Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.
No sabía que era peor. Si el
sentimiento de desorientación o el de soledad y abandono que lo embargaba cada
vez más. A su alrededor todo era niebla y silencio. Caminaba prudentemente pues
el terreno era irregular y por momentos caía en picado sin previo aviso. Había
acantilados por todas partes, o al menos eso creía y era solo cuestión de un
descuido para caer por ellos. «Esta niebla —pensó— no es normal» El sonido de
sus pisadas sonaba incluso extraño, como si la bruma absorbiera el eco de sus
pasos. Por cuarta vez gritó uno a uno los nombres de sus compañeros y por
cuarta vez no obtuvo respuesta. ¿En qué momento se había separado tanto de
ellos? No podía recordarlo. Incluso calculaba que jamás se había separado de
ellos. Momentos antes estaban ahí y al siguiente sus voces simplemente habían
desaparecido. Tenían que estar allí, a menos que la tierra se los hubiera tragado.
Pero no tenía sentido. Volvió a llamarlos con el mismo resultado. De pronto se
sintió desesperado e impotente. Gritó una vez más y una vez más el eco
amortiguado le devolvió el recuerdo de su soledad.
—OOOOO—
—Por aquí, hija.
—¿De dónde salió esta niebla
tan espesa?
—De la nada, como siempre.
La joven siguió la voz hasta
dar con el viejo druida y solo al llegar hasta unos dos pasos de él pudo
distinguirlo. Estaba sentado sobre una roca y la esperaba tranquilamente.
—Pero esta no parece una bruma
como cualquier otra, ¿o si, maestro?
El meditó unos momentos.
—Eso es cierto. Es un tanto
extraña. La temperatura, los sonidos. Todo parece fuera de lugar. Y sin
embargo…
Edana lo miró aguardando a que
completara la frase pero el anciano no lo hizo.
»Tal vez deberíamos esperar a
los demás—. Dijo en cambio el anciano.
—Creo que se han perdido. No
se oye nada, ni caballos, ni voces. Nada.
—Si dejaras de parlotear,
quizás pudiéramos oír algo. ¿No crees?
Edana no supo si contestar o
no. Toda su voluntad le decía que si, pero el respeto que emanaba del anciano
la hizo titubear. Canalizó la energía en llamar a sus compañeros pero como
anteriormente sucediera, ninguno respondió. De pronto, desde lejos, llegaron
gritos.
—¿Son ellos?
Por toda respuesta el anciano
levantó una mano para pedirle que guardara silencio. Los gritos se repitieron.
Una, dos y tres veces dejaron que sonaran para estar seguros de la orientación.
Entonces el viejo se puso de pié y emprendió la marcha rumbo a la fuente de
aquellos gritos.
—No, no son nuestros amigos.
Pero si, alguien que aparentemente nos necesita.
«Tenía que ser», pensó la
joven y siguió al maestro dando un bufido.
Caminaron bastante, pues
quienes fueran los necesitados, no estaban cerca. Sin embargo, a medida que
avanzaban la neblina fue quedando relegada, como si estuviera estancada en
aquel sitio y momentos después la visibilidad era casi normal. Melvin miró hacia
atrás y descubrió que efectivamente toda la nube se concentraba sobre aquel
punto del terreno que acababan de dejar y lo envolvía como si de un aura
esférica y mística se tratara.
«Extraño, muy extraño», pensó.
—Es bueno volver a verme la
puna de la nariz —dijo Edana mientras se soplaba un mechón de cabello que al
soltarse de su atadura, le caía sobre el rostro.
El terreno era pedregoso y
lleno de pequeños riscos. En aquel momento iban por una especie de sendero que
serpenteaba las rocas. Por fin el suelo cambió dando paso a algunos pastizales
y unos metros más allá a un bosque de pinos y abedules. Para cuando se
acercaron al lugar los gritos habían cesado. La pareja aguardó por más pero
estos no llegaron.
—¿Quién llama? —Gritó el
anciano.
—¡Por aquí! —les llegó desde
la derecha. —En el árbol.
De aquella manera, con gritos
de un lado y gritos del otro llegaron hasta cierto grupo de arboles donde
lograron divisar a un gran oso pardo intentando trepar un antiguo y ancho
fresno. El árbol crecía tan recto y el oso era tan pesado que le era imposible
ascender. Cosa que debían de estar agradeciendo los dos hombres que estaban
encaramados algo más arriba. Intentaban por medio de gritos y alaridos
ahuyentar al animal pero este no parecía darse por enterado.
—Buenos días —exclamó Melvin.
—Buenos serán cuando este oso
comprenda que no tenemos mucho de comer para ofrecerle.
—No se preocupen mis buenos
amigos. Es raro que los osos de por aquí coman carne humana. Más bien creo que
quiere asesinarlos por habérseles cruzado ustedes en su camino. Un tema de
respeto, nada más.
Edana exhaló el aire a modo de
carcajada.
—Si no es mucha molestia
—pidió el que estaba un poco más abajo en las ramas— ¿podría usted explicarle
que no fue nuestra intensión insultarlo?
—A nosotros parece no querer
hacernos caso—. Acotó el otro con humor ácido.
—No hablamos la lengua Ursa
—le gritó Edana y rompió a reír.
Melvin se hizo eco de la risa
por unos instantes pero enseguida continuó:
—Sin embargo creo que podemos
darles una mano con este asunto.
—Lo que sea, será bien
recibido.
—Voy a necesitar de tu ayuda—.
Le pidió a Edana.
—Lo que quieras maestro—. Se
cuidaba muy bien de llamarlo «Padre» pues no era su tutor ni maestro particular
y aunque no estaba mal utilizar aquel calificativo con cualquier maestro, ella
lo prefería de aquella manera.
Melvin revisó entre las
pertenencias que cargaba en su morral hasta que encontró y extrajo un pote
verde de barro cocido. Tiró por uno de sus extremos hasta que la tapa del mismo
material cedió hacia afuera. Un olor nauseabundo lo invadió todo.
—Necesito que te acerques lo
más que te lo permita el animal y arrojes este polvillo al aire. Si es posible
sobre las mismas narices de la bestia. Si lo haces bien el oso perderá el
interés por quedarse a cenar con nuestros amigos.
—No lo dudo en lo más mínimo.
Esto huele como los mil demonios del bosque encantado.
—Hagas lo que hagas no te
pongas enfrente al oso. Odian que les cortes el camino.
—No temas Melvin. Sé cómo
tratar con osos y otras bestias.
La joven tomó el pote de manos
del druida y se dirigió hacia el lugar donde el animal intentaba una y otra vez
trepar al árbol. Afortunadamente para los que arriba se resguardaban, sin
ningún éxito. Cuando estuvo a una cantidad segura de pasos de distancia tomó
parte del contenido con la palma de la mano y lo sopló. La ausencia total de
briza hizo que la nube no llegara muy lejos de ella y para nada cerca del oso
por lo que este continuaba sin enterarse siquiera del intento de echarlo de
allí.
«Tengo que acercarme más»,
pensó y enseguida dio un rodeo por la izquierda hasta una gran roca.
Escalándola logró saltar hacia un pino cercano y a través de sus ramas
llegar hasta un punto que le permitiera
saltar hacia un pino aledaño. De allí saltó a un viejo abedul y de este a un
pino cercano al fresno que ocupaban los dos hombres. Toda la operación se le
complicó por llevar el pote pero ella no dio muestras de dificultad alguna y se
mostró muy ágil en todo momento. Ya por encima y a dos metros del oso arrojó
una buena cantidad de polvillo que cayó libremente hacia abajo pero no vio que
surgiera efecto. Arrojó casi todo el frasco y nuevamente el oso no se dio por
enterado. Cuando ya perdía las esperanzas el animal se abalanzó contra el
tronco blanco y manchado del fresno con todo su peso. Evidentemente algo lo
había alterado e intentaba apurar las cosas derribándolo pero el antiguo tronco
no le dio el gusto. Enojado arrojó un par de zarpazos con el único resultado de
marcar la madera. El árbol seguía a salvo con su preciada carga. Luego, como si
nada, arrugó el hocico, miró en derredor y dando un resoplido de frustración,
se marchó.
—OOOOO—
Sentado sobre la roca
estudiaba las alternativas. Como druida sabía que existían cosas más allá de su
compresión y le gustara o no, debía aceptar que esta era una de aquellas. Una
vez convencido de que sus compañeros no estaban por los alrededores fue más sencillo
recobrar la calma y comenzar a pensar con claridad. Si bien estaba solo no
estaba desamparado. Le sobraban recursos para subsistir y, de todas maneras,
cuando la niebla se disipara retomaría la búsqueda de sus amigos. Sin embargo
aquel sentimiento de que tal vez jamás volviera a encontrarlos no lo dejaba en
paz. ¿Y si era así? Pero enseguida descartó la idea por improductiva y
desalentadora. Lo que necesitaba ahora era motivación y no pesos que lo
hundieran en las aguas de la desesperación. Con el fin de no quedarse de brazos
cruzados aguzó el oído en la esperanza de descubrir algo que le diera un
indicio de donde estaba pero no escuchó más que su respiración. Sin embargo
lentamente comenzaron a hacerse audibles otros sonidos. El trino lejano de algunos
pájaros, el sonido de la humedad hecha agua que gotea desde los arboles y de
pronto aquello. Al principio no fue muy claro, pero luego ya no tuvo dudas.
Alguien gritaba pidiendo ayuda.
—OOOOO—
—No sé que hubiéramos hecho de
no aparecer vuestras personas.
—Creo que haber servido de
almuerzo para el hermano oso—. Bromeó Edana.
Uno de los dos rió ante la
ocurrencia. El otro permaneció serio y aquello no pasó desapercibido para
Melvin quien escrutaba sus rostros en busca de información sobre sus personas.
—Siempre es un placer ayudar a
quien lo necesita—. Dijo por fin.
—Nunca había visto a nadie
espantar un oso de esa forma.
—No fue nada —contesto el
anciano— para cualquier mal existe una cura, solo es cuestión de conocerla.
—Sabias palabras —afirmó el
otro, el más callado de los dos, el que no reía.
—No todas —le contradijo su
compañero—. La muerte, por ejemplo, no tiene cura.
—Eso depende —retrucó Melvin—
la muerte es muy amplia. Es un estado final más que un mal en sí mismo.
—Pero hay enfermedades que no
pueden ser curadas y llevan inevitablemente hacia ella.
—Que no conozcamos la cura no
significa que no la haya.
—Veo que tienes una mente
aguda anciano— afirmó el más silencioso de los dos.
—Es un hombre sabio —interpuso
Edana—. Y deberían estar agradecidos de que les salváramos la vida.
—No, pero si lo estamos. Lo
estamos—. Retrucó el que antes hablara. —Disculpen a mí… a mi amigo. Suele
tener una lengua mucho más rápida y una mente más lenta de lo prudente—. Ni
bien terminó de decir estas palabras miró al otro y este que iba a hacerlo se
abstuvo de continuar hablando.
Un trueno retumbó no muy
lejano.
—Parece que se acerca una
tormenta. Deberíamos buscar refugio —sentencio Melvin.
—Un poco más allá —uno de los
dos señaló hacia la zona cubierta por la bruma— hay una cueva que podría
servirnos. La vimos cuando apareció la niebla...
Melvin lo miró a los ojos.
—Solo que nosotros buscábamos
a nuestra gente y no nos interesamos por el refugio que pudiera brindarnos.
Pero en vista de que está por llover…
—¿Donde están ellos?
—¿De saberlo crees que
estaríamos aquí hablando con vos, venerable anciano?
—Espero que no haya ningún oso
dentro—se burló Edana dando un corte a la discusión.
En seguida todos marcharon por
el camino que aquellos dos indicaban pues efectivamente parecían conocer el
lugar. De pronto se largó un aguacero y esto hizo que la niebla se disipara un
poco, pero aún con el peso del agua parecía resistirse a desaparecer.
—¿Qué clase de niebla es esta
que no se va con el agua, anciano?
Melvin no contestó pero se
preguntaba algo similar.
Para cuando llegaron a la
cueva estaban empapados de pies a cabeza. Afortunadamente en el interior
encontraron algo de vieja y seca madera que por lo visto algún viajero había
dejado mucho tiempo atrás. Pronto una pequeña fogata les daba algo de luz y
calor y no tardarían mucho en secar algo las anegadas ropas.
—Me llaman Melvin, ella es
Edana.
—Torc y Daron— contestó Torc,
el que resultaba más hablador de los dos.
—Ustedes no son de por
acá—dijo el anciano de pronto.
Los compañeros se miraron
sorprendidos.
—¿Por qué lo dice? —preguntó
Daron.
—Su acento… ambos tienen una
forma de hablar extraña. Jamás la he escuchado ¿De dónde vienen?
El Torc rompió de pronto a
reír.
—¿Nosotros?, jajá. Iba a decir
lo mismo de vosotros. Sois vos quienes hablan extraño.
—¿Nosotros? —Edana saltó
sorprendida, pero ante una mirada reprobatoria de Melvin volvió a guardar
silencio.
—Nosotros provenimos de no muy
lejos de aquí. Venimos de Ynys Dywyll.
Los desconocidos levantaron la
vista sorprendidos. Miraron a Melvin, luego se miraron uno al otro y volvieron
a mirar al anciano.
—¿Qué no están lejos?
—¡Este sí que tiene sentido
del humor! —le dijo Torc a Daron rompiendo a reír de forma algo forzada.
—Pues están a mucha distancia
de «La Isla Oscura».
—¿Cómo dicen?
Ambos volvieron a mirarse y
largaron la risa pero al ver los rostros de confusión de Edana y Melvin se
explicaron.
—Que estamos en tierras Trinovantes.
—Eso queda al otro extremo de
la isla —retrucó el anciano con evidente sorpresa—. Es imposible; no hemos andado tanto. Acabamos
de cruzar el río que separa Ynys Dywyll de las tierras Ordovicienses.
—Pues si que estás mal de la
cabeza anciano. Conocemos perfectamente donde vivimos.
La confusión era patente en el
rostro de Melvin. Edana, quien había permanecido en silencio todo el tiempo
buscó la mirada del maestro. « ¿Qué significa todo esto?», quería preguntar,
pero guardó silencio.
—El cielo —murmuró el anciano,
más para sí que para los demás.
—Maestro —ver el súbito gesto
de preocupación en el rostro del anciano hizo que ella misma sintiera frío a lo
largo de su espalda— ¿qué?...
—¿Recuerdas que antes de que
apareciera la bruma, el cielo se vio extraño durante unos momentos?
La joven asintió con la cabeza
en un gesto más bien automático.
—Nosotros también lo vimos
—acotó Daron—. Pero ¿Qué tiene que ver?
—Qué puede ser que ustedes
tengan razón.
—OOOOO—
Los
gritos resonaban cada vez más cerca pero lo denso de la niebla no le permitía
encontrar el origen de los mismos.
—Sigue hablando, estoy cerca—.
Gritó.
—Por aquí. Estoy colgando. No
podré resistir mucho más.
—Casi estoy, no te desesperes.
—¡No aguanto más! ¡Me voy a
caer!
Aldair temió por la mujer,
porque evidentemente aquella era una voz de mujer, e intentó darse prisa. Pero
seguía sin encontrar el punto exacto del que provenía. «Si no me apuro… », se
dijo e intentó ir más de prisa. Sin embargo debía tener cuidado o de lo
contrario el mismo podía caer al vacío.
—¿Donde?
—¡Aquí!
La vos provenía de algún punto
al ras del suelo y esto ocasionaba un eco distribuido y ahogado como los demás
sonidos que le llegaban a través de la bruma. No podía estar seguro de la
dirección pues parecía proveniente de todas partes. Esto por supuesto no
facilitaba las cosas. «¡Ahora!», le gritó una voz dentro de su cabeza y sus
piernas se flexionaron y tomaron en un impulso que lo lanzó algunos pasos
adelante, yendo a caer al borde mismo de un acantilado que, por otro lado, no
sabía que estuviera ahí. Sin dejar que la sorpresa lo petrificara y sin pensar
siquiera en lo que hacía estiró el brazo y una mano se aferró a la suya.
Enseguida otra le siguió a la primera y le agarró el brazo a la altura del codo.
Aldair tragó saliva y recién en ese momento se permitió un poco de asombro.
Había seguido a su instinto y había encontrado algo. Aunque también podía haber
encontrado la muerte. Como aquella no le era cómoda, buscó una posición que le
permitiera ejercer fuerza hacia arriba y una vez en ella comenzó a tirar. Por
fortuna quien estuviera abajo no pesaba prácticamente nada y no le costó más
que un leve tirón levantarle y traerle hasta donde él estaba. Una vez allí
descubrió con asombro que no se trataba de una mujer sino de un muchacho. Un
niño casi.
—OOOOO—
Melvin abrió lentamente los
ojos. A través de ellos ingresó una oleada de dolor que fue a dar directamente
contra su nuca. Parpadeó fuertemente dos, tres y cuatro veces pero el dolor no
desaparecía. Solo se movía de lugar haciendo que la cabeza se le partiera no en
uno sino en diversos puntos. Tardó unos instantes en entender que estaba tirado
en el duro y frio piso de la caverna. Intentó mirar hacia arriba pero al elevar
un palmo la cabeza el dolor aumentó de intensidad. Con un poco de sugestión
logró controlarlo y fue ahí que su mirada dio de pronto con un par de pies a
solo unos dedos de su cara. Sobre aquellos, como era de esperar, unas piernas y
el resto de la fisonomía del jocoso Torc. Aquel lo miraba con un cierto brillo
en los ojos. Sus facciones habían cambiado, habían adquirido un dejo de maldad.
«He aquí su verdadero yo, pensó el anciano.»
—No vuelvas a intentarlo
anciano. O perderé el poco respeto que tus arrugas me generan.
Todo había ocurrido muy rápido
o al menos así lo sintió el druida. Daron, al que mentalmente había denominado
«Callado» debido a su actitud taciturna, decidió por fin dar rienda suelta a
sus intenciones sobre Edana. Intenciones para nada agradables, al menos en lo
que a ella respectaba. Luego de burlarse abiertamente sobre las ideas que
Melvin compartiera con ellos sobre al fenómeno climático, «ideas imposibles de
aceptar», pensó, por lo disparatadas y tal vez tomándolo por loco creyó que no
corrían peligro alguno. Primero fueron solo groseras insinuaciones, pero al ver
que la joven no era de la misma opinión intentó con la fuerza. Se acercó a ella
arrinconándola contra la dura pared de roca. Ella, tomada por sorpresa, lo dejó
hacer. Demostrando temor retrocedió mientras él avanzaba a paso seguro como si
estuviera jugando al gato y al ratón. Por fin la pared detuvo toda oportunidad
de escape y Edana le suplicó entonces que no la tocara pero Daron no tenía
pensado desistir. La tomó de un brazo e intentó atraerla hacia él. En vez de
intentar escapar, ella lo tomó del chaleco de cuero con ambas manos y pareció
que iba a acceder. Lo atrajo hacia sí con mirada seductora a lo que aquel no
opuso resistencia pero en lugar de terminar entre los brazos de la joven
terminó aplastado contra la pared. En cuanto Daron aflojó los brazos ella había
girado bruscamente arrastrándolo con la fuerza del envión y él tomado por
sorpresa no llegó a poder zafarse hasta que sintió la roca en su rostro.
Aquello con toda seguridad debería calmarle los ánimos, pensó ella. Entonces fue Melvin quien intervino aunque
más le habría valido no hacerlo pues hasta allí Edana había controlado bien la
situación. El viejo quiso ayudar a la joven e intentó encarar inútilmente a
Daron quien en ese mismo momento recibía un rodillazo en la entrepierna y caía
sin aire. Lo que no esperaba Melvin era que Torc, ahora a su espalda, le
asestara un certero golpe en la nuca. No recordaba que se le hubieran aflojado
las piernas ni que cayera al suelo pero la sangre que manaba de su frente
indicaba que el golpe había sido fuerte. Intentó ponerse de pié pero al quedar
a gatas el otro le dio un tremendo golpe con el pié en la espalda que lo dejo
sin una gota de aire. Los brazos se le aflojaron y nuevamente golpeó el rostro
contra la roca del suelo. Un sonido sibilante producto del rozar del metal
contra el cuero llenó el cavernoso recinto y el viejo no tardó en sentir el
frio filo sobre la garganta.
—Si en algo estimas a este
viejo decrépito, perra, te aconsejaría que dejes de golpear a mi hermano.
Edana se disponía a arrojar
una roca del tamaño de una cabeza contra la de su atacante con la firme
intensión de partírsela en varios pedazos. Cuando recibió la amenaza la tenía
alta sobre su propia cabeza. Entonces giró el cuello y vio al viejo druida
tirado de bruces en el suelo y a Torc abrazando el arrugado cuello con la hoja
de su espada. Tragó saliva y lentamente bajó los brazos acompañando el peso de
la roca a fin de no dejarla caer como le habría gustado.
—Eso es. Así… muy bien. A fin
de cuentas eres una puta con escrúpulos. Jaja—. Entonces la miró fijamente a
los ojos y en su boca se dibujó una sonrisa lasciva. —Aguerrida. Me encantan
las mujeres aguerridas. Son las que más gritan cuando las tomas por la fuerza—.
Volvió a reír. —¿No lo crees así Daron?
De haber podido, el silencioso
Daron habría festejado la broma junto a su hermano pero estaba muy ocupado
tratando de hacer desaparecer el dolor de su entrepierna, dolor que ahora le
subía por el bajo vientre y le cortaba la respiración. Intentando disminuirlo
se agachó y volvió a parar repetidas veces, necesitaba con locura volver a
respirar.
—¡Para que aprendas! —le soltó
Edana mientras lo veía agacharse y volver a levantarse una y otra vez con el
rostro contraído.
—Jaja, creo que tiene razón la
perra —le chanceó su hermano—. Creo que vas a tener que aprender a tratar con
una mujer de verdad.
Y mirando a Daron concluyó:
»Y creo, que esta te puede
ayudar con eso… jajá.
Pasaron algunos momentos hasta
que Daron, bastante recuperado, se puso por fin de pié y rengueando aún se
acercó a la joven.
—Pues vamos a ver qué puedes
enseñarme, perra.
Afuera resonaban los truenos.
—OOOOO—
Haber encontrado aquella
caverna en medio de semejante niebla había sido toda una suerte. Encontrar leña
seca fue un poco más complicado pero juntos Aldair y el niño lo lograron.
Afortunadamente hacía mucho que no llovía y la bruma no parecía haber afectado
la madera que en las manos expertas del joven druida no tardó en emitir las
primeras llamas.
—Increíble —exclamó el niño
asombrado—. ¿Cómo lo haces?
Aldair lo miró unos instantes
y le sonrió.
--Con conocimientos. No es tan
difícil una vez que se domina la técnica.
—En mi aldea solo los druidas
encienden el fuego y lo mantienen vivo para cuando los demás lo necesitamos.
—Es así en muchos lados. Muy
poca gente, además de nosotros, se toma el trabajo de aprender los secretos del
fuego.
El chico lo miró mas asombrado
aun.
—¿Nosotros? ¿Quieres decir que
tu…?
Aldair le sonrió de nuevo,
esta vez embargado de un notable orgullo, algo que nunca antes había sentido.
—¿Tu eres…? ¿Eres un druida?
—Estoy totalmente seguro de
ello. —Volvió a sonreír.
—¡Increíble! —Emitió el
muchacho y por un buen rato no dijo una sola palabra más, hasta que Aldair con
tono jocoso rompió el silencio.
—Pareciera que nunca hubieses
visto un druida de cerca. ¿Cómo es tu nombre?
El otro lo miró, lo pensó unos
segundos y tímidamente dijo:
—Owain.
—Owain… —repitió Aldair.
— Estoy totalmente seguro de
ello—parafraseó el pequeño en cierto tono de chanza.
—Juventud…, el que porta
juventud o el que por siempre será joven. Es un gran nombre.
—Pues a mí no me ha traído más
que problemas. —El tono de su voz cambió notablemente.
—¿Por qué dices eso?
El muchachito clavó los ojos
en el centro de la hoguera y pareció meditar lo que quizás no tenía ganas de
contar.
—Una larga historia —dijo por
fin—. Y para nada entretenida.
Aldair se acomodó en el suelo
cambiando de posición para relajar los contracturados músculos de las piernas y
espalda.
—Tenemos todo el tiempo del
mundo, ¿no te parece? Esta anocheciendo y la niebla no parece querer irse a
ningún lado. ¿Dónde vives y donde están tus padres?
—Como ya dije. Es una larga
historia.
—OOOOO—
Edana intentó rechazar el
avance de Daron pero el otro hermano, Torc, le llamó la atención desde su
posición con un chistido. Enseguida hizo una seña con la cabeza en dirección al
inmovilizado Melvin y a la espada que sostenía debajo del cuello de este. Un
pequeño movimiento de su mano y la sangre comenzaría a manar sin control y con
ella la vida del indefenso anciano. Como para reforzar la idea abrió grandes
los ojos y la boca en un gesto que imitaba el horrible dolor que seguramente
debería sentir quien fuera degollado. Luego sonrió con una amplia y macabra
mueca cargada obscenidad.
— Tu amigo y yo vamos a
disfrutar del espectáculo. No lo dudes.
Como si aquello fuera el
permiso que necesitaba, Daron se le acercó, la tomó por los hombros y
apretujándola contra si comenzó a besarla y morderla con énfasis a lo largo del
cuello y la cara de un modo para nada delicado. Un gesto bien descortés y
salvaje pero que de todos modos fue suave comparado con lo que vino a
continuación. Enseguida comenzó a lamerla repugnantemente como un perro desde
donde el cuello se une a los hombros y hacia arriba. El rostro y las orejas.
Mientras que con una mano aferraba los senos y con la otra le tironeaba con
fuerza el cabello hacia atrás provocando que la joven elevara el rostro
contrito en una mueca de dolor. Aquel gesto en lugar de desmotivarlo, generó en
el atacante una oleada de placer que le recorrió todo el cuerpo y provocó la
tan temida erección. Satisfecho tomó a Edana por las caderas y la apretó contra
si para que sintiera en su pelvis toda la dureza que tenía preparada para ella,
pero falló en el movimiento y ella lo sintió en la pierna derecha. Sin pensarlo
se tensó en respuesta al asco que le produjo. Él, ofendido, le pegó con el
revés de la mano y toda la fuerza que pudo imprimirle. Como resultado Edana
salió disparada hacia la derecha, girando sobre sí misma y golpeando su rostro
en la pared. Cayó al suelo pero inmediatamente intentó incorporarse. Solo que
una vez en cuatro patas su agresor le puso un pie encima y se lo impidió. La
sangre que salía a chorros de la nariz de la joven llegó a la boca y se mezcló
con la del labio inferior partido. Automáticamente miró a Melvin con la
esperanza de que este se hubiera zafado de alguna manera, pero el anciano
continuaba allí, con el filo aun rozando su piel. Fue tanta la impotencia que
sintió que no pudiendo reprimirlo y dejó escapar un gemido entrecortado. Las
lágrimas no tardaron en aparecer. Daron quitó el pié de su espalda y acercó su
rostro al magullado y chorreante de sangre de la joven. La miró serio, con el
seño contraído y durante un instante pareció que iba a abandonar la tortura. En
cambio se irguió, estiró la pierna hacia atrás y le dio una patada en el
costado con tal fuerza que Edana cayó a una distancia de un par de pasos.
—Esto no es nada, puta. No
tienes bolas pero te aseguro que voy a hacer que sientas cada momento de dolor
que acabo de tener que soportar por tu culpa.
Se acercó a ella y con
grotesca fingida galantería la ayudó a incorporarse. Asiéndola con un brazo usó
la mano que le quedaba libre para apartarle el cabello del rostro que a
aquellas alturas estaba empapado del rojo y vital líquido y la miró a los ojos.
Aquellos hermosos y brillantes ojos verdes. Luego le sonrió, le escupió en el
rostro y con los labios y la lengua desparramó la saliva y la sangre. Ella hizo
un gesto de asco.
—Jaja, parece que no le gustan
tus fluidos, hermano—. Se burló Torc—. Te lo digo siempre. Tu aliento huele a
perro muerto. Jaja.
El otro lo miró.
—Pues más vale que comiencen a
gustarle. Tengo de varios tipos y todos parecen querer salir de mi cuerpo con
urgencia. Jaja.
Torc festejó la ocurrencia con
una exagerada carcajada mientras su hermano besaba a la pobre chica. Esta tuvo
un nuevo movimiento reflejo, casi intentó defenderse pero sabía que si lo hacía
condenaba a Melvin al gran viaje oscuro y se contuvo.
El agresor le tomó una mano y
se la llevó a su entrepierna. Ella le dejó hacer.
—¿Sientes el madero? ¿Está
duro, verdad? Pues no te desesperes, que no soy hombre mezquino; podremos
compartirlo. Ninguna mujer que lo haya conocido se ha quejado.
«Ya veo por qué», pensó ella
tristemente.
—Y si se quejaban, al menos no
eran quejas de desilusión, jajá.
Miró a su hermano con la
esperanza de que nuevamente le festejara la broma pero en cambio aquel lo miró
con fingida cara de pocos amigos.
—Deja ya de parlotear y has lo
tuyo que yo también quiero mi parte. Si hasta me tiembla el pulso ya de las
ganas que tengo. —Luego se dirigió a Melvin—: ¿Verdad que no debemos dejar
pasar mucho tiempo, viejo? No es bueno que me tiemble el pulso. ¿No crees?
Melvin se abstuvo de
contestarle. En su lugar comenzó a mascullar frases ininteligibles. Tenía los
ojos cerrados, como si estuviera concentrado en lo que recitaba para sí pero al
darse cuenta su captor de que no estaba mirando le tiró el pelo con fuerza y le
exigió que prestara atención a lo que pasaba.
—No querrás perder detalle —le
susurró al oído para que Edana no escuchara— puesto que es lo último que verás
en esta vida. Viejo.
El anciano posó los ojos en la
joven solo para ver como el otro continuaba manoseando y golpeando a la pobre
criatura. Así y todo no dejó de murmurar aquello que ya mas bien parecía alguna
clase de cántico.
No gozando ya de los golpes y
la humillación que infringía, Daron le dio un par de bofetadas en la cara con
la mano abierta y con una tercera la arrojó al suelo. Edana intentó levantarse
una vez más.
—No lo hagas. Quédate ahí.
Él se arrodilló ante ella y le
sonrió con impudicia. Lentamente sacó su espada, la blandió mostrándosela a la
chica, volvió a sonreír y luego le pasó el filo por la mejilla, como si fuera
una hoja de afeitar. Al contacto con el frio metal Edana se estremeció pero se
mantuvo firme. Él deslizó la hoja por el chaleco de piel que la chica tenía
puesto y cortó desde el escote hasta abajo todas las ataduras que cerraban la
prenda. Debajo, la joven vestía una túnica corta de color crudo. Repitiendo la
operación, rasgó la tela de punta a punta, dejando al descubierto la faja que a
manera de sostén ocultaba los pechos. También cortó dicha tela y quedaron al
descubierto los hermosos atributos de tamaño medio y muy firmes. Aquello hizo que
su miembro se pusiera aun más duro y palpitante. Con la punta de la espada en
la garganta hizo que la joven se recostara sobre el frío y húmedo suelo.
—Que no se diga que no soy una
persona atenta y sensible. —dijo y Torc festejó la ocurrencia.
—No hablas mucho hermano, pero
cuando lo haces dices terribles idioteces.
Ambos rieron.
Siguió el turno de los
pantalones. Fue a cortarlos pero consideró más efectivo quitárselos. La tomó
por la cintura y tiró de ellos hacia afuera. El duro roce contra la piel le
provocó a la joven un dolor como de desgarro pero contuvo el grito.
—Esto sí que es un placer de
dioses. Tendrías que venir a ver esto, ahora que está entero —le dijo a su
hermano— pronto no va a saberse que era.
—No seas destructor —le dijo
Torc— recuerda que yo también quiero disfrutarlo.
—No te prometo nada —rió.
—¡Edana! Concéntrate. Canaliza
su energía —le dijo Melvin en un grito.
Ella lo miró pero si le
entendió no dijo nada. Torc retiró un instante la espada para asestarle un
planazo en la cabeza y Melvin se quejó de dolor pero enseguida retomó su
cantico. Del lugar donde el borde de la hoja golpeó la escasa carne del cráneo
comenzó a manar sangre pero aquello era el menor de los problemas. La hoja
volvió enseguida al cuello.
—OOOOO—
Aldair estaba sorprendido de
que alguien tan joven hubiera pasado por tantas cosas. A sus doce años aquel
muchacho había sido un dechado de desgracias como el mismo acababa de contar.
Había sido el hijo primogénito de un guerrero noble perteneciente a un clan que
el joven druida no conocía ni siquiera de nombre. Ya su venida al mundo había
sido un acto poco feliz pues la madre había muerto al darlo a luz y pese a que
con el tiempo el padre pudo volver a casarse, nunca pudo dejar de culparlo por
haberle arrancado a la mujer que amaba. Aldana, la nueva esposa era mucho más
joven de lo que había sido la anterior y el niño le cayó bien. Incluso fue ella
quien lo había llamado de aquella manera: «Owain», el joven y desde entonces
así se había presentado ante el mundo. Si antes había tenido otro nombre lo
desconocía por completo. El pequeño Owain no había conocido otra madre. A la
joven le agradaba el niño y lo crió como propio por lo que todo marchó
relativamente bien por un tiempo. Al menos hasta que tuvo uno propio. Cuando
Owain tendría unos tres años, o eso creía, llegó su hermano menor. Brandon.
Llamado así porque para su madre era un pequeño príncipe. Aldana conoció la
maternidad de primera mano y cometió lo que muchas mujeres en su posición. Se
olvidó por completo del que no era suyo; aunque jamás fue consciente de este
hecho. Para ella estaba simplemente haciendo lo que debía. Lo que su naturaleza
le indicaba. Esto ocasionó que Owain creciera en un marco cargado de
diferencias pero incluso así jamás culpó a Brandon de nada. Incluso llegó a
creer que su misión en la vida era ayudar a su pequeño hermano en todo lo que
este necesitara al punto de estar más pendiente de las necesidades del otro que
de las suyas propias. Años después la joven Aldana cayó víctima de algún tipo
de enfermedad que nadie pudo curar y el padre de Owain conoció una segunda
soledad. Para aquel entonces Owain tendría unos seis o siete años, no lo
recordaba bien y extrañamente su padre intentó por primera vez acercársele. Tal
vez los años y la felicidad obtenida junto a Aldana habían hecho que olvidara
aquel viejo rencor y la nueva pérdida le enseñara que hay cosas que no son
culpa de nadie. Lo cierto es que trató de convertirlo en guerrero para que
algún día pudiera continuar con las hazañas en su nombre. Solo que aun era muy
joven. Ni siquiera había pasado el rito de iniciación a la hombría por lo que
le prometió que cuando fuese mayor le enseñaría todo lo que necesitaba para
hacerse respetar en esa profesión. Lamentablemente aquel momento jamás llegó
pues su padre murió en un enfrentamiento contra el clan de otra aldea de la que
Aldair tampoco había oído hablar. De esa manera el pequeño Owain debió buscarse
un oficio puesto que con tan solo nueve años debía sostener a la familia que le
quedaba. Ahora eran él y su hermano, solos en el mundo pues no tenían
familiares que los pudieran acoger. Así fue que el pequeño se metió a pescador.
Aparentemente la aldea de la que provenía estaba cerca de la costa. Un año más
tarde apareció en dicha aldea una muchacha que decía ser prima de su padre, era
mucho mayor que él pero estaba lejos de llegar a la edad en que se puede
comenzar a considerar vieja a una persona y como también estaba sola en el
mundo pasó a engrosar las filas de la familia. Esto fue bueno pues alguien
podía ocuparse ahora del hermano menor y ya no tendría que molestar a las
vecinas para que lo atendieran mientras él estaba pescando. Pero no todo lo
bueno dura mucho y un buen día una tormenta hizo que zozobrara la embarcación
en que iban él y su anciano maestro y este último se ahogó sin que el muchacho
pudiera hacer nada para salvarlo. Pese a contar ya con diez años. El rumor de
que Owain era un pájaro de mal agüero comenzó a correr como fuego en pastizales
secos y nadie más se animó a permitirle pisar sus botes por lo que debió buscar
nuevos rumbos. Tiempo después entró como aprendiz de herrero, era un trabajo
mucho mejor y realmente amaba dar forma a los metales al rojo vivo con su
martillo. Además todos idolatraban a los herreros casi tanto como a los druidas
pues eran hombres fuertes y muy necesarios para la sociedad. Pero la suerte
tampoco estuvo de su lado en aquella oportunidad y al cumplir los once años la
fragua donde trabajaban prendió fuego sin motivo aparente y por poco no se
incendió toda la aldea. Esto por supuesto era todo lo que hacía falta para que
algunos comenzaran a fijarse en él como alguien que efectivamente atraía la
mala suerte. Demás esta comentar que nunca más alguien se arriesgaría a tomarlo
a su servicio y el pobre Owain quedó desesperanzado. Un buen día su «tía»
decidió que la mejor forma de subsistir era casándose y así lo hizo. Pero el
consorte solo accedió a cambio de la vivienda que Aldana compartía con los dos
muchachos, la cual era mucho más grande que la suya propia. Pero claro, Owain
debía abandonarla, pues ya era patente que no generaba buenos augurios. La
joven le habló y le hizo ver que era lo mejor para todos o al menos para ella y
el pequeño Brandon. Era la única forma de tener una posibilidad en la vida. A
la mañana siguiente a la boda, un ya no tan niño Owain abandonó no solo la casa
sino también la aldea y se fue a peregrinar en busca de una vida que le
correspondiera por derecho propio. Aquello había ocurrido hacía tan solo unas
seis lunas.
—De no ser por ti, este día mi
mala suerte habría llegado a su fin.
—¿Entonces no te resbalaste?
¿Pretendías terminar con tu vida?
—No sé a qué vida te refieres.
Todo lo que hago termina saliendo mal. No soy de buena suerte.
Aldair esbozó una sonrisa
brillante y sincera.
—La suerte no existe pequeño.
Cada uno hace la suya propia. Pero para eso se debe ser observador. Se debe
mirar continuamente alrededor. La naturaleza, el universo, nos hablan siempre.
Solo debemos estar atentos a lo que nos dicen.
El muchacho quedó en silencio
unos momentos.
—En realidad no iba a
arrojarme. Lo tenía pensado, si, pero había desistido. Sin embargo cuando
apareció la niebla me asusté y resbalé. De no haber aparecido tu justo en ese
momento ahora estaría en el fondo de aquel barranco.
—¿Lo ves? Tal vez tu suerte no
sea tan mala después de todo.
El muchacho sonrió.
—Tal vez lo único que te
ocurre es que nada de lo que emprendiste era lo que te correspondía. Tal vez tu
destino está en otra parte…
—¡Tal vez mi destino sea ser
un druida!… ¡Como tú!— Le interrumpió.
Aldair lo observó unos
instantes en silencio. No quería cortarle las ilusiones pero sabía era un poco
mayor para comenzar los estudios.
—¿Donde aprendiste tu?
Aldair lo pensó unos
instantes. No tendría ninguna oportunidad pero… «¿Qué más da? —Se dijo por
fin—. Que al menos lo intente».
—Debes ir a Ynys Dywyll, la
llamada «Tierra Oscura». ¿La conoces?
—Ni siquiera de nombre.
—Es el mejor reducto donde
estudiar las artes del universo.
—Tú no pareces muy mayor —le
dijo el pequeño. —Todos los druidas que conozco son viejos.
Aldair dejó escapar una
carcajada.
—Tal vez te lo parezcan a ti.
Con tu corta edad cualquiera debe parecerte viejo en comparación.
—Tú no me lo pareces.
—Bien dicho. Pero yo he sido
recientemente ordenado. De hecho este es mi viaje de iniciación. —luego cambió
de tono—. Menudo viaje… he perdido a todo el mundo a causa de esta niebla y no
se siquiera donde estoy. Gran sabio resulté, ¿Verdad?
—No te culpes. En toda mi vida
jamás he visto una niebla como esta.
Aldair volvió a reír.
—Toda tu vida… —repitió—
tampoco es que fueran tantos años.
—OOOOO—
Daron se había arrojado sobre
Edana y la penetraba rítmica pero salvajemente. La muchacha permanecía
recostada, o más bien «tirada» de espaldas, con la cabeza girada hacia un
costado. Mientras sufría las embestidas no se quejaba ni lloraba. Por fuera
estaba como muerta. Solo los ojos mantenían algo de su chispa vital mientras
miraban fijamente a Melvin. En su interior ella también cantaba. El violador
comenzó a moverse a mayor velocidad penetrándola más y más duramente. Entraba y
salía con una celeridad creciente que disfrutaba más y más a medida que se
acercaba al clímax. Para ella sin embargo no era placentero en lo más mínimo.
No había lubricidad por lo tanto aquello era un roce continuo y doloroso. Casi
como ser quemada por dentro una y otra y otra vez. Los gemidos del otro
comenzaron a hacerse más audibles hasta que al final fueron gritos desaforados.
Entonces se tensó, se puso rígido y comenzó a morderla fuertemente en la base
del cuello junto a la clavícula, tan fuertemente que le desgarró la piel hasta
hacerla sangrar. En aquel momento Edana sintió que era inundada por dentro y
donde hasta recién había roce y ardor se volvió de pronto cálido y suave. Pero
ni aún así agradable. Con cada explosión, la simiente de su agresor pasaba a su
interior y con esta la energía sexual de su atacante. Y precisamente aquello
era lo que necesitaba. Al oír el primer grito del hombre ella lo aferró fuerte
por la espalda y clavándole las uñas como si de garras se tratara las deslizó
hacia abajo desgarrándole la piel. Ella también gritó, aunque más bien aquello
sonó como un aullido animal que como un sonido humano. Algo salvaje. Algo que
la unía a la bestia que la estaba montando contra su voluntad. Melvin haciendo
eco de aquello y por primera vez desde que comenzara su cantico, emitió en voz
alta la última frase del mismo.
— Bod arswyd yw'r arswyd rydych hau yn medi--. Dijo en voz alta, repitiéndolo luego a voz en
cuello jugándose el todo por el todo. La espada permaneció quieta. ¡Seguía
vivo!
—¡Imposible! —exclamó Torc
mientras una abrumadora luz blanca lo segaba.
Al recupera la visión se
percató que del techo de la cueva emanaba luz multicolor. No era estática sino
que eran más bien olas de luz. Lo mismo que había ocurriendo afuera en el cielo
justo antes de la aparición de aquella extraña niebla.
—¿Qué demon…? —al mirar al
viejo que tenía sujeto se encontró con que este había desaparecido y estaba
sosteniendo solo ropas vacías—. Imposible… —volvió a exclamar. Miró a su
hermano y lo que vio completó el espanto. Daron continuaba sobre la muchacha
pero esta parecía estar muerta. Solo que no recientemente muerta. Debía llevar
semanas en aquel estado, pero eso era imposible. Aturdido se acercó titubeante.
No comprendía que estaba pasando. Su hermano lo miraba y reía.
—¿Que te pasa Torc? Parece que
has visto un fantasma. Jaja. Ven y disfrútala. Casi ni la he maltratado para
ti—. Volvió a reír.
El otro lo miraba con los ojos
desorbitados. Allí estaba su hermano, aun dentro de la muchacha. O mejor sería
decir del cuerpo putrefacto de la muchacha. Se le revolvió el estomago y sintió
como todo lo que había comido en a la tarde se le venía hacia la boca. Reprimió
una arcada.
—Está… está…
—¿Muerta? —Dijo el otro— No
seas tonto. Está a punto esperando por ti. Es un poco callada, pero ese arañazo
del final… debes probarla.
—¡Podrida! Alcanzó a articular.
—¿De qué estás hablando?
¿Acaso has enloquecido?
Daron se puso de pié; se subió
los calzones y los pantalones de tela y metió dentro su herramienta que
comenzaba a ponerse flácida. Torc vio entonces la totalidad del cuerpo de
Edana. Estaba desnuda y con los pantalones por debajo de las rodillas como su
hermano la había dejado pero tenía la piel ennegrecida por la descomposición de
varios días y despedía un olor nauseabundo. Se percató de que tenía los ojos
abiertos y de pronto estos explotaron despidiendo un líquido viscoso, verdoso y
de olor aún más nauseabundo que el resto. Por las cuencas ahora vacías
comenzaron a salir grandes gusanos. Torc dio un paso atrás, horrorizado. Esta
vez las nauseas le subieron tan rápidamente que no pudo contenerlas y vomitó
todo el contenido de su estómago. Su hermano no entendía que estaba pasando.
Intentó acercarse.
—¿Pero que te ocurre? Apenas
le he mordido algo el cuello…
—¡Atrás!
Se detuvo en seco.
«Verdaderamente no está bien de la cabeza», pensó. Su hermano siempre había
sido el más sádico de los dos, llegando incluso a fornicar con muertas o
matándolas luego de hacerlo. Y aquella no lo estaba en lo más mínimo. Giró la
cabeza y la miró. Los verdes ojos de la chica lo miraban extrañados. Parecía
estar tan desconcertada como él mismo. Miró nuevamente a su hermano ya
comenzando a temer lo peor.
—Pero Torc…
—¡Atrás! No te me acerques.
Daron le hizo caso y se detuvo
en el instante. Torc que permanecía agachado, con el estomago algo más aliviado
aunque jadeando por el esfuerzo, se incorporó lentamente. Y efectivamente lo
peor comenzó a ocurrir, pero ni remotamente se parecía a lo que Daron hubiera
imaginado. En una rápida sucesión el rostro de su hermano comenzó a cambiar.
—No puede ser.
—Cálmate Torc, algo te está
pasando.
—¿A mí? Eres tu el que...
No pudo terminar. Mientras le
hablaba a su hermano, Torc veía como el rostro de este empezaba a ser víctima
de una rápida descomposición. La piel se le ponía cetrina como la de la chica.
Los labios se le resecaban formando esa mueca que solo un muerto puede
presentar. «¡Pero Daron está vivo!» El otro le puso una mano en el hombro, solo
que no era una mano, ¡aquello era una garra mortuoria! Los dedos delgados y
resecos de un esqueleto de meses de muerto. Lo miró a la cara y un ojo reventó
como antes le sucediera a la mujer y le salpicó el fétido jugo en la cara.
Aquello era el límite que sus nervios podían soportar.
Poniéndose en guardia sacó su
espada y la enarboló con ambas manos.
—¡Atrás maldito seas!— Gritó
horrorizado.
De pronto su hermano Daron
sintió que su propia confusión daba paso al pavor. Sin que nada más ocurriera
comenzó a notar que a Torc el vello facial comenzaba a crecerle corto y duro a
una velocidad increíble. Mientras que el de la cabeza caía al piso de a
mechones y pronto era reemplazado por uno nuevo pero ya no largo como lo usara
su hermano sino también corto y duro. Sin embargo las cosas no terminaron ahí.
La cara comenzó a deformársele hasta dejar de parecer una cara humana y se
volvió más bien un… «¡Un morro!» Los dientes se volvieron mucho más grandes
largos y afilados. Incluso los ojos… Asustado dio un paso atrás y luego otro y
otro. Pero los cambios no terminaron ahí y su hermano comenzó a crecer y
crecer. Pronto midió una vez y media lo que antes. La ropa se le rasgó por
todas partes pues también crecía en ancho y cayó a los pies de Torc. Este
gritó, pero no era un grito lo que oyó Daron. Aquello era más bien un rugido.
Dio otro paso atrás.
«Un oso…—dijo a nadie en
especial—. ¡Torc es un maldito oso!»
—OOOOO—
El niño dormía. Su respiración
era lenta y por algún motivo a Aldair aquello lo llenaba de paz. No dejaba de
contemplarlo a la luz de las llamas. Por increíble que fuera, su rostro le
resultaba familiar. ¿O sería que en aquella situación de abandono en la que él
se encontraba cualquier rostro podría resultar familiar y hasta amigable? De
todas formas se sentía bien consigo mismo. Le había salvado la vida a aquel
niño y ahora este tendría la oportunidad de enmendar todos los desastres en que
había participado. Si es que alguno de aquellos incidentes fue realmente culpa
suya. De pronto tuvo una idea. Lo llevaría con él en su viaje y al retornar a
la aldea tal vez pudiera convencer a su maestro para que le enseñara algunas
cosas. Incluso el mismo podría tomarlo como pupilo ahora que había sido
ordenado. No sabía si el consejo lo aprobaría. Pero debía intentarlo. No podía
permitir que Owain siguiera solo por el mundo arrastrando su «mala suerte». Tal
vez aquella fuera su misión en la vida. Tal vez los dioses lo había separado de
sus compañeros para tener oportunidad de cambiar la vida de este pequeño, se
dijo. Y esto lo llevó irremediablemente a otra idea. A un tema que le venía
molestando desde el mismo momento en que su maestro, su padre espiritual, le
dijera que estaban completamente solos. Que los dioses no existían y solo eran
un mito, una herramienta de control para manejar a las masas incultas. Aquello
tenía todo el matiz de ser algo que los dioses pudieran hacer. Por eso no podía
encontrar a nadie, pero eso no reconocía el terreno. Aquella era la prueba
cabal de que los dioses, algunos al menos, existían. «Oh, Melvin —pensó—tengo
que contarte esto. ¿Dónde estarás? ¿Dónde están todos? »
Estaba con aquellas
elucubraciones cuando algo le llamó la atención. A través de la boca de la
caverna penetraba una luminiscencia extraña. Era de noche hacía varias horas y
a través de la bruma no se veía nada. Tampoco había luna en el firmamento. Por
eso le resultó extraño ver aquella luminiscencia. «Sin embargo…», se dijo y se
encaminó hasta la abertura. Al acercarse pudo ver con más nitidez y encontró
que aquella luz era la misma que había precedido a la aparición de la niebla.
Solo que con la luz del día no se apreciaba en tal magnitud. Ahora, en cambio,
al ser noche cerrada aquello era realmente mágico. Un mar de luces en el negro
firmamento. Un oleaje de colores en el cielo que se desplazaba para un lado y
para el otro en el más absoluto de los silencios. Salió al exterior y de pronto
y sin saber cómo, se encontró caminando bajo aquel maravilloso espectáculo.
Entonces reparó en que la niebla había desaparecido. De pronto y contra todo lo
que pudiese esperar, el oleaje de luz también desapareció de la misma forma y
la noche fue reemplazada por la cegadora luz del día. «¡Imposible!», se dijo.
Pues no había amanecido. Un amanecer es paulatino y en él la luz comienza a
vislumbrarse poco a poco y los colores se van formando hasta que lo envuelven
todo. Allí simplemente se había hecho la luz. Un instante antes era de noche y
al siguiente era el día. Jamás nada lo había preparado a Aldair para entender
aquel acontecimiento. Aquello no podía ser natural de ninguna manera y de
pronto se sintió mareado, descolocado temporalmente. Lo embargaba como una
sobrenatural sensación de aislamiento respecto al mundo circundante. Como si se
hubiera transportado, sin haber dejado físicamente la posición original, a una
dimensión distinta. Giró sobre si mismo intentando encontrar la cueva de la que
había salido momentos antes pero esta ya no existía. No encontró roca alguna
siquiera. Estaba rodeado tan solo de verde pradera por donde fuera que mirara y
más allá de ella, muy lejos, el bosque.
—OOOOO—
Daron sacó la espada de su
funda en un acto mecánico, mientras que con el otro brazo intentaba detener los
zarpazos del oso que antes fuera su hermano. Sin pensarlo, pues aquello no era
algo racional y de un solo impulso llevó la filosa hoja hasta el vientre del
animal y lo atravesó de lado a lado. Extrajo el arma y volvió a hundirla dos,
tres y más veces hasta que la bestia cayó de rodillas al suelo. Torc,
sorprendido, dejó caer la espada y se llevó las manos a una de las heridas del
vientre. Las retiró ensangrentadas y las contempló como obsesionado. «¿Por
qué?», quiso preguntar al espectro que tenía enfrente pero no pudo articular
palabra. Se estaba ahogando en la sangre que manaba de su boca como un
manantial caliente. Su propia sangre. Instantes después cayó al suelo. Apoyando
primero las manos ensangrentadas, tratando de permanecer erguido y cuando sus
brazos fallaron por falta de fuerzas dio de lleno con la cara en el piso. Un
inmenso charco rojo no tardó mucho en formarse debajo de su cuerpo inerte.
A todo esto, su hermano, su
asesino, miraba la escena con ojos saltones. No podía creer lo que acababa de
suceder. Había matado a su propio hermano pues ahora lo veía bien y era un
cuerpo de hombre y no un oso lo que yacía en el suelo. «¿Pero qué clase de
magia…?», no pudo terminar la idea. La punzada penetró desde atrás por debajo
de las costillas. Justo debajo del omoplato derecho y apareció en forma de
brillo metálico a través de su esternón. A la luz de las llamas que en ella se
reflejaban reconoció la hoja de espada que olvidó de quitarle a la muchacha,
incrustada en su propio pecho. En un acto absurdo e irracional tomó la hoja con
ambas manos e intentó volver a meterla hacia adentro. No tuvo las fuerzas
necesarias y solo consiguió tajearse las palmas y los dedos que pronto se
cubrieron de sangre. Enseguida también a él le fallaron las piernas y cayó de
rodillas al piso.
—¡Perra! —alcanzó a
articular—. Esto no…
Por toda respuesta Edana le
dio un empujón con el pié, lo que hizo que el otro cayera de costado dentro del
charco de sangre de su hermano aún con la hoja aferrada a sus ensangrentadas
manos. Movió la boca intentando decir algo pero ni un solo sonido salió de
ella. Pronto ambos líquidos se mezclaron en un único estanque de muerte y ya no
se pudo distinguir de quien procedía cada uno.
—Ese es el único fluido que me
interesa que salga de tu cuerpo. ¡Hijo de una perra!
En un gesto automático, sin
ser consciente de ello siquiera mientras miraba al muerto comenzó a levantarse
los pantalones hasta llevarlos a su sitio. Luego intentó atarse de nuevo el
chaleco con el fin de ocultar los desnudos senos pero se dio cuenta de que los
cordones habían sido cortados y desistió de la operación. Entonces recordó el
momento justo en que su agresor le había cortado las tiras y en un arranque de
furia le surgió patearlo y escupirlo pero el cuerpo inerte apenas hizo eco del
golpe. Entonces se percató de la presencia de Melvin. Este permanecía aún
tirado en el suelo. Se acercó y pudo ver que no estaba físicamente herido más
allá de los golpes recibidos. El anciano intentó incorporarse pero una punzada
en su cabeza hizo que todo lo que tenía en el estomago volviera en un reflujo
hacia la boca y sin poder contener las nauseas vomitó a los pies de la joven.
Luego sus ojos se pusieron blancos y perdió el conocimiento. Edana no se detuvo
a pensar, giró al anciano boca arriba e intentó levantarlo. Le faltaron las
fuerzas. Se agachó sobre él, pasó un brazo por entre los suyos y luego el otro.
Entonces volvió a ejercer toda su fuerza hacia arriba. Esta vez logró
incorporarlo. No es que fuera pesado, era un anciano delgado pero ella estaba
exhausta. Sin embargo no podía detenerse. Debía continuar pues si se detenía
sabía bien que se quebraría y ya no podría seguir y temía a lo que pudiera
ocurrirle si eso pasaba. De alguna Manera Melvin le había salvado la vida. No
entendía en lo más mínimo que fue lo que acababa de ocurrir pero sabía que el
viejo había tenido algo que ver. Tenía que sacarlo de ahí. No porque fuera
peligroso, aquellos dos no volverían a lastimar nunca más a nadie. Era ella
quien lo necesitaba. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Con un nuevo
esfuerzo tironeó del viejo druida y pudo ponerlo casi de pié, luego se agacho y
dejó que este cayera sobre sus hombros. Era un peso muerto por lo que lo aferró
con sus brazos y comenzó a caminar lentamente hacia la salida.
Cuando le fallaron las fuerzas
por cuarta y última vez y se vio obligada a arrodillar una pierna para no caer
junto a su carga se dijo a si misma que ya estaba lo suficientemente lejos.
Lejos y a salvo del lugar que tanto horror le había causado. Sin cambiar aun de
posición bajó lo más suavemente que pudo al anciano y lo recostó en el suelo.
Luego ella misma se sentó sobre la gramilla tomándose las piernas con ambas
manos y llevando las rodillas al mentón. Como intentando ocultarse del mundo
tras ellas y agachando la cabeza lloró. Lloró a gritos, como jamás había
llorado en su vida. Como jamás volvería a llorar.
Mientras tanto y sin que
ninguno de los dos se percatara, la niebla comenzó a desaparecer.
FIN
(del Capítulo)
No sabía que era peor. Si el
sentimiento de desorientación o el de soledad y abandono que lo embargaba cada
vez más. A su alrededor todo era niebla y silencio. Caminaba prudentemente pues
el terreno era irregular y por momentos caía en picado sin previo aviso. Había
acantilados por todas partes, o al menos eso creía y era solo cuestión de un
descuido para caer por ellos. «Esta niebla —pensó— no es normal» El sonido de
sus pisadas sonaba incluso extraño, como si la bruma absorbiera el eco de sus
pasos. Por cuarta vez gritó uno a uno los nombres de sus compañeros y por
cuarta vez no obtuvo respuesta. ¿En qué momento se había separado tanto de
ellos? No podía recordarlo. Incluso calculaba que jamás se había separado de
ellos. Momentos antes estaban ahí y al siguiente sus voces simplemente habían
desaparecido. Tenían que estar allí, a menos que la tierra se los hubiera tragado.
Pero no tenía sentido. Volvió a llamarlos con el mismo resultado. De pronto se
sintió desesperado e impotente. Gritó una vez más y una vez más el eco
amortiguado le devolvió el recuerdo de su soledad.
—OOOOO—
—Por aquí, hija.
—¿De dónde salió esta niebla
tan espesa?
—De la nada, como siempre.
La joven siguió la voz hasta
dar con el viejo druida y solo al llegar hasta unos dos pasos de él pudo
distinguirlo. Estaba sentado sobre una roca y la esperaba tranquilamente.
—Pero esta no parece una bruma
como cualquier otra, ¿o si, maestro?
El meditó unos momentos.
—Eso es cierto. Es un tanto
extraña. La temperatura, los sonidos. Todo parece fuera de lugar. Y sin
embargo…
Edana lo miró aguardando a que
completara la frase pero el anciano no lo hizo.
»Tal vez deberíamos esperar a
los demás—. Dijo en cambio el anciano.
—Creo que se han perdido. No
se oye nada, ni caballos, ni voces. Nada.
—Si dejaras de parlotear,
quizás pudiéramos oír algo. ¿No crees?
Edana no supo si contestar o
no. Toda su voluntad le decía que si, pero el respeto que emanaba del anciano
la hizo titubear. Canalizó la energía en llamar a sus compañeros pero como
anteriormente sucediera, ninguno respondió. De pronto, desde lejos, llegaron
gritos.
—¿Son ellos?
Por toda respuesta el anciano
levantó una mano para pedirle que guardara silencio. Los gritos se repitieron.
Una, dos y tres veces dejaron que sonaran para estar seguros de la orientación.
Entonces el viejo se puso de pié y emprendió la marcha rumbo a la fuente de
aquellos gritos.
—No, no son nuestros amigos.
Pero si, alguien que aparentemente nos necesita.
«Tenía que ser», pensó la
joven y siguió al maestro dando un bufido.
Caminaron bastante, pues
quienes fueran los necesitados, no estaban cerca. Sin embargo, a medida que
avanzaban la neblina fue quedando relegada, como si estuviera estancada en
aquel sitio y momentos después la visibilidad era casi normal. Melvin miró hacia
atrás y descubrió que efectivamente toda la nube se concentraba sobre aquel
punto del terreno que acababan de dejar y lo envolvía como si de un aura
esférica y mística se tratara.
«Extraño, muy extraño», pensó.
—Es bueno volver a verme la
puna de la nariz —dijo Edana mientras se soplaba un mechón de cabello que al
soltarse de su atadura, le caía sobre el rostro.
El terreno era pedregoso y
lleno de pequeños riscos. En aquel momento iban por una especie de sendero que
serpenteaba las rocas. Por fin el suelo cambió dando paso a algunos pastizales
y unos metros más allá a un bosque de pinos y abedules. Para cuando se
acercaron al lugar los gritos habían cesado. La pareja aguardó por más pero
estos no llegaron.
—¿Quién llama? —Gritó el
anciano.
—¡Por aquí! —les llegó desde
la derecha. —En el árbol.
De aquella manera, con gritos
de un lado y gritos del otro llegaron hasta cierto grupo de arboles donde
lograron divisar a un gran oso pardo intentando trepar un antiguo y ancho
fresno. El árbol crecía tan recto y el oso era tan pesado que le era imposible
ascender. Cosa que debían de estar agradeciendo los dos hombres que estaban
encaramados algo más arriba. Intentaban por medio de gritos y alaridos
ahuyentar al animal pero este no parecía darse por enterado.
—Buenos días —exclamó Melvin.
—Buenos serán cuando este oso
comprenda que no tenemos mucho de comer para ofrecerle.
—No se preocupen mis buenos
amigos. Es raro que los osos de por aquí coman carne humana. Más bien creo que
quiere asesinarlos por habérseles cruzado ustedes en su camino. Un tema de
respeto, nada más.
Edana exhaló el aire a modo de
carcajada.
—Si no es mucha molestia
—pidió el que estaba un poco más abajo en las ramas— ¿podría usted explicarle
que no fue nuestra intensión insultarlo?
—A nosotros parece no querer
hacernos caso—. Acotó el otro con humor ácido.
—No hablamos la lengua Ursa
—le gritó Edana y rompió a reír.
Melvin se hizo eco de la risa
por unos instantes pero enseguida continuó:
—Sin embargo creo que podemos
darles una mano con este asunto.
—Lo que sea, será bien
recibido.
—Voy a necesitar de tu ayuda—.
Le pidió a Edana.
—Lo que quieras maestro—. Se
cuidaba muy bien de llamarlo «Padre» pues no era su tutor ni maestro particular
y aunque no estaba mal utilizar aquel calificativo con cualquier maestro, ella
lo prefería de aquella manera.
Melvin revisó entre las
pertenencias que cargaba en su morral hasta que encontró y extrajo un pote
verde de barro cocido. Tiró por uno de sus extremos hasta que la tapa del mismo
material cedió hacia afuera. Un olor nauseabundo lo invadió todo.
—Necesito que te acerques lo
más que te lo permita el animal y arrojes este polvillo al aire. Si es posible
sobre las mismas narices de la bestia. Si lo haces bien el oso perderá el
interés por quedarse a cenar con nuestros amigos.
—No lo dudo en lo más mínimo.
Esto huele como los mil demonios del bosque encantado.
—Hagas lo que hagas no te
pongas enfrente al oso. Odian que les cortes el camino.
—No temas Melvin. Sé cómo
tratar con osos y otras bestias.
La joven tomó el pote de manos
del druida y se dirigió hacia el lugar donde el animal intentaba una y otra vez
trepar al árbol. Afortunadamente para los que arriba se resguardaban, sin
ningún éxito. Cuando estuvo a una cantidad segura de pasos de distancia tomó
parte del contenido con la palma de la mano y lo sopló. La ausencia total de
briza hizo que la nube no llegara muy lejos de ella y para nada cerca del oso
por lo que este continuaba sin enterarse siquiera del intento de echarlo de
allí.
«Tengo que acercarme más»,
pensó y enseguida dio un rodeo por la izquierda hasta una gran roca.
Escalándola logró saltar hacia un pino cercano y a través de sus ramas
llegar hasta un punto que le permitiera
saltar hacia un pino aledaño. De allí saltó a un viejo abedul y de este a un
pino cercano al fresno que ocupaban los dos hombres. Toda la operación se le
complicó por llevar el pote pero ella no dio muestras de dificultad alguna y se
mostró muy ágil en todo momento. Ya por encima y a dos metros del oso arrojó
una buena cantidad de polvillo que cayó libremente hacia abajo pero no vio que
surgiera efecto. Arrojó casi todo el frasco y nuevamente el oso no se dio por
enterado. Cuando ya perdía las esperanzas el animal se abalanzó contra el
tronco blanco y manchado del fresno con todo su peso. Evidentemente algo lo
había alterado e intentaba apurar las cosas derribándolo pero el antiguo tronco
no le dio el gusto. Enojado arrojó un par de zarpazos con el único resultado de
marcar la madera. El árbol seguía a salvo con su preciada carga. Luego, como si
nada, arrugó el hocico, miró en derredor y dando un resoplido de frustración,
se marchó.
—OOOOO—
Sentado sobre la roca
estudiaba las alternativas. Como druida sabía que existían cosas más allá de su
compresión y le gustara o no, debía aceptar que esta era una de aquellas. Una
vez convencido de que sus compañeros no estaban por los alrededores fue más sencillo
recobrar la calma y comenzar a pensar con claridad. Si bien estaba solo no
estaba desamparado. Le sobraban recursos para subsistir y, de todas maneras,
cuando la niebla se disipara retomaría la búsqueda de sus amigos. Sin embargo
aquel sentimiento de que tal vez jamás volviera a encontrarlos no lo dejaba en
paz. ¿Y si era así? Pero enseguida descartó la idea por improductiva y
desalentadora. Lo que necesitaba ahora era motivación y no pesos que lo
hundieran en las aguas de la desesperación. Con el fin de no quedarse de brazos
cruzados aguzó el oído en la esperanza de descubrir algo que le diera un
indicio de donde estaba pero no escuchó más que su respiración. Sin embargo
lentamente comenzaron a hacerse audibles otros sonidos. El trino lejano de algunos
pájaros, el sonido de la humedad hecha agua que gotea desde los arboles y de
pronto aquello. Al principio no fue muy claro, pero luego ya no tuvo dudas.
Alguien gritaba pidiendo ayuda.
—OOOOO—
—No sé que hubiéramos hecho de
no aparecer vuestras personas.
—Creo que haber servido de
almuerzo para el hermano oso—. Bromeó Edana.
Uno de los dos rió ante la
ocurrencia. El otro permaneció serio y aquello no pasó desapercibido para
Melvin quien escrutaba sus rostros en busca de información sobre sus personas.
—Siempre es un placer ayudar a
quien lo necesita—. Dijo por fin.
—Nunca había visto a nadie
espantar un oso de esa forma.
—No fue nada —contesto el
anciano— para cualquier mal existe una cura, solo es cuestión de conocerla.
—Sabias palabras —afirmó el
otro, el más callado de los dos, el que no reía.
—No todas —le contradijo su
compañero—. La muerte, por ejemplo, no tiene cura.
—Eso depende —retrucó Melvin—
la muerte es muy amplia. Es un estado final más que un mal en sí mismo.
—Pero hay enfermedades que no
pueden ser curadas y llevan inevitablemente hacia ella.
—Que no conozcamos la cura no
significa que no la haya.
—Veo que tienes una mente
aguda anciano— afirmó el más silencioso de los dos.
—Es un hombre sabio —interpuso
Edana—. Y deberían estar agradecidos de que les salváramos la vida.
—No, pero si lo estamos. Lo
estamos—. Retrucó el que antes hablara. —Disculpen a mí… a mi amigo. Suele
tener una lengua mucho más rápida y una mente más lenta de lo prudente—. Ni
bien terminó de decir estas palabras miró al otro y este que iba a hacerlo se
abstuvo de continuar hablando.
Un trueno retumbó no muy
lejano.
—Parece que se acerca una
tormenta. Deberíamos buscar refugio —sentencio Melvin.
—Un poco más allá —uno de los
dos señaló hacia la zona cubierta por la bruma— hay una cueva que podría
servirnos. La vimos cuando apareció la niebla...
Melvin lo miró a los ojos.
—Solo que nosotros buscábamos
a nuestra gente y no nos interesamos por el refugio que pudiera brindarnos.
Pero en vista de que está por llover…
—¿Donde están ellos?
—¿De saberlo crees que
estaríamos aquí hablando con vos, venerable anciano?
—Espero que no haya ningún oso
dentro—se burló Edana dando un corte a la discusión.
En seguida todos marcharon por
el camino que aquellos dos indicaban pues efectivamente parecían conocer el
lugar. De pronto se largó un aguacero y esto hizo que la niebla se disipara un
poco, pero aún con el peso del agua parecía resistirse a desaparecer.
—¿Qué clase de niebla es esta
que no se va con el agua, anciano?
Melvin no contestó pero se
preguntaba algo similar.
Para cuando llegaron a la
cueva estaban empapados de pies a cabeza. Afortunadamente en el interior
encontraron algo de vieja y seca madera que por lo visto algún viajero había
dejado mucho tiempo atrás. Pronto una pequeña fogata les daba algo de luz y
calor y no tardarían mucho en secar algo las anegadas ropas.
—Me llaman Melvin, ella es
Edana.
—Torc y Daron— contestó Torc,
el que resultaba más hablador de los dos.
—Ustedes no son de por
acá—dijo el anciano de pronto.
Los compañeros se miraron
sorprendidos.
—¿Por qué lo dice? —preguntó
Daron.
—Su acento… ambos tienen una
forma de hablar extraña. Jamás la he escuchado ¿De dónde vienen?
El Torc rompió de pronto a
reír.
—¿Nosotros?, jajá. Iba a decir
lo mismo de vosotros. Sois vos quienes hablan extraño.
—¿Nosotros? —Edana saltó
sorprendida, pero ante una mirada reprobatoria de Melvin volvió a guardar
silencio.
—Nosotros provenimos de no muy
lejos de aquí. Venimos de Ynys Dywyll.
Los desconocidos levantaron la
vista sorprendidos. Miraron a Melvin, luego se miraron uno al otro y volvieron
a mirar al anciano.
—¿Qué no están lejos?
—¡Este sí que tiene sentido
del humor! —le dijo Torc a Daron rompiendo a reír de forma algo forzada.
—Pues están a mucha distancia
de «La Isla Oscura».
—¿Cómo dicen?
Ambos volvieron a mirarse y
largaron la risa pero al ver los rostros de confusión de Edana y Melvin se
explicaron.
—Que estamos en tierras Trinovantes.
—Eso queda al otro extremo de
la isla —retrucó el anciano con evidente sorpresa—. Es imposible; no hemos andado tanto. Acabamos
de cruzar el río que separa Ynys Dywyll de las tierras Ordovicienses.
—Pues si que estás mal de la
cabeza anciano. Conocemos perfectamente donde vivimos.
La confusión era patente en el
rostro de Melvin. Edana, quien había permanecido en silencio todo el tiempo
buscó la mirada del maestro. « ¿Qué significa todo esto?», quería preguntar,
pero guardó silencio.
—El cielo —murmuró el anciano,
más para sí que para los demás.
—Maestro —ver el súbito gesto
de preocupación en el rostro del anciano hizo que ella misma sintiera frío a lo
largo de su espalda— ¿qué?...
—¿Recuerdas que antes de que
apareciera la bruma, el cielo se vio extraño durante unos momentos?
La joven asintió con la cabeza
en un gesto más bien automático.
—Nosotros también lo vimos
—acotó Daron—. Pero ¿Qué tiene que ver?
—Qué puede ser que ustedes
tengan razón.
—OOOOO—
Los
gritos resonaban cada vez más cerca pero lo denso de la niebla no le permitía
encontrar el origen de los mismos.
—Sigue hablando, estoy cerca—.
Gritó.
—Por aquí. Estoy colgando. No
podré resistir mucho más.
—Casi estoy, no te desesperes.
—¡No aguanto más! ¡Me voy a
caer!
Aldair temió por la mujer,
porque evidentemente aquella era una voz de mujer, e intentó darse prisa. Pero
seguía sin encontrar el punto exacto del que provenía. «Si no me apuro… », se
dijo e intentó ir más de prisa. Sin embargo debía tener cuidado o de lo
contrario el mismo podía caer al vacío.
—¿Donde?
—¡Aquí!
La vos provenía de algún punto
al ras del suelo y esto ocasionaba un eco distribuido y ahogado como los demás
sonidos que le llegaban a través de la bruma. No podía estar seguro de la
dirección pues parecía proveniente de todas partes. Esto por supuesto no
facilitaba las cosas. «¡Ahora!», le gritó una voz dentro de su cabeza y sus
piernas se flexionaron y tomaron en un impulso que lo lanzó algunos pasos
adelante, yendo a caer al borde mismo de un acantilado que, por otro lado, no
sabía que estuviera ahí. Sin dejar que la sorpresa lo petrificara y sin pensar
siquiera en lo que hacía estiró el brazo y una mano se aferró a la suya.
Enseguida otra le siguió a la primera y le agarró el brazo a la altura del codo.
Aldair tragó saliva y recién en ese momento se permitió un poco de asombro.
Había seguido a su instinto y había encontrado algo. Aunque también podía haber
encontrado la muerte. Como aquella no le era cómoda, buscó una posición que le
permitiera ejercer fuerza hacia arriba y una vez en ella comenzó a tirar. Por
fortuna quien estuviera abajo no pesaba prácticamente nada y no le costó más
que un leve tirón levantarle y traerle hasta donde él estaba. Una vez allí
descubrió con asombro que no se trataba de una mujer sino de un muchacho. Un
niño casi.
—OOOOO—
Melvin abrió lentamente los
ojos. A través de ellos ingresó una oleada de dolor que fue a dar directamente
contra su nuca. Parpadeó fuertemente dos, tres y cuatro veces pero el dolor no
desaparecía. Solo se movía de lugar haciendo que la cabeza se le partiera no en
uno sino en diversos puntos. Tardó unos instantes en entender que estaba tirado
en el duro y frio piso de la caverna. Intentó mirar hacia arriba pero al elevar
un palmo la cabeza el dolor aumentó de intensidad. Con un poco de sugestión
logró controlarlo y fue ahí que su mirada dio de pronto con un par de pies a
solo unos dedos de su cara. Sobre aquellos, como era de esperar, unas piernas y
el resto de la fisonomía del jocoso Torc. Aquel lo miraba con un cierto brillo
en los ojos. Sus facciones habían cambiado, habían adquirido un dejo de maldad.
«He aquí su verdadero yo, pensó el anciano.»
—No vuelvas a intentarlo
anciano. O perderé el poco respeto que tus arrugas me generan.
Todo había ocurrido muy rápido
o al menos así lo sintió el druida. Daron, al que mentalmente había denominado
«Callado» debido a su actitud taciturna, decidió por fin dar rienda suelta a
sus intenciones sobre Edana. Intenciones para nada agradables, al menos en lo
que a ella respectaba. Luego de burlarse abiertamente sobre las ideas que
Melvin compartiera con ellos sobre al fenómeno climático, «ideas imposibles de
aceptar», pensó, por lo disparatadas y tal vez tomándolo por loco creyó que no
corrían peligro alguno. Primero fueron solo groseras insinuaciones, pero al ver
que la joven no era de la misma opinión intentó con la fuerza. Se acercó a ella
arrinconándola contra la dura pared de roca. Ella, tomada por sorpresa, lo dejó
hacer. Demostrando temor retrocedió mientras él avanzaba a paso seguro como si
estuviera jugando al gato y al ratón. Por fin la pared detuvo toda oportunidad
de escape y Edana le suplicó entonces que no la tocara pero Daron no tenía
pensado desistir. La tomó de un brazo e intentó atraerla hacia él. En vez de
intentar escapar, ella lo tomó del chaleco de cuero con ambas manos y pareció
que iba a acceder. Lo atrajo hacia sí con mirada seductora a lo que aquel no
opuso resistencia pero en lugar de terminar entre los brazos de la joven
terminó aplastado contra la pared. En cuanto Daron aflojó los brazos ella había
girado bruscamente arrastrándolo con la fuerza del envión y él tomado por
sorpresa no llegó a poder zafarse hasta que sintió la roca en su rostro.
Aquello con toda seguridad debería calmarle los ánimos, pensó ella. Entonces fue Melvin quien intervino aunque
más le habría valido no hacerlo pues hasta allí Edana había controlado bien la
situación. El viejo quiso ayudar a la joven e intentó encarar inútilmente a
Daron quien en ese mismo momento recibía un rodillazo en la entrepierna y caía
sin aire. Lo que no esperaba Melvin era que Torc, ahora a su espalda, le
asestara un certero golpe en la nuca. No recordaba que se le hubieran aflojado
las piernas ni que cayera al suelo pero la sangre que manaba de su frente
indicaba que el golpe había sido fuerte. Intentó ponerse de pié pero al quedar
a gatas el otro le dio un tremendo golpe con el pié en la espalda que lo dejo
sin una gota de aire. Los brazos se le aflojaron y nuevamente golpeó el rostro
contra la roca del suelo. Un sonido sibilante producto del rozar del metal
contra el cuero llenó el cavernoso recinto y el viejo no tardó en sentir el
frio filo sobre la garganta.
—Si en algo estimas a este
viejo decrépito, perra, te aconsejaría que dejes de golpear a mi hermano.
Edana se disponía a arrojar
una roca del tamaño de una cabeza contra la de su atacante con la firme
intensión de partírsela en varios pedazos. Cuando recibió la amenaza la tenía
alta sobre su propia cabeza. Entonces giró el cuello y vio al viejo druida
tirado de bruces en el suelo y a Torc abrazando el arrugado cuello con la hoja
de su espada. Tragó saliva y lentamente bajó los brazos acompañando el peso de
la roca a fin de no dejarla caer como le habría gustado.
—Eso es. Así… muy bien. A fin
de cuentas eres una puta con escrúpulos. Jaja—. Entonces la miró fijamente a
los ojos y en su boca se dibujó una sonrisa lasciva. —Aguerrida. Me encantan
las mujeres aguerridas. Son las que más gritan cuando las tomas por la fuerza—.
Volvió a reír. —¿No lo crees así Daron?
De haber podido, el silencioso
Daron habría festejado la broma junto a su hermano pero estaba muy ocupado
tratando de hacer desaparecer el dolor de su entrepierna, dolor que ahora le
subía por el bajo vientre y le cortaba la respiración. Intentando disminuirlo
se agachó y volvió a parar repetidas veces, necesitaba con locura volver a
respirar.
—¡Para que aprendas! —le soltó
Edana mientras lo veía agacharse y volver a levantarse una y otra vez con el
rostro contraído.
—Jaja, creo que tiene razón la
perra —le chanceó su hermano—. Creo que vas a tener que aprender a tratar con
una mujer de verdad.
Y mirando a Daron concluyó:
»Y creo, que esta te puede
ayudar con eso… jajá.
Pasaron algunos momentos hasta
que Daron, bastante recuperado, se puso por fin de pié y rengueando aún se
acercó a la joven.
—Pues vamos a ver qué puedes
enseñarme, perra.
Afuera resonaban los truenos.
—OOOOO—
Haber encontrado aquella
caverna en medio de semejante niebla había sido toda una suerte. Encontrar leña
seca fue un poco más complicado pero juntos Aldair y el niño lo lograron.
Afortunadamente hacía mucho que no llovía y la bruma no parecía haber afectado
la madera que en las manos expertas del joven druida no tardó en emitir las
primeras llamas.
—Increíble —exclamó el niño
asombrado—. ¿Cómo lo haces?
Aldair lo miró unos instantes
y le sonrió.
--Con conocimientos. No es tan
difícil una vez que se domina la técnica.
—En mi aldea solo los druidas
encienden el fuego y lo mantienen vivo para cuando los demás lo necesitamos.
—Es así en muchos lados. Muy
poca gente, además de nosotros, se toma el trabajo de aprender los secretos del
fuego.
El chico lo miró mas asombrado
aun.
—¿Nosotros? ¿Quieres decir que
tu…?
Aldair le sonrió de nuevo,
esta vez embargado de un notable orgullo, algo que nunca antes había sentido.
—¿Tu eres…? ¿Eres un druida?
—Estoy totalmente seguro de
ello. —Volvió a sonreír.
—¡Increíble! —Emitió el
muchacho y por un buen rato no dijo una sola palabra más, hasta que Aldair con
tono jocoso rompió el silencio.
—Pareciera que nunca hubieses
visto un druida de cerca. ¿Cómo es tu nombre?
El otro lo miró, lo pensó unos
segundos y tímidamente dijo:
—Owain.
—Owain… —repitió Aldair.
— Estoy totalmente seguro de
ello—parafraseó el pequeño en cierto tono de chanza.
—Juventud…, el que porta
juventud o el que por siempre será joven. Es un gran nombre.
—Pues a mí no me ha traído más
que problemas. —El tono de su voz cambió notablemente.
—¿Por qué dices eso?
El muchachito clavó los ojos
en el centro de la hoguera y pareció meditar lo que quizás no tenía ganas de
contar.
—Una larga historia —dijo por
fin—. Y para nada entretenida.
Aldair se acomodó en el suelo
cambiando de posición para relajar los contracturados músculos de las piernas y
espalda.
—Tenemos todo el tiempo del
mundo, ¿no te parece? Esta anocheciendo y la niebla no parece querer irse a
ningún lado. ¿Dónde vives y donde están tus padres?
—Como ya dije. Es una larga
historia.
—OOOOO—
Edana intentó rechazar el
avance de Daron pero el otro hermano, Torc, le llamó la atención desde su
posición con un chistido. Enseguida hizo una seña con la cabeza en dirección al
inmovilizado Melvin y a la espada que sostenía debajo del cuello de este. Un
pequeño movimiento de su mano y la sangre comenzaría a manar sin control y con
ella la vida del indefenso anciano. Como para reforzar la idea abrió grandes
los ojos y la boca en un gesto que imitaba el horrible dolor que seguramente
debería sentir quien fuera degollado. Luego sonrió con una amplia y macabra
mueca cargada obscenidad.
— Tu amigo y yo vamos a
disfrutar del espectáculo. No lo dudes.
Como si aquello fuera el
permiso que necesitaba, Daron se le acercó, la tomó por los hombros y
apretujándola contra si comenzó a besarla y morderla con énfasis a lo largo del
cuello y la cara de un modo para nada delicado. Un gesto bien descortés y
salvaje pero que de todos modos fue suave comparado con lo que vino a
continuación. Enseguida comenzó a lamerla repugnantemente como un perro desde
donde el cuello se une a los hombros y hacia arriba. El rostro y las orejas.
Mientras que con una mano aferraba los senos y con la otra le tironeaba con
fuerza el cabello hacia atrás provocando que la joven elevara el rostro
contrito en una mueca de dolor. Aquel gesto en lugar de desmotivarlo, generó en
el atacante una oleada de placer que le recorrió todo el cuerpo y provocó la
tan temida erección. Satisfecho tomó a Edana por las caderas y la apretó contra
si para que sintiera en su pelvis toda la dureza que tenía preparada para ella,
pero falló en el movimiento y ella lo sintió en la pierna derecha. Sin pensarlo
se tensó en respuesta al asco que le produjo. Él, ofendido, le pegó con el
revés de la mano y toda la fuerza que pudo imprimirle. Como resultado Edana
salió disparada hacia la derecha, girando sobre sí misma y golpeando su rostro
en la pared. Cayó al suelo pero inmediatamente intentó incorporarse. Solo que
una vez en cuatro patas su agresor le puso un pie encima y se lo impidió. La
sangre que salía a chorros de la nariz de la joven llegó a la boca y se mezcló
con la del labio inferior partido. Automáticamente miró a Melvin con la
esperanza de que este se hubiera zafado de alguna manera, pero el anciano
continuaba allí, con el filo aun rozando su piel. Fue tanta la impotencia que
sintió que no pudiendo reprimirlo y dejó escapar un gemido entrecortado. Las
lágrimas no tardaron en aparecer. Daron quitó el pié de su espalda y acercó su
rostro al magullado y chorreante de sangre de la joven. La miró serio, con el
seño contraído y durante un instante pareció que iba a abandonar la tortura. En
cambio se irguió, estiró la pierna hacia atrás y le dio una patada en el
costado con tal fuerza que Edana cayó a una distancia de un par de pasos.
—Esto no es nada, puta. No
tienes bolas pero te aseguro que voy a hacer que sientas cada momento de dolor
que acabo de tener que soportar por tu culpa.
Se acercó a ella y con
grotesca fingida galantería la ayudó a incorporarse. Asiéndola con un brazo usó
la mano que le quedaba libre para apartarle el cabello del rostro que a
aquellas alturas estaba empapado del rojo y vital líquido y la miró a los ojos.
Aquellos hermosos y brillantes ojos verdes. Luego le sonrió, le escupió en el
rostro y con los labios y la lengua desparramó la saliva y la sangre. Ella hizo
un gesto de asco.
—Jaja, parece que no le gustan
tus fluidos, hermano—. Se burló Torc—. Te lo digo siempre. Tu aliento huele a
perro muerto. Jaja.
El otro lo miró.
—Pues más vale que comiencen a
gustarle. Tengo de varios tipos y todos parecen querer salir de mi cuerpo con
urgencia. Jaja.
Torc festejó la ocurrencia con
una exagerada carcajada mientras su hermano besaba a la pobre chica. Esta tuvo
un nuevo movimiento reflejo, casi intentó defenderse pero sabía que si lo hacía
condenaba a Melvin al gran viaje oscuro y se contuvo.
El agresor le tomó una mano y
se la llevó a su entrepierna. Ella le dejó hacer.
—¿Sientes el madero? ¿Está
duro, verdad? Pues no te desesperes, que no soy hombre mezquino; podremos
compartirlo. Ninguna mujer que lo haya conocido se ha quejado.
«Ya veo por qué», pensó ella
tristemente.
—Y si se quejaban, al menos no
eran quejas de desilusión, jajá.
Miró a su hermano con la
esperanza de que nuevamente le festejara la broma pero en cambio aquel lo miró
con fingida cara de pocos amigos.
—Deja ya de parlotear y has lo
tuyo que yo también quiero mi parte. Si hasta me tiembla el pulso ya de las
ganas que tengo. —Luego se dirigió a Melvin—: ¿Verdad que no debemos dejar
pasar mucho tiempo, viejo? No es bueno que me tiemble el pulso. ¿No crees?
Melvin se abstuvo de
contestarle. En su lugar comenzó a mascullar frases ininteligibles. Tenía los
ojos cerrados, como si estuviera concentrado en lo que recitaba para sí pero al
darse cuenta su captor de que no estaba mirando le tiró el pelo con fuerza y le
exigió que prestara atención a lo que pasaba.
—No querrás perder detalle —le
susurró al oído para que Edana no escuchara— puesto que es lo último que verás
en esta vida. Viejo.
El anciano posó los ojos en la
joven solo para ver como el otro continuaba manoseando y golpeando a la pobre
criatura. Así y todo no dejó de murmurar aquello que ya mas bien parecía alguna
clase de cántico.
No gozando ya de los golpes y
la humillación que infringía, Daron le dio un par de bofetadas en la cara con
la mano abierta y con una tercera la arrojó al suelo. Edana intentó levantarse
una vez más.
—No lo hagas. Quédate ahí.
Él se arrodilló ante ella y le
sonrió con impudicia. Lentamente sacó su espada, la blandió mostrándosela a la
chica, volvió a sonreír y luego le pasó el filo por la mejilla, como si fuera
una hoja de afeitar. Al contacto con el frio metal Edana se estremeció pero se
mantuvo firme. Él deslizó la hoja por el chaleco de piel que la chica tenía
puesto y cortó desde el escote hasta abajo todas las ataduras que cerraban la
prenda. Debajo, la joven vestía una túnica corta de color crudo. Repitiendo la
operación, rasgó la tela de punta a punta, dejando al descubierto la faja que a
manera de sostén ocultaba los pechos. También cortó dicha tela y quedaron al
descubierto los hermosos atributos de tamaño medio y muy firmes. Aquello hizo que
su miembro se pusiera aun más duro y palpitante. Con la punta de la espada en
la garganta hizo que la joven se recostara sobre el frío y húmedo suelo.
—Que no se diga que no soy una
persona atenta y sensible. —dijo y Torc festejó la ocurrencia.
—No hablas mucho hermano, pero
cuando lo haces dices terribles idioteces.
Ambos rieron.
Siguió el turno de los
pantalones. Fue a cortarlos pero consideró más efectivo quitárselos. La tomó
por la cintura y tiró de ellos hacia afuera. El duro roce contra la piel le
provocó a la joven un dolor como de desgarro pero contuvo el grito.
—Esto sí que es un placer de
dioses. Tendrías que venir a ver esto, ahora que está entero —le dijo a su
hermano— pronto no va a saberse que era.
—No seas destructor —le dijo
Torc— recuerda que yo también quiero disfrutarlo.
—No te prometo nada —rió.
—¡Edana! Concéntrate. Canaliza
su energía —le dijo Melvin en un grito.
Ella lo miró pero si le
entendió no dijo nada. Torc retiró un instante la espada para asestarle un
planazo en la cabeza y Melvin se quejó de dolor pero enseguida retomó su
cantico. Del lugar donde el borde de la hoja golpeó la escasa carne del cráneo
comenzó a manar sangre pero aquello era el menor de los problemas. La hoja
volvió enseguida al cuello.
—OOOOO—
Aldair estaba sorprendido de
que alguien tan joven hubiera pasado por tantas cosas. A sus doce años aquel
muchacho había sido un dechado de desgracias como el mismo acababa de contar.
Había sido el hijo primogénito de un guerrero noble perteneciente a un clan que
el joven druida no conocía ni siquiera de nombre. Ya su venida al mundo había
sido un acto poco feliz pues la madre había muerto al darlo a luz y pese a que
con el tiempo el padre pudo volver a casarse, nunca pudo dejar de culparlo por
haberle arrancado a la mujer que amaba. Aldana, la nueva esposa era mucho más
joven de lo que había sido la anterior y el niño le cayó bien. Incluso fue ella
quien lo había llamado de aquella manera: «Owain», el joven y desde entonces
así se había presentado ante el mundo. Si antes había tenido otro nombre lo
desconocía por completo. El pequeño Owain no había conocido otra madre. A la
joven le agradaba el niño y lo crió como propio por lo que todo marchó
relativamente bien por un tiempo. Al menos hasta que tuvo uno propio. Cuando
Owain tendría unos tres años, o eso creía, llegó su hermano menor. Brandon.
Llamado así porque para su madre era un pequeño príncipe. Aldana conoció la
maternidad de primera mano y cometió lo que muchas mujeres en su posición. Se
olvidó por completo del que no era suyo; aunque jamás fue consciente de este
hecho. Para ella estaba simplemente haciendo lo que debía. Lo que su naturaleza
le indicaba. Esto ocasionó que Owain creciera en un marco cargado de
diferencias pero incluso así jamás culpó a Brandon de nada. Incluso llegó a
creer que su misión en la vida era ayudar a su pequeño hermano en todo lo que
este necesitara al punto de estar más pendiente de las necesidades del otro que
de las suyas propias. Años después la joven Aldana cayó víctima de algún tipo
de enfermedad que nadie pudo curar y el padre de Owain conoció una segunda
soledad. Para aquel entonces Owain tendría unos seis o siete años, no lo
recordaba bien y extrañamente su padre intentó por primera vez acercársele. Tal
vez los años y la felicidad obtenida junto a Aldana habían hecho que olvidara
aquel viejo rencor y la nueva pérdida le enseñara que hay cosas que no son
culpa de nadie. Lo cierto es que trató de convertirlo en guerrero para que
algún día pudiera continuar con las hazañas en su nombre. Solo que aun era muy
joven. Ni siquiera había pasado el rito de iniciación a la hombría por lo que
le prometió que cuando fuese mayor le enseñaría todo lo que necesitaba para
hacerse respetar en esa profesión. Lamentablemente aquel momento jamás llegó
pues su padre murió en un enfrentamiento contra el clan de otra aldea de la que
Aldair tampoco había oído hablar. De esa manera el pequeño Owain debió buscarse
un oficio puesto que con tan solo nueve años debía sostener a la familia que le
quedaba. Ahora eran él y su hermano, solos en el mundo pues no tenían
familiares que los pudieran acoger. Así fue que el pequeño se metió a pescador.
Aparentemente la aldea de la que provenía estaba cerca de la costa. Un año más
tarde apareció en dicha aldea una muchacha que decía ser prima de su padre, era
mucho mayor que él pero estaba lejos de llegar a la edad en que se puede
comenzar a considerar vieja a una persona y como también estaba sola en el
mundo pasó a engrosar las filas de la familia. Esto fue bueno pues alguien
podía ocuparse ahora del hermano menor y ya no tendría que molestar a las
vecinas para que lo atendieran mientras él estaba pescando. Pero no todo lo
bueno dura mucho y un buen día una tormenta hizo que zozobrara la embarcación
en que iban él y su anciano maestro y este último se ahogó sin que el muchacho
pudiera hacer nada para salvarlo. Pese a contar ya con diez años. El rumor de
que Owain era un pájaro de mal agüero comenzó a correr como fuego en pastizales
secos y nadie más se animó a permitirle pisar sus botes por lo que debió buscar
nuevos rumbos. Tiempo después entró como aprendiz de herrero, era un trabajo
mucho mejor y realmente amaba dar forma a los metales al rojo vivo con su
martillo. Además todos idolatraban a los herreros casi tanto como a los druidas
pues eran hombres fuertes y muy necesarios para la sociedad. Pero la suerte
tampoco estuvo de su lado en aquella oportunidad y al cumplir los once años la
fragua donde trabajaban prendió fuego sin motivo aparente y por poco no se
incendió toda la aldea. Esto por supuesto era todo lo que hacía falta para que
algunos comenzaran a fijarse en él como alguien que efectivamente atraía la
mala suerte. Demás esta comentar que nunca más alguien se arriesgaría a tomarlo
a su servicio y el pobre Owain quedó desesperanzado. Un buen día su «tía»
decidió que la mejor forma de subsistir era casándose y así lo hizo. Pero el
consorte solo accedió a cambio de la vivienda que Aldana compartía con los dos
muchachos, la cual era mucho más grande que la suya propia. Pero claro, Owain
debía abandonarla, pues ya era patente que no generaba buenos augurios. La
joven le habló y le hizo ver que era lo mejor para todos o al menos para ella y
el pequeño Brandon. Era la única forma de tener una posibilidad en la vida. A
la mañana siguiente a la boda, un ya no tan niño Owain abandonó no solo la casa
sino también la aldea y se fue a peregrinar en busca de una vida que le
correspondiera por derecho propio. Aquello había ocurrido hacía tan solo unas
seis lunas.
—De no ser por ti, este día mi
mala suerte habría llegado a su fin.
—¿Entonces no te resbalaste?
¿Pretendías terminar con tu vida?
—No sé a qué vida te refieres.
Todo lo que hago termina saliendo mal. No soy de buena suerte.
Aldair esbozó una sonrisa
brillante y sincera.
—La suerte no existe pequeño.
Cada uno hace la suya propia. Pero para eso se debe ser observador. Se debe
mirar continuamente alrededor. La naturaleza, el universo, nos hablan siempre.
Solo debemos estar atentos a lo que nos dicen.
El muchacho quedó en silencio
unos momentos.
—En realidad no iba a
arrojarme. Lo tenía pensado, si, pero había desistido. Sin embargo cuando
apareció la niebla me asusté y resbalé. De no haber aparecido tu justo en ese
momento ahora estaría en el fondo de aquel barranco.
—¿Lo ves? Tal vez tu suerte no
sea tan mala después de todo.
El muchacho sonrió.
—Tal vez lo único que te
ocurre es que nada de lo que emprendiste era lo que te correspondía. Tal vez tu
destino está en otra parte…
—¡Tal vez mi destino sea ser
un druida!… ¡Como tú!— Le interrumpió.
Aldair lo observó unos
instantes en silencio. No quería cortarle las ilusiones pero sabía era un poco
mayor para comenzar los estudios.
—¿Donde aprendiste tu?
Aldair lo pensó unos
instantes. No tendría ninguna oportunidad pero… «¿Qué más da? —Se dijo por
fin—. Que al menos lo intente».
—Debes ir a Ynys Dywyll, la
llamada «Tierra Oscura». ¿La conoces?
—Ni siquiera de nombre.
—Es el mejor reducto donde
estudiar las artes del universo.
—Tú no pareces muy mayor —le
dijo el pequeño. —Todos los druidas que conozco son viejos.
Aldair dejó escapar una
carcajada.
—Tal vez te lo parezcan a ti.
Con tu corta edad cualquiera debe parecerte viejo en comparación.
—Tú no me lo pareces.
—Bien dicho. Pero yo he sido
recientemente ordenado. De hecho este es mi viaje de iniciación. —luego cambió
de tono—. Menudo viaje… he perdido a todo el mundo a causa de esta niebla y no
se siquiera donde estoy. Gran sabio resulté, ¿Verdad?
—No te culpes. En toda mi vida
jamás he visto una niebla como esta.
Aldair volvió a reír.
—Toda tu vida… —repitió—
tampoco es que fueran tantos años.
—OOOOO—
Daron se había arrojado sobre
Edana y la penetraba rítmica pero salvajemente. La muchacha permanecía
recostada, o más bien «tirada» de espaldas, con la cabeza girada hacia un
costado. Mientras sufría las embestidas no se quejaba ni lloraba. Por fuera
estaba como muerta. Solo los ojos mantenían algo de su chispa vital mientras
miraban fijamente a Melvin. En su interior ella también cantaba. El violador
comenzó a moverse a mayor velocidad penetrándola más y más duramente. Entraba y
salía con una celeridad creciente que disfrutaba más y más a medida que se
acercaba al clímax. Para ella sin embargo no era placentero en lo más mínimo.
No había lubricidad por lo tanto aquello era un roce continuo y doloroso. Casi
como ser quemada por dentro una y otra y otra vez. Los gemidos del otro
comenzaron a hacerse más audibles hasta que al final fueron gritos desaforados.
Entonces se tensó, se puso rígido y comenzó a morderla fuertemente en la base
del cuello junto a la clavícula, tan fuertemente que le desgarró la piel hasta
hacerla sangrar. En aquel momento Edana sintió que era inundada por dentro y
donde hasta recién había roce y ardor se volvió de pronto cálido y suave. Pero
ni aún así agradable. Con cada explosión, la simiente de su agresor pasaba a su
interior y con esta la energía sexual de su atacante. Y precisamente aquello
era lo que necesitaba. Al oír el primer grito del hombre ella lo aferró fuerte
por la espalda y clavándole las uñas como si de garras se tratara las deslizó
hacia abajo desgarrándole la piel. Ella también gritó, aunque más bien aquello
sonó como un aullido animal que como un sonido humano. Algo salvaje. Algo que
la unía a la bestia que la estaba montando contra su voluntad. Melvin haciendo
eco de aquello y por primera vez desde que comenzara su cantico, emitió en voz
alta la última frase del mismo.
— Bod arswyd yw'r arswyd rydych hau yn medi--. Dijo en voz alta, repitiéndolo luego a voz en
cuello jugándose el todo por el todo. La espada permaneció quieta. ¡Seguía
vivo!
—¡Imposible! —exclamó Torc
mientras una abrumadora luz blanca lo segaba.
Al recupera la visión se
percató que del techo de la cueva emanaba luz multicolor. No era estática sino
que eran más bien olas de luz. Lo mismo que había ocurriendo afuera en el cielo
justo antes de la aparición de aquella extraña niebla.
—¿Qué demon…? —al mirar al
viejo que tenía sujeto se encontró con que este había desaparecido y estaba
sosteniendo solo ropas vacías—. Imposible… —volvió a exclamar. Miró a su
hermano y lo que vio completó el espanto. Daron continuaba sobre la muchacha
pero esta parecía estar muerta. Solo que no recientemente muerta. Debía llevar
semanas en aquel estado, pero eso era imposible. Aturdido se acercó titubeante.
No comprendía que estaba pasando. Su hermano lo miraba y reía.
—¿Que te pasa Torc? Parece que
has visto un fantasma. Jaja. Ven y disfrútala. Casi ni la he maltratado para
ti—. Volvió a reír.
El otro lo miraba con los ojos
desorbitados. Allí estaba su hermano, aun dentro de la muchacha. O mejor sería
decir del cuerpo putrefacto de la muchacha. Se le revolvió el estomago y sintió
como todo lo que había comido en a la tarde se le venía hacia la boca. Reprimió
una arcada.
—Está… está…
—¿Muerta? —Dijo el otro— No
seas tonto. Está a punto esperando por ti. Es un poco callada, pero ese arañazo
del final… debes probarla.
—¡Podrida! Alcanzó a articular.
—¿De qué estás hablando?
¿Acaso has enloquecido?
Daron se puso de pié; se subió
los calzones y los pantalones de tela y metió dentro su herramienta que
comenzaba a ponerse flácida. Torc vio entonces la totalidad del cuerpo de
Edana. Estaba desnuda y con los pantalones por debajo de las rodillas como su
hermano la había dejado pero tenía la piel ennegrecida por la descomposición de
varios días y despedía un olor nauseabundo. Se percató de que tenía los ojos
abiertos y de pronto estos explotaron despidiendo un líquido viscoso, verdoso y
de olor aún más nauseabundo que el resto. Por las cuencas ahora vacías
comenzaron a salir grandes gusanos. Torc dio un paso atrás, horrorizado. Esta
vez las nauseas le subieron tan rápidamente que no pudo contenerlas y vomitó
todo el contenido de su estómago. Su hermano no entendía que estaba pasando.
Intentó acercarse.
—¿Pero que te ocurre? Apenas
le he mordido algo el cuello…
—¡Atrás!
Se detuvo en seco.
«Verdaderamente no está bien de la cabeza», pensó. Su hermano siempre había
sido el más sádico de los dos, llegando incluso a fornicar con muertas o
matándolas luego de hacerlo. Y aquella no lo estaba en lo más mínimo. Giró la
cabeza y la miró. Los verdes ojos de la chica lo miraban extrañados. Parecía
estar tan desconcertada como él mismo. Miró nuevamente a su hermano ya
comenzando a temer lo peor.
—Pero Torc…
—¡Atrás! No te me acerques.
Daron le hizo caso y se detuvo
en el instante. Torc que permanecía agachado, con el estomago algo más aliviado
aunque jadeando por el esfuerzo, se incorporó lentamente. Y efectivamente lo
peor comenzó a ocurrir, pero ni remotamente se parecía a lo que Daron hubiera
imaginado. En una rápida sucesión el rostro de su hermano comenzó a cambiar.
—No puede ser.
—Cálmate Torc, algo te está
pasando.
—¿A mí? Eres tu el que...
No pudo terminar. Mientras le
hablaba a su hermano, Torc veía como el rostro de este empezaba a ser víctima
de una rápida descomposición. La piel se le ponía cetrina como la de la chica.
Los labios se le resecaban formando esa mueca que solo un muerto puede
presentar. «¡Pero Daron está vivo!» El otro le puso una mano en el hombro, solo
que no era una mano, ¡aquello era una garra mortuoria! Los dedos delgados y
resecos de un esqueleto de meses de muerto. Lo miró a la cara y un ojo reventó
como antes le sucediera a la mujer y le salpicó el fétido jugo en la cara.
Aquello era el límite que sus nervios podían soportar.
Poniéndose en guardia sacó su
espada y la enarboló con ambas manos.
—¡Atrás maldito seas!— Gritó
horrorizado.
De pronto su hermano Daron
sintió que su propia confusión daba paso al pavor. Sin que nada más ocurriera
comenzó a notar que a Torc el vello facial comenzaba a crecerle corto y duro a
una velocidad increíble. Mientras que el de la cabeza caía al piso de a
mechones y pronto era reemplazado por uno nuevo pero ya no largo como lo usara
su hermano sino también corto y duro. Sin embargo las cosas no terminaron ahí.
La cara comenzó a deformársele hasta dejar de parecer una cara humana y se
volvió más bien un… «¡Un morro!» Los dientes se volvieron mucho más grandes
largos y afilados. Incluso los ojos… Asustado dio un paso atrás y luego otro y
otro. Pero los cambios no terminaron ahí y su hermano comenzó a crecer y
crecer. Pronto midió una vez y media lo que antes. La ropa se le rasgó por
todas partes pues también crecía en ancho y cayó a los pies de Torc. Este
gritó, pero no era un grito lo que oyó Daron. Aquello era más bien un rugido.
Dio otro paso atrás.
«Un oso…—dijo a nadie en
especial—. ¡Torc es un maldito oso!»
—OOOOO—
El niño dormía. Su respiración
era lenta y por algún motivo a Aldair aquello lo llenaba de paz. No dejaba de
contemplarlo a la luz de las llamas. Por increíble que fuera, su rostro le
resultaba familiar. ¿O sería que en aquella situación de abandono en la que él
se encontraba cualquier rostro podría resultar familiar y hasta amigable? De
todas formas se sentía bien consigo mismo. Le había salvado la vida a aquel
niño y ahora este tendría la oportunidad de enmendar todos los desastres en que
había participado. Si es que alguno de aquellos incidentes fue realmente culpa
suya. De pronto tuvo una idea. Lo llevaría con él en su viaje y al retornar a
la aldea tal vez pudiera convencer a su maestro para que le enseñara algunas
cosas. Incluso el mismo podría tomarlo como pupilo ahora que había sido
ordenado. No sabía si el consejo lo aprobaría. Pero debía intentarlo. No podía
permitir que Owain siguiera solo por el mundo arrastrando su «mala suerte». Tal
vez aquella fuera su misión en la vida. Tal vez los dioses lo había separado de
sus compañeros para tener oportunidad de cambiar la vida de este pequeño, se
dijo. Y esto lo llevó irremediablemente a otra idea. A un tema que le venía
molestando desde el mismo momento en que su maestro, su padre espiritual, le
dijera que estaban completamente solos. Que los dioses no existían y solo eran
un mito, una herramienta de control para manejar a las masas incultas. Aquello
tenía todo el matiz de ser algo que los dioses pudieran hacer. Por eso no podía
encontrar a nadie, pero eso no reconocía el terreno. Aquella era la prueba
cabal de que los dioses, algunos al menos, existían. «Oh, Melvin —pensó—tengo
que contarte esto. ¿Dónde estarás? ¿Dónde están todos? »
Estaba con aquellas
elucubraciones cuando algo le llamó la atención. A través de la boca de la
caverna penetraba una luminiscencia extraña. Era de noche hacía varias horas y
a través de la bruma no se veía nada. Tampoco había luna en el firmamento. Por
eso le resultó extraño ver aquella luminiscencia. «Sin embargo…», se dijo y se
encaminó hasta la abertura. Al acercarse pudo ver con más nitidez y encontró
que aquella luz era la misma que había precedido a la aparición de la niebla.
Solo que con la luz del día no se apreciaba en tal magnitud. Ahora, en cambio,
al ser noche cerrada aquello era realmente mágico. Un mar de luces en el negro
firmamento. Un oleaje de colores en el cielo que se desplazaba para un lado y
para el otro en el más absoluto de los silencios. Salió al exterior y de pronto
y sin saber cómo, se encontró caminando bajo aquel maravilloso espectáculo.
Entonces reparó en que la niebla había desaparecido. De pronto y contra todo lo
que pudiese esperar, el oleaje de luz también desapareció de la misma forma y
la noche fue reemplazada por la cegadora luz del día. «¡Imposible!», se dijo.
Pues no había amanecido. Un amanecer es paulatino y en él la luz comienza a
vislumbrarse poco a poco y los colores se van formando hasta que lo envuelven
todo. Allí simplemente se había hecho la luz. Un instante antes era de noche y
al siguiente era el día. Jamás nada lo había preparado a Aldair para entender
aquel acontecimiento. Aquello no podía ser natural de ninguna manera y de
pronto se sintió mareado, descolocado temporalmente. Lo embargaba como una
sobrenatural sensación de aislamiento respecto al mundo circundante. Como si se
hubiera transportado, sin haber dejado físicamente la posición original, a una
dimensión distinta. Giró sobre si mismo intentando encontrar la cueva de la que
había salido momentos antes pero esta ya no existía. No encontró roca alguna
siquiera. Estaba rodeado tan solo de verde pradera por donde fuera que mirara y
más allá de ella, muy lejos, el bosque.
—OOOOO—
Daron sacó la espada de su
funda en un acto mecánico, mientras que con el otro brazo intentaba detener los
zarpazos del oso que antes fuera su hermano. Sin pensarlo, pues aquello no era
algo racional y de un solo impulso llevó la filosa hoja hasta el vientre del
animal y lo atravesó de lado a lado. Extrajo el arma y volvió a hundirla dos,
tres y más veces hasta que la bestia cayó de rodillas al suelo. Torc,
sorprendido, dejó caer la espada y se llevó las manos a una de las heridas del
vientre. Las retiró ensangrentadas y las contempló como obsesionado. «¿Por
qué?», quiso preguntar al espectro que tenía enfrente pero no pudo articular
palabra. Se estaba ahogando en la sangre que manaba de su boca como un
manantial caliente. Su propia sangre. Instantes después cayó al suelo. Apoyando
primero las manos ensangrentadas, tratando de permanecer erguido y cuando sus
brazos fallaron por falta de fuerzas dio de lleno con la cara en el piso. Un
inmenso charco rojo no tardó mucho en formarse debajo de su cuerpo inerte.
A todo esto, su hermano, su
asesino, miraba la escena con ojos saltones. No podía creer lo que acababa de
suceder. Había matado a su propio hermano pues ahora lo veía bien y era un
cuerpo de hombre y no un oso lo que yacía en el suelo. «¿Pero qué clase de
magia…?», no pudo terminar la idea. La punzada penetró desde atrás por debajo
de las costillas. Justo debajo del omoplato derecho y apareció en forma de
brillo metálico a través de su esternón. A la luz de las llamas que en ella se
reflejaban reconoció la hoja de espada que olvidó de quitarle a la muchacha,
incrustada en su propio pecho. En un acto absurdo e irracional tomó la hoja con
ambas manos e intentó volver a meterla hacia adentro. No tuvo las fuerzas
necesarias y solo consiguió tajearse las palmas y los dedos que pronto se
cubrieron de sangre. Enseguida también a él le fallaron las piernas y cayó de
rodillas al piso.
—¡Perra! —alcanzó a
articular—. Esto no…
Por toda respuesta Edana le
dio un empujón con el pié, lo que hizo que el otro cayera de costado dentro del
charco de sangre de su hermano aún con la hoja aferrada a sus ensangrentadas
manos. Movió la boca intentando decir algo pero ni un solo sonido salió de
ella. Pronto ambos líquidos se mezclaron en un único estanque de muerte y ya no
se pudo distinguir de quien procedía cada uno.
—Ese es el único fluido que me
interesa que salga de tu cuerpo. ¡Hijo de una perra!
En un gesto automático, sin
ser consciente de ello siquiera mientras miraba al muerto comenzó a levantarse
los pantalones hasta llevarlos a su sitio. Luego intentó atarse de nuevo el
chaleco con el fin de ocultar los desnudos senos pero se dio cuenta de que los
cordones habían sido cortados y desistió de la operación. Entonces recordó el
momento justo en que su agresor le había cortado las tiras y en un arranque de
furia le surgió patearlo y escupirlo pero el cuerpo inerte apenas hizo eco del
golpe. Entonces se percató de la presencia de Melvin. Este permanecía aún
tirado en el suelo. Se acercó y pudo ver que no estaba físicamente herido más
allá de los golpes recibidos. El anciano intentó incorporarse pero una punzada
en su cabeza hizo que todo lo que tenía en el estomago volviera en un reflujo
hacia la boca y sin poder contener las nauseas vomitó a los pies de la joven.
Luego sus ojos se pusieron blancos y perdió el conocimiento. Edana no se detuvo
a pensar, giró al anciano boca arriba e intentó levantarlo. Le faltaron las
fuerzas. Se agachó sobre él, pasó un brazo por entre los suyos y luego el otro.
Entonces volvió a ejercer toda su fuerza hacia arriba. Esta vez logró
incorporarlo. No es que fuera pesado, era un anciano delgado pero ella estaba
exhausta. Sin embargo no podía detenerse. Debía continuar pues si se detenía
sabía bien que se quebraría y ya no podría seguir y temía a lo que pudiera
ocurrirle si eso pasaba. De alguna Manera Melvin le había salvado la vida. No
entendía en lo más mínimo que fue lo que acababa de ocurrir pero sabía que el
viejo había tenido algo que ver. Tenía que sacarlo de ahí. No porque fuera
peligroso, aquellos dos no volverían a lastimar nunca más a nadie. Era ella
quien lo necesitaba. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Con un nuevo
esfuerzo tironeó del viejo druida y pudo ponerlo casi de pié, luego se agacho y
dejó que este cayera sobre sus hombros. Era un peso muerto por lo que lo aferró
con sus brazos y comenzó a caminar lentamente hacia la salida.
Cuando le fallaron las fuerzas
por cuarta y última vez y se vio obligada a arrodillar una pierna para no caer
junto a su carga se dijo a si misma que ya estaba lo suficientemente lejos.
Lejos y a salvo del lugar que tanto horror le había causado. Sin cambiar aun de
posición bajó lo más suavemente que pudo al anciano y lo recostó en el suelo.
Luego ella misma se sentó sobre la gramilla tomándose las piernas con ambas
manos y llevando las rodillas al mentón. Como intentando ocultarse del mundo
tras ellas y agachando la cabeza lloró. Lloró a gritos, como jamás había
llorado en su vida. Como jamás volvería a llorar.
Mientras tanto y sin que
ninguno de los dos se percatara, la niebla comenzó a desaparecer.
FIN
(del Capítulo)
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