tierra de Ultinos. Solo a él le corresponde el mérito o la derrota.
—Sí, pero…
—Sin peros Aldair, es la costumbre y ni siquiera yo puedo saltarme las reglas de toda la vida sin generar resquemores. Además es hora de mi siesta —le sonrió y se metió a la casa.
Aldair quedó tragándose la desilusión pues pese a las ganas que tenía de ir sabía que su maestro estaba en lo cierto y esta vez no podría intervenir. <>, se dijo amargamente mientras entraba también él a la vivienda. Dentro Melvin se había recostado sobre el único camastro existente en la habitación y estaba quieto y en silencio pero no dormía. A un costado sobre unas pieles Enda no solo dormía sino que roncaba como un tronco a punto de partirse por la mitad. A su lado un pilón vacio de pieles le indicaba que allí debería tirarse a descansar. Así lo hizo y no tardó en sentir los ronquidos de su amigo en su propio oído. Aquello no sería sencillo, pensó y cerró los ojos con la firme determinación de dormir un rato. Estaba tan cansado a causa de la caminata de la mañana que no tardó en despreocuparse del ruido y viajar hacia las dulces tierras del sueño.


OOOOO


Al despertar estaba solo y no reconocía el lugar. Solo sabía que no era su morada. De a poco fue volviendo a la realidad y a medida que el sueño se alejaba fue entendiendo donde se hallaba. Cuando recordó todo se incorporó. Fuera se oían pasos y murmullos. Más intrigado que adormecido se dirigió hacia la puerta. Empujó la hoja que habría hacia afuera y fue cegado por la fuerte luz de la tarde. Fuera de la casa Melvin y Enda hablaban en voz más o menos baja en situación cómplice. Aldair se les unió.
—¿Qué ocurre? —pronunció con la boca reseca.
—Han traído al cuidador de la princesa —exclamó Enda.
—¿Cómo?
—En no muy buenas condiciones… lo han llevado a la casa de Ultinos.
Aldair amagó un impulso de ponerse en marcha pero al ver que su anciano compañero no reaccionaba preguntó:
—¿Vamos…?
Por toda respuesta el otro se llevó la pipa a los labios y con un suave bamboleo de la cabeza le indicó que no irían a ningún lado. El muchacho frenó en el acto su entusiasmo y miró desconcertado a su compañero y luego a Enda. Este se limitó a levantar ambas manos con las palmas hacia arriba como indicando que no tenía la menor idea de lo que estaba pasando.
—Quizás requieran de nuestra ayuda.
—¿No crees que con un druida alcanza?, ¿O dudas acaso de la capacidad de alguien que lleva más que la totalidad de tu vida ejerciendo el arte del druidismo?
Aldair sintió de pronto que su rostro se incendiaba.
—No, no es eso… es solo que creí que… que podríamos ser de utilidad aquí.
—La soberbia puede llevarte por caminos errados hijo mío. Debes ser paciente y lo que deseas llegará a ti. Tal vez no de la forma que tú deseas o esperas. Tendrás que ser buen observador para notarlo. Pero recuerda: el universo es sabio y mantiene las cosas en equilibrio. Jamás lo olvides.
Ante aquella pieza de sabiduría el muchacho quedó sin argumentos por lo que desistió de intentar convencer a su antiguo maestro. A un costado Enda miraba con aire divertido aquella situación mientras pensaba que nunca acabaría de entender a los Druidas.

Aquella tarde Melvin y Aldair la pasaron dentro de la cabaña conversando sobre los pormenores del viaje que acababan de comenzar pero sin profundizar demasiado al respecto. Simplemente hablaban sobre itinerarios y pese a los ruegos de Aldair el anciano no debelaba ningún secreto sobre lo que les aguardaría al llegar. Simplemente le contestaba que “todo a su tiempo”, lo que impacientaba enormemente al muchacho. Enda había decidido salir a recorrer la Aldea y a sus habitantes aprovechando que algunos de estos, casualmente de sexo femenino, se habían ofrecido a mostrarle los lugares más interesantes.
Ya caía la noche cuando golpearon a la puerta. Melvin alimentaba el fuego pues la tarde se había tornado fría por lo que Aldair abrió la puerta. Fuera, un silencioso Ultinos cargaba con un rostro serio de mirada apagada. El muchacho le hizo un ademán invitándolo a pasar y Melvin le ofreció un lugar donde sentarse.
—Les pido disculpas por molestarlos ya que son ustedes los invitados de Arkilo, pero necesito de tu consejo viejo maestro.
Melvin asintió y con un gesto le indicó que continuara.
—Imagino que habrán escuchado los gritos esta tarde.
—¡Sí! —Interrumpió Aldair— ¿Qué fue lo que…? —pero Melvin lo interrumpió levantando la mano.
—Dejemos que Ultinos nos cuente lo que él sabe hijo mío. De otro modo no podremos ayudarle en su dilema.
—Hace algunas horas la princesa despertó a los gritos. Al principio solo articulaba incoherencias entre quejidos y balbuceos y cada tanto volvía a perder el conocimiento pero luego de un tiempo comenzó a hablar más claro. Quiero decir que en un comienzo no se le entendía nada de lo que intentaba decirnos pero más tarde los sonidos fueron cobrando claridad hasta que pudimos discernir algo de lo que pretendía decirnos. Ahora duerme pero las últimas palabras que pronunció nos dejaron a todos de una pieza. No dábamos crédito a lo que oíamos. De hecho aun me cuesta creer que tal cosa sea cierta, pero es la hija de nuestro jefe y jamás hemos sabido que sus labios emitieran una sola mentira.
—¿Pero qué es lo que tanto les preocupa? —volvió a interrumpir Aldair y automáticamente miró a su mentor esperando la reprimenda, sin embargo el rostro del viejo continuaba como si nada.
—Lo último que dijo la muchacha antes de caer nuevamente en la inconsciencia fue el nombre de quien la había dañado de la forma que tu, Melvin, pudiste apreciar más temprano en la casa de Arkilo.
Aldair miró al anciano y luego nuevamente a Ultinos. Ambos estaban abstraídos y con las mirada perdida. El primero sacando conclusiones mientras seguía el relato y el ultimo perturbado por algo que aun no había contado.
—Nombre que evidentemente te preocupa mucho a ti Ultinos y que no dudo que nos irás a decir a continuación. ¿Verdad? —le solicitó en tono cortante.
Melvin esbozó una mueca ante la conducta de su discípulo. El otro volvió la vista al presente.
—Eso precisamente es lo que no puedo entender Aldair.
El druida miró a uno y luego al otro como buscando respuestas o al menos una tenue luz que echara claridad sobre aquel asunto y le ayudara a entender lo que estaba a punto de expresar en palabras.
>> Antes de desfallecer, contó que quien la atacó y dejó en tan calamitoso estado fue su propio cuidador.


OOOOO


—Desde que despertó está ahí. —Dijo Ultinos señalando al muchacho que permanecía sentado hecho un ovillo en el piso de tierra con las rodillas contra el mentón y los brazos cruzados por detrás de los muslos. Una manta que alguien había colocado sobre sus hombros era la única vestimenta que poseía—. Hace horas que no se mueve y no ha respondido a ninguna de mis preguntas. Es como si ni siquiera notara mi presencia.
Aldair buscó los ojos de Melvin y este le devolvió una sonrisa y un asentimiento de cabeza.
—No dudo que puedas encargarte —le dijo suavemente.
El muchacho se acercó al que estaba acurrucado y comenzó a estudiarlo. Intentó tocarle la frente pero al contacto con su mano el otro se estremeció y de un salto se puso de pié tenso con los brazos a los lados y los puños cerrados como rocas. Abrió tan grandes los ojos que por un momento el joven druida temió que fueran a salírsele de las orbitas y rebotar por la habitación.
—Tranquilo, tranquilo… —le dijo con voz suave mientras se ponía de pie— no tienes nada que temer.
El otro se relajó y con un gesto lento a fin de no espantarlo Aldair le impuso la palma de la mano sobre la frente en busca de fiebre pero pese a las precauciones el muchacho se tensó nuevamente de la cabeza a los pies aunque esta vez no duró demasiado y enseguida se relajó. Lentamente fue cerrando los ojos y quedó sumido en un sueño intranquilo. Aldair lo sostuvo evitando así que cayera al suelo mientras que con una mirada solicitaba ayuda a los demás. Enda se acercó y juntos lo llevaron hasta el camastro que tenían a su derecha y lo recostaron en el. Pese a los fuertes brazos del herrero no fue una tarea sencilla pues el joven era de gran talla y peso considerable aunque su cuerpo careciera casi totalmente de grasa. <>, pensó Aldair. Instantes después el joven estaba cómodamente acostado y cubierto de mantas que lo protegían del frío reinante. Debajo de aquellas mantas el pecho subía y bajaba al ritmo de una agitada respiración.

De pronto la tranquilidad reinante fue rota por fuertes gritos provenientes del exterior y golpes en la puerta. Ultinos fue a abrir y se encontró con un grupo de jóvenes a los que se les notaba un talante agresivo. Él a su vez puso cara de fastidio y les habló con vos fuerte y firme imponiendo el respeto que su posición merecía.
—¿Qué significan esos golpes? ¿Acaso olvidan en casa de quien están?
—Ultinos, pedimos disculpas oh nuestro druida pero sabemos que alojas al culpable de los padecimientos de Arica.
—En principio, lo único que alojo aquí hoy es a un herido que necesita de mis cuidados, como cualquiera en la aldea podría necesitarlos.
Mientras decía estas palabras del fondo de la muchedumbre apareció otro muchacho. Se fue haciendo lugar a golpes y empujones hasta quedar frente a frente con el dueño de casa.
—¡Druida!; Bien sabes que lo que tu protegido ha hecho es digno de un castigo ejemplar. Por lo tanto te pedimos que nos lo entregues para que podamos llevarlo ante el gran tribunal de la aldea a fin de que se tomen las acciones correspondientes.
—Lamento informarles jóvenes que tal cosa no será posible.
—Pero ha cometido una de las peores traiciones que alguien de su posición podría cometer. —Dijo alguien desde el fondo—. Casi ha matado a quien debía proteger con el agravante de que estamos hablando de la hija de nuestro venerado jefe Arkilo. La ley dice que debemos castigarlo.
—No pretendas enseñarme a mí lo que la ley indica. Ninguno de ustedes había nacido cuando yo ya conocía y aplicaba la ley a quien correspondiera y en la forma que correspondiera.
—Pero…
—La ley también dice que el inculpado debe poder defenderse y explicarle al consejo de los doce el por qué de su accionar.
—Realmente muy conveniente… —Dijo el joven que había emergido desde atrás. —Y al ver que Ultinos comenzaba a perder la paciencia agregó casi en un grito desafiante:
>>Si no fuera quien es, no lo protegerías de ese modo.
Aquello bastó. El Druida salió del umbral de la puerta y se metió dentro del grupo de jóvenes y acercándose amenazadoramente a quien hablara le dijo:
—Y si tú no fueras quien eres tal vez yo no sería tan paciente ante tus impertinencias. Tomaré lo que acabas de decir como producto del trastorno que sientes por toda esta situación Aius pero no olvides que tú también puedes conocer la hoguera tan solo por insultarme.
Aquellas palabras golpearon al muchacho como un garrote en el vientre. En su rostro se materializaron brevemente el desconcierto y el temor pero enseguida se recompuso volviéndole su habitual gesto pedante y desafiante. Entonces, sin darles tiempo a reaccionar siquiera el druida dio media vuelta y se metió dentro de su residencia cerrando la puerta tras de sí. Al dejar atrás aquella escena pudo contemplar la otra, la que se desarrollaba en el interior de su casa. El muchacho joven llamado Aldair estaba reclinado sobre el herido. Melvin, con rostro pensativo descansaba sentado en un tronco frente a las llamas del fogón y junto a la cama, Enda seguía atentamente los movimientos que su amigo realizaba para tratar de reanimar al muchacho. Lo vio tomar agua de un ánfora y derramarla dentro de un cuenco de madera al que previamente había agregado algunas hierbas tan finamente molidas que semejaban polvo. Luego vio como agitaba la mezcla hasta volverla un líquido uniforme y con movimientos lentos acercar el copón de madera a los labios del otro para suavemente obligarle a introducir el líquido amargo hacia el interior de la garganta.
—Bebe Alain. Esto te hará bien.
Alain tuvo un espasmo, abrió los ojos y se incorporó sobre los codos haciendo arcadas. Estaba desorientado.
—¿Dónde estoy?
—En mi casa. —Contestó Ultinos.
—Pero como…
—Te encontraron inconsciente y te trajeron. Habías caído por el acantilado.
Por la forma en que miraba todo alrededor era claro que aún continuaba perdido. De pronto su cara se contrajo en un gesto de temor.
—¿Arica?
—En casa de sus padres.
—¿Qué…? —Hizo una pausa para ordenar sus ideas—.¿Qué fue lo que ocurrió?
—Esperábamos que fueras tu el que nos aclararas esa parte.
—¿Ella está bien?
—Está muy débil. Alguien la golpeó con saña; pero es una mujer fuerte y no tengo dudas de que se va a recuperar.
—Pero… —insistió—. ¿Recuperó su forma humana?


OOOOO


—Tan solo unos momentos antes habíamos terminado de comer.  Aun era temprano por lo que no habiendo apuro de ningún tipo simplemente continuamos allí, recostados y conversando alegremente de cualquier cosa cuando ella comenzó a cambiar. De repente su rostro comenzó a desfigurarse, a transformarse. Todo su ser fue cambiando rápidamente. Sus ojos, su nariz y la boca se veían desproporcionados e incluso las orejas desaparecieron del lugar donde deberían haber estado. O se encogieron, o no se… un momento antes tenía orejar y al siguiente ya no. Con horror contemplé como también el cabello se le caía a mechones hasta quedar a la vista una piel cubierta por escamas y unas terribles protuberancias como pequeños cuernos sobre a cabeza. Pero la desgracia no terminó ahí. Luego el rostro comenzó a achatársele hasta que la nariz desapareció y quedó convertida en tan solo dos orificios chatos y longitudinales. Dos ranuras como branquias. La boca se tornó en un morro con dientes podridos y afilados. De pronto toda su piel se había caído, despegada y muerta como la de las serpientes y donde antes había estado ahora pude observar más escamas, como las de la cabeza solo que más grandes y de un color verde muy intenso. Sin embargo lo más terrorífico de todo, lo que más me impresionó fueron sus manos. Estas ya no eran manos humanas sino enormes garras afiladas que coronaban unos brazos delgados y carentes de músculos más parecidos a los de un insecto gigante que a las extremidades de una persona. Me miró con furia y un instante después saltó sobre mí. Yo no supe que hacer más que retroceder desde mi incómoda postura en el piso por lo que caí de espaldas. Ella, o tal vez debo decir: “eso” aprovecho el blanco fácil que le estaba brindando y de un salto se me subió encima tratando de morderme, de desgarrarme  la garganta con esos dientes putrefactos. Por un par de veces logré frenar sus dentelladas agarrándole sus brazos y sacándola hacia un costado primero y al otro después pero al tercer intento no logré ya detenerla y me mordió aquí, en el cuello. —Como un acto reflejo se llevó la mano derecha a la altura del cuello y palpó lo que parecía ser una herida de dientes aunque no muy grande—. Afortunadamente logré zafarme y salir de debajo de esa cosa lanzándola hacia un costado. Al caer emitió un chillido desgarrador y se incorporó enseguida con una agilidad que me sorprendió pero que igualmente me dio tiempo a ponerme de pié. Si ella era rápida el terror que causaba en mí hacía que yo no fuera mucho más lento tampoco. Cuando volvió a saltar sobre mí yo estaba preparado y esperándole. Entonces le asesté un golpe en la cabeza con mi puño cerrado. Se oyó el crujir de huesos y la mano me dolió horrores. La criatura lanzó un chillido y retrocedió unos pasos. Lamentablemente eso no la detuvo. Simplemente me midió y comenzó a arrojar zarpazos al aire en busca de mis zonas vulnerables. El cuello, los ojos, mi estómago. No podía creer que esa cosa fuera Arica, pero yo acababa de ver la transformación. No había dudas al respecto.
En un comienzo no quería lastimarla e intenté solo defenderme pero tenía una fuerza sobrehumana y no dejaba de atacarme. Cuando comencé a temer por mi propia vida fue que dejé de medir mis golpes. En cierto momento se me acercó con las garras bajas y yo aproveché. Le pegué una patada con todas las fuerzas que pude juntar justo en la zona más blanda del estomago y se ve que no era muy fuerte allí porque emitió un nuevo chillido y se retorció tomándose la zona con ambas manos. Entonces salté sobre ella y comencé a golpearla por donde podía. Cabeza, cuello, espalda. No medía la fuerza ni la dirección, estaba como poseído. —Hizo una breve pausa y luego retomó—. Entonces dejó de moverse.
Todos contemplaban al muchacho, extasiados.
—Por favor, continúa —pidió Melvin amablemente al ver que el otro se había vuelto a perder en sus pensamientos.
—Tardé unos instantes en acercarme a lo que fuera en lo que se había convertido pero al ver que no se movía junté coraje y me acerqué. Miré mi espada que estaba sobre la ropa, pensé en tomarla pero parecía no hacer falta. Comprendí mi error cuando al agacharme ella se incorporó de golpe y me empujó. Al encontrarme mal preparado no pude resistir el embate y retrocedí unos cuantos pasos. —Nueva pausa—. Para cuando intenté darme cuenta estaba cayendo por aquel barranco, tratando de aferrarme a algo, lo que fuera con tal de detener la caída. Luego no recuerdo nada más; hasta esta tarde en que desperté aquí en tu casa, Ultinos.
El silencio invadió la estancia. Los presentes se miraron unos a otros intentando entender. Intentando creer. Aquella era una historia que como mínimo se veía un tanto singular. Aldair miró a su amigo Enda, este tenía cara de no creer ni una palabra de todo aquello y sin embargo guardaba un respetuoso silencio.


OOOOO


La joven descansaba completamente desnuda bajo una manta y sobre esta algunas pieles de animales la mantenían caliente. Respiraba acompasadamente y en general se la notaba distendida. Había pasado bastante tiempo desde los últimos estremecimientos. Aquellos en los que en repetidas ocasiones y de la nada su cuerpo se había tensado, había temblado preocupantemente y había vuelto a la paz de su tranquilo sueño. Su madre había estado siempre a su lado, sufriendo con cada acceso de los que su hija era víctima y conteniéndola cuando fue necesario.
—Necesito despertarla —le explicó Aldair.
—Pero se la ve tan tranquila…
—Necesitamos saber que fue lo que ocurrió allí afuera. —Esta vez se dirigió a Arkilo.
El jefe miró a Melvin quien se encontraba sentado detrás del joven druida. No parecía confiar demasiado en la corta edad del muchacho, sin embargo ante la silenciosa confirmación del anciano accedió sin miramientos.
—Está bien. Adelante.
Aldair se acuclilló frente a la cama de la muchacha a la altura de su rostro y extrajo de su morral un atado de hojas verdes que envolvían algo. Lentamente y con cuidado abrió el envoltorio dejando al descubierto una pasta de olor fuerte y desagradable con la que untó los labios entreabiertos de Arica. Enseguida la joven comenzó a toser fuertemente hasta despertarse sobresaltada. Ya consciente, continuó tosiendo sin poder contener los espasmos hasta que poco a poco fue recuperando el control de su respiración y las molestias desaparecieron. La muchacha lo miró extrañada pues lo desconocía; se la notaba confusa como perdida en el tiempo y la distancia.
—¿Dónde… dónde estoy?
—Tranquila querida. Estás en casa de tus padres. ¿Recuerdas algo de lo que ocurrió?
 Ella intentó enderezarse en la cama pero enseguida gesticuló de manera dolorosa mientras se tomaba la cabeza con ambas manos.
—Tomate tu tiempo pero es importante que nos cuentes que fue lo que ocurrió ayer en el bosque. La vida de Alain depende de lo que nos cuentes.
—¿Su vida? —Dijo ella abriendo los ojos de par en par. La noticia sin dudas la había sobresaltado.
—El debía cuidar de tu seguridad y en lugar de ello te atacó e hirió gravemente. —Intervino Arkilo contrariado—. ¿Cómo pude confiar en ese animal?
—Tal como están las cosas, tu versión de los hechos inclinará la báscula hacia un lado u otro.
La joven tragó saliva.

—Como antes dije… el me atacó, si pero parecía fuera de sí; estaba como loco. Intenté detenerlo pero fue inútil… es demasiado fuerte.
—¿Dices que te atacó sin razón aparente? —Aldair la miraba fijamente a los ojos.
—Si —dijo ella tragando saliva pero manteniendo la vista en los ojos del joven druida.
—Según tengo entendido habías salido a dar un paseo con tu escolta. A recoger flores de lavanda. ¿Verdad?
—Sí; ella recoge las flores de lavanda que utilizamos para fabricar nuestras esencias. —Intervino la angustiada madre.
—¿Y qué tan seguido sales fuera de la aldea en busca de tan preciadas florecillas?
La muchacha enrojeció pero mantuvo la vista clavada en la de Aldair. Los labios se contrajeron en un rictus involuntario.
>>¿Siempre eres escoltada por el mismo guardián? 
—Yo…
—Contesta la pregunta hija —intervino ansioso Arkilo.
—Salimos casi a diario. Y si: Alain es quien me custodia siempre.
El aire comenzaba a cargarse de cierta tensión.
—Comprendo —dijo Aldair—. Tengo entendido también que ayer ustedes comieron allí afuera. ¿Es así?
—Si, a veces llevamos algunas vituallas. Alain enciende un fuego y comemos con las últimas luces de la tarde mientras entonamos algunos canticos. —Luego miró a su padre y continuó— pero tu eso ya lo sabes padre.
—Sí, claro. ¿Pero eso que puede tener que ver con lo que aquí ha ocurrido?
—¿Puedes explicarme cómo es los encontraron desnudos a ambos? —preguntó inesperadamente Aldair a la muchacha.
Ella volvió a tragar saliva y su rostro se encendió como las brazas. Consciente de ello bajó la cabeza.
—¿Pero qué…? —Interrumpió la madre—. ¿Qué intenta?
—¡Señora…! Su hija hace algo más que recoger florecillas allá fuera.
Mientras decía aquellas palabras mantenía la vista clavada en la muchacha y esta parecía que iba a incendiarse en cualquier momento. Luego recorrió los rostros de los presentes. Arkilo estaba rojo y el bigote se le había erizado como un gato asustado. Su esposa estaba pálida y con la boca abierta en un claro gesto de incredulidad. Atrás, Melvin parecía estar haciéndose el día con toda la situación. La barba ocultaba su sonrisa pero sus ojos pequeños eran un claro indicio de cuanto lo divertía todo aquello.

—Esto es imposible —cortó Arkilo—. Tú te vas a casar con el hijo de Godrick en Beltaine. Ya está acordado y hemos dado nuestra palabra.
La madre exclamó una plegaria a los dioses.
—Sabía que no era una buena idea todo esto. No es natural.
De pronto Arica explotó:
—Estoy hasta las orejas de vuestras promesas y pactos. Todas las mujeres de la tribu son dueñas de acostarse con quienes quieran las veces que les venga en gana pero yo, la hija del jefe debo ser cauta y respetuosa y todo porque ustedes quieren aumentar sus tierras y sus pactos comerciales. ¡Pues sépanlo bien! El hijo de de Godrick no es ni la mitad de hombre en la cama que Alain. A él es a quien amo y con él es con quien deseo casarme el próximo Beltaine.
Todos se quedaron duros ante aquel comentario. Melvin explotó en carcajadas y Arkilo lo miró furioso.
—¿Que es tan gracioso viejo zorro?
—La juventud. La juventud lo es.
Aldair lo miraba divertido pero no se atrevía a reír tan descaradamente.
>>Estabas tan concentrado en cerrar tu pacto con Godrick que se te escapó el sutil detalle de las salidas de tu hija con el sobrino de Ultinos.
Aldair achicó los ojos como haciendo puntería a un blanco imaginario.
—Pero hija… —insistió con forzada tranquilidad el jefe celta—. ¿Acaso no te parece conveniente el joven Pentilo? Cásate con él este año y en las festividades del año que viene puedes romper tu contrato como la ley permite y te quedas con Alain.
—¡De ninguna manera! —Era la madre de Arica quien hablaba ahora—. Me opongo a que esa bestia vuelva a ponerte una mano encima.
—Creo, —interrumpió Aldair— que existe una explicación incluso para lo que hizo este muchacho y si estoy en lo cierto eso lo exonera de toda culpa. ¿Verdad querida?
La joven volvió a enrojecerse y bajó la vista.
—A que te refieres —dijo Arkilo.
—Creo —Aldair miró a la joven a los ojos—, o más bien estoy seguro que entre las vituallas que ustedes dos llevaron al bosque había algo que podría darnos una clara explicación a todo esto.
—No entiendo —volvió a exclamar el confuso padre.
—Deja que el muchacho complete la idea, no lo interrumpas —sentenció Melvin.
—Gracias Maestro. Cuando revisé a Alain hace un rato me di cuenta que su aliento era fuerte y desagradable. Estaba cargado de olor a vómito rancio pero no era lo único ya que había algo más; un olor que me resultaba conocido. Luego cuando nos contó cómo, a sus ojos, Arica se transformó en aquel monstruo no tuve dudas. Solo me faltaba constatar cómo fue que el muchacho dio con algo que no muchos conocemos. —Miró a Melvin— Y ahora que tu, padre, me acabas de aclarar que Ultinos es el tío de Alain no me quedan dudas. —Luego, dirigiéndose a Arica le pidió suavemente: —¿Quieres completar tu relato con el detalle que nos falta?


—Una tarde, luego de haber retozado como nos gusta, seguíamos abrazados disfrutando de la paz alcanzada cuando de pronto, seguramente inspirado por el hermoso atardecer, Alain me dijo que su tío usaba un preparado para conversar con los dioses y tener visiones muy interesantes. Entonces me propuse a convencerlo de que debíamos probar aquello pero él se resistía argumentando primero que no era correcto pues no debíamos meternos con cosas que no entendíamos y segundo que era contrario a la ley robar o lo que es lo mismo tomar algo sin el consentimiento de su dueño. Mucho peor si de un druida se trata no importando que este fuera de su misma sangre. Al final le dije que si a él no le importaba en lo más mínimo que yo estuviera prometida a otro con lo cual cada uno de nuestros encuentros se convertía en un robo entonces no debería sentir temor de tomar algo que por cierto nos brindaría experiencias muy agradables. De esa forma parece que lo convencí porque a los pocos días él apareció trayendo aquel tesoro. Al principio no sabíamos cómo usarlo pero él me contó cómo había visto hacer a su tío y así fue que nos decidimos a probarlo. Lo que ocurrió luego fue muy extraño y placentero. Realmente intensificaba todos nuestros sentidos y nos hacía reír mucho. A partir de ahí cada vez que podíamos utilizábamos aquello para estar más cerca de los dioses. Hasta que, como todo lo hace, llegó a su fin. Hace unos días se nos terminó nuestra provisión y Alain ya no pudo conseguir más. No sabíamos si Ultinos había descubierto nuestro pequeño robo; lo cierto es que ya no dejaba a mano nada que pudiésemos utilizar para incrementar nuestro gozo y cuando ya lo dábamos por perdido y nos estábamos conformando con lo simple, la luz apareció nuevamente. Fue ayer a la mañana cuando Alain se sinceró y me contó que cierta vez siendo un niño había visto vez a su tío preparar aquel polvillo mágico y que si mal no recordaba eran tan solo algunos hongos de los que había visto que crecen por los alrededores. Me contó que había visto como su tío los preparaba de forma especial. Como los dejaba secar y hacía un polvillo con ellos. Todo el proceso tomaba su tiempo y como no teníamos tal cosa le pedí que me enseñara aquellos hongos y el lugar donde los había visto. Así, en la tarde de ayer en lugar de recolectar flores de lavanda nos dedicamos a cortar algunos de tales hongos. Como el tiempo no era nuestro aliado como antes les contaba decidimos consumirlos así sin más. Frescos. Directamente de la mano de la naturaleza. Lo ingerimos antes de tener sexo y eso es lo último que recuerdo con claridad. Luego todos mis recuerdos son muy confusos. El atacándome y lastimándome y yo defendiéndome o tal vez atacándole a mi vez. Por momentos creo que había otros hombres pero ya no estoy segura. Luego la oscuridad total y el volver a despertar aquí.


 —Parece que esto aclara el misterio —sentenció Melvin.
—Un lamentable error debido a la imprudencia de un par de jóvenes.
—¿Qué va a ocurrir ahora? —era la madre de la joven quien aturdida por la noticia solicitaba una guía.
—Si los detalles de esta aventura salen a la luz nos encontraríamos ante una injusticia mucho peor que el desliz que aquí se ha cometido —explicó Melvin—. Por demás sabido es que robar a un Druida significa una falta en extremo grave cuyo castigo es la misma muerte en el ceno de las llamas. Sin embargo la situación se torna aun más complicada al involucrar nada menos que a la hija del hombre que guía los destinos de la aldea y al mismísimo sobrino del máximo referente espiritual de todos los hombres y mujeres que viven dentro de estos muros. Si esto se conociera, tanto Arkilo como Ultinos caerían en un descredito sin igual y muy pronto otros desearían e intentarían tomar su lugar. Cosa grave para todos pues al no contar ya con el apoyo ni el respeto del pueblo no tendrían oportunidad alguna de defesa y muy pronto el caos lo dominaría todo. Pero no desesperéis pues doy por sentado que es una situación que podemos subsanar en este mismo momento.
—Que propones oh sabio Melvin —solicitó Arkilo.
El anciano meditó unos segundos su respuesta.
—Pues, debemos contar lo que en realidad ocurrió —dijo por fin. Todos se miraron a los rostros.
>>Debemos explicar cómo fue que estos jóvenes resultaron poseídos por sendos espíritus malignos del bosque y como, sin ser dueños de sus actos, intentaron lastimarse el uno a la otra y viceversa.
Arkilo se acercó al viejo Druida y tomándolo por los hombros lo sacudió suavemente para luego estrecharlo en un apretado y fraterno abrazo. Sonreía como un niño que acaba de cometer alguna travesura. Incluso su rostro parecía brillar con luz propia.
—Tú sí que eres un hombre sabio, oh gran maestro entre maestro. No se hable más del asunto; si eso fue lo que ocurrió, eso es lo que debe contarse. Pues debemos rescatar el aspecto aleccionador de todo este asunto y prevenir a los incautos para que no vuelva a ocurrir jamás cosa semejante. —Luego abrazó a su esposa quien estaba feliz aunque algo aturdida.

Melvin y su discípulo se miraron con miradas cómplice.
—Lo has hecho muy bien hijo mío. Estoy realmente orgulloso ya que no esperaba menos de tu desempeño. Desde el primer momento supe que podrías resolverlo solo.

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