Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.
Melvin estaba sentado a la mesa junto a otros ancianos conversando acaloradamente. El tiempo era escaso y aun había muchos temas que definir.
—¡No! —exclamó uno de ellos, el que llamaban Aius—. Nuestro líder no ha muerto. No podemos ni debemos sustituirlo aun.
—Pero este viaje es muy peligroso —confrontó Brian, el fuerte, quien sin dudas había conocido épocas mejores donde su nombre le era más propicio. Sin embargo su espíritu permanecía inalterado y daba constantes muestras de no haber menguado en lo más mínimo. Luego se dirigió a Melvin—. No podemos estar seguros de tu regreso y si la situación es tan grave como suponemos no debemos quedar acéfalos justo en estos momentos.
Hicieron silencio; la tensión podía palparse en el aire. Melvin bebió de su cerveza y tragó lentamente como era su costumbre al pensar meticulosamente en algo. Todos esperaban que hablara pero continuó en silencio unos momentos más.
—Es cierto —indicó por fin—. Todos ustedes plantean posturas lógicas y ciertas de un modo u otro. Pero deberemos ser prácticos. Mi puesto me fue entregado a la muerte de nuestro anterior Melvin luego de que este consejo de los doce se reuniera por días bajo el Gran Dolmen. Recuerdo que no fue una decisión sencilla de tomar pero llegamos a un consenso gracias al cual juré hacer buen uso del cargo que se me otorgaba. Es tradición que así se proceda y así se ha hecho siempre. Hoy, sin embargo, me reclaman tareas no menos importantes ni más gratas. Personalmente desearía no tener que hacer lo que estoy a punto de hacer pero no veo otra alternativa. Mi pupilo es un candidato fuerte para ser ungido Protector y es su tutor o sea yo, quien debe presentarlo. Esto lo hemos sabido desde siempre, solo que ninguno imaginó en qué condiciones íbamos a tener que proceder. Por eso les pido hermanas y hermanos míos que una vez que yo haya partido rumbo a la lejana Oileán Thúr Rí, consideren que he muerto para ustedes y elijan a un nuevo Melvin. —Murmullos—. Eso sí —todos lo miraron— si está escrito que he de volver, mi sola presencia bastará para que quien haya sido elegido claudique al título pues no pueden coexistir dos jefes en ejercicio y mi regreso será prueba suficiente de que no he muerto tal como la tradición manda —nuevos murmullos se alzaron.
—¡Hermanos! —Expresó Brian alzando los brazos a la altura del pecho solicitando silencio—. Me parece algo realmente justo pues aquí lo que se busca es el beneficio del conjunto y no de un solo hombre o mujer que pudiera acceder al cargo.
—Que así sea entonces —gritó Cinnia, la hermosa, quien también debía de haber conocido mejores épocas—. Sellemos la promesa entonces como la tradición manda —le sugirió a Melvin.
Este asintió con la cabeza y luego de tomar una de las ánforas que descansaban sobre la mesa llenó su copón de barro cocido. Los demás lo imitaron. Entonces elevó el recipiente hacia el cielo estrellado y pronuncio las palabras sagradas:
—Bebamos todos del sagrado líquido, regalo que los Dioses a través de la simple semilla que germina en los prados nos han brindado para poder encontrar siempre el camino y estar así en comunión con la naturaleza. Líquido que es pues la Sangre que nos hermana y unifica como seres creados por La Fuente Universal y Única. Haced esto en conmemoración mía y que mi recuerdo les sirva de guía en momentos difíciles.
—Que así sea —corearon todos y de un solo trago bebieron su cerveza.
Al terminar arrojaron los recipientes contra la piedra sagrada que tenían a sus espaldas. El ruido del barro cocido al romperse sonó estridente y cientos de fragmentos saltaron hacia todos lados. Quedaba así sellada la promesa que aquellos sabios acababan de hacerse entre sí. Promesa que no debía romperse a menos que se deseara la muerte por inmolación en las llamas.
La luz del día iba menguando. Por la ventana entraban los últimos rayos de sol de una tarde cálida, la primavera ya estaba cerca y sus bondades eran cada vez más notorias al transcurrir de los días. En la cama, Aldair y Edana permanecían abrazados luego del cansancio de la acción. Minutos antes habían sido dos cuerpos enzarzados en una frenética y convulsionante lucha amatoria pero ahora estaban quietos, estáticos como flotando en un lago de felicidad y tranquilidad con esa breve sensación de que el tiempo no transcurre y de que se podrí estar allí por siempre. Una eternidad en silencio oyendo tan solo la respiración y el latir del corazón del otro.
Sin embargo, a veces toda una eternidad puede ser mucho tiempo.
—¿En realidad no sabes si volverás? —Preguntó ella casi tímidamente. Casi como si tuviera miedo de la respuesta.
El se sobresaltó al escuchar la vos que terminó con la sensación de estar flotando en aquel lago.
—Para serte sincero, no se mucho sobre lo que pasará de ahora en más. Solo sé que me veo arrastrado por fuerzas superiores a mí mismo. Es como si hubiera encontrado mi destino...
—¿Puedo ir contigo? —le interrumpió.
Se la quedó mirado en silencio. ¿Que debía contestar? Por un lado quería que así fuera pero por otro, no sabía a que estaba exponiéndose el mismo.
—En realidad... no sé... —Titubeó torpemente—.
—Bien, entiendo. —Contestó ella mientras se separaba de él y se sentaba en el camastro—.
—Realmente; yo...
—No te disculpes. Es perfectamente razonable que actúes así. Hace dos días ni siquiera nos conocíamos y que hayamos tenido sexo no significa que tengamos un vínculo mayor.
—Pero...
—Créeme, está bien. No tienes que darme ninguna explicación. —En un principio sonó casi franca, pero luego continuó con un tono más frío—. Tú tienes tu “destino” y yo tengo mucho que aprender aun aquí. Entre nosotros hay un mundo de sabiduría que nos separa.
Luego de aquello quedaron en silencio. La habitación se había oscurecido aun más y comenzaba a hacer frio. La muchacha se incorporó y comenzó a vestirse como antes había hecho en el bosque. Con los últimos vestigios de luz Aldair contempló cada línea de su cuerpo. “Es perfecta”, se dijo para sí y sonrió, pero ella no pudo ver la expresión de su rostro.
—¿Siempre tienes un carácter tan difícil?
—En realidad —hizo una pausa mientras buscaba las palabras justas—, siempre me molestó no conseguir lo que quiero. —Luego sonrió—. Y esa es una fuerza muy superior a mi misma —agregó burlándose irónicamente del comentario que Aldair hiciera momentos antes sobre su propio destino.
Él soltó una carcajada resonante y sincera. No solo era hermosa sino muy ocurrente y de pronto se sorprendió a sí mismo con aquel pensamiento inesperado. ¿Estaría enamorándose?
Cuando ella terminó de vestirse se despidió desde donde estaba parada con un gesto que consistió en levantar la mano solo un poco. Luego dio media vuelta y salió de la casa. El muchacho permaneció en su cama unos momentos más mientras trataba de entender lo que le estaba pasando. Tendría que hablar con Melvin sobre aquello.
—¡Melvin! —Exclamó y se incorporó de un salto. De pronto recordó que había olvidado algo importante.
Cuando llegó hasta donde se suponía que debía encontrarse con su mentor, Aldair los encontró a todos reunidos. Muchos ancianos y estudiantes avanzados comiendo, bebiendo y riendo sentados ante un gran círculo de mesas ubicadas alrededor de un gran fogón. A un costado quedaba el altar de piedra que Aldair conocía bien. Una roca del tamaño de un hombre acostada con dos menhires de unos dos metros aproximadamente, uno a la cabecera y otro a los pies de la primera. Cuando el muchacho se acercó fue recibido por vítores y golpes en las mesas, todas efusivas muestras de cariño que le hicieron tragar saliva pues nunca se había sentido cómodo frente a las multitudes. Pese a esto tomó coraje y avanzó hasta donde estaba su maestro. A la pasada saludó y fue saludado por muchos de sus colegas y maestros. Al fin llegó a la mesa donde Melvin y los otros se deleitaban con jabalí asado y mucha cerveza.
—¿Qué es todo esto? —le preguntó.
—¿Qué te parece que sea? —le contestó el anciano sonriente.
Aldair miró alrededor suyo, reconociendo los rostros de quienes estaban presentes. Su mentor lo tomó de un brazo y lo tironeó hacia abajo en un claro gesto para que se sentara a su lado. El muchacho así lo hizo mientras completaba la conversación.
—Evidentemente es un agasajo. —Volvió a mirar en derredor. ¿Por nuestra partida? ¿No se suponía que fuera un secreto?
—Solo la causa hijo mío —le contestó mientras le apoyaba una mano sobre el hombro—, no podemos ocultar nuestra ausencia sin que la gente se haga preguntas y fabulen al respecto. Asique ¿por qué no hacer un buen festín de despedida en el que celebremos tu viaje de iniciación como nuevo maestro?
—¿Maestro?. —Silencio—. ¿Yo…?
El anciano lo miró complacido. Aldair permanecía serio; aquello era inesperado pues suponía que aun faltaban algunos años y muchos conocimientos para lograr el título. Luego de unos instantes el viejo maestro sonrió y lo tomó por ambos hombros como un padre lo haría. Luego rompió a reír alegremente.
—¿Crees que sea tan importante el hecho de que aun no sepas ciertas cosas como para que no podamos nombrarte Maestro Druida? —le preguntó sincero—. Porque si realmente no sientes que estés listo para la función entonces el concejo se ha equivocado.
—No, no es eso…
—Entonces elegimos bien. No se hable más del asunto.
Uno de los ancianos que estaban sentados en la misma mesa luego de escuchar la conversación entre los dos, procedió a llenar un cuenco con cerveza y se lo alcanzó al muchacho.
—Por nuestro nuevo compañero —exclamó la anciana Cinnia.
—¡Que así sea! —Exclamaron todos a coro y comenzaron a golpear la mesa rítmicamente con el puño derecho mientras bebían la cerveza que tenían en la mano izquierda. Todos los presentes de las demás mesas hicieron eco del deseo y pronto el bosque se inundó del tronar de la madera similar al de cientos de tambores.
Con el sonido de los golpes aun retumbando, un par de muchachas jóvenes vestidas en blancas e inmaculadas túnicas se acercaron hasta Aldair y lo tomaron de los brazos. Este las miró divertido y luego miró a su maestro.
—Conoces el ritual hijo mío. Será mejor que te dejes llevar por el poder y la sabiduría de los dioses —le dijo mientras guiñaba un ojo. A la luz de las últimas revelaciones aquel gesto tenía más significado que nunca.
El muchacho miró alrededor suyo. A los demás ancianos primero, al resto de los presentes después y a las dos jóvenes al final y rió a carcajadas. Por supuesto que se dejaría llevar. Se puso entonces de pié y las jóvenes lo tomaron fuerte pero delicadamente por ambos brazos. Al costado del círculo de mesas, junto a las piedras del altar apareció una tercer muchacha vestida por una túnica de lino blanco adornada con figuras lineales y un trisquel en el frente. La acompañaban dos hombres jóvenes también en túnicas blancas pero similares a las de las muchachas que estaban con Aldair. El largo pelo castaño claro de la recién llegada emitía bellos destellos al reflejar la luz del fuego. Entonces y sin previo aviso comenzó a danzar frenéticamente al son del sonido de la madera y Aldair comprendió que estaba en trance. Luego de unos minutos de aquella danza se detuvo y quedó mirándolo al muchacho fijamente. Su generoso pecho subía y bajaba al compás de la agitada respiración. Aldair se quedó impactado ante la imagen de la muchacha.
—Ya conoces a Aislinn, la más joven y hermosa de nuestras adivinas.
Efectivamente se conocían. Aislinn y él tenían prácticamente la misma edad y habían jugado y estudiado juntos durante los primeros años de sus vidas. Luego, algunas diferencias de pensamientos e ideales entre ellos habían hecho que tiempo atrás sus caminos tomaran distintas direcciones y pese a vivir en la misma aldea no se habían visto con frecuencia. Aquellos años habían sido realmente generosos con ella, pensó el muchacho. Luego, mientras las doncellas lo conducían hacia el altar, Aldair contempló cómo en la cara de su Maestro se dibujaba un gesto picaresco mientras que con un asentimiento de cabeza y brillo en los ojos le indicó que disfrutara de aquel momento tan importante en la vida de un celta como ellos. Aldair le sonrió y con sorpresa se dio cuenta de que su maestro estaba emocionado.
Cuando llegaron al altar de roca las muchachas comenzaron a desvestirlo con mucho respeto y veneración. Una vez completamente desnudo lo ayudaron a recostarse boca arriba sobre a piedra del sacrificio; estaba tan fía que no pudo evitar un leve estremecimiento. Enseguida una de las jóvenes tomó un trozo de soga de fibra vegetal y ató cuidadosamente una de las muñecas del muchacho, luego rodeó la roca hasta el otro costado y realizando idéntica gestión ató la muñeca libre con una nueva soga. Mientras tanto, su compañera procedía a hacer lo mismo con los tobillos.
Al terminar esta primera etapa se acercaron los dos sujetos que acompañaban a Aislinn, druidas también y tomando de manos de las dos jóvenes los extremos libres de soga los tensaron fuertemente y ataron a las piedras monolíticas de los extremos. De esta manera Aldair fue fuertemente fijado al altar de la misma manera que lo estaría alguien condenado a la estaqueada. El muchacho realizó forcejeo contra las ataduras y comprobó que las sogas estaban efectivamente tensas y bien atadas. Luego las doncellas volvieron a acercarse a la piedra del sacrificio. Esta vez portaban sendos cuencos de barro cocido. Aldair sabía perfectamente lo que contenía cada uno de ellos. Uno guardaba tierra negra, representación de la unión con el mundo natural del cual los hombres somos parte. El otro poseía la sangre recolectada de los jabalíes faenados para aquel banquete, la sustancia vital de todo ser vivo y sin la cual morimos. Solo faltaba un elemento para completar la triada sagrada y él sería el encargado de suministrarlo.
Los dos druidas se acercaron ahora a la adivina y comenzaron a desvestirla con el mismo cuidado y dedicación. Ella permaneció quieta. Mientras tanto entonaba algunos rezos entre murmullos prácticamente inaudibles. Luego la ayudaron a subir al altar lo que hizo con movimientos delicados casi como si no pesara nada y flotara en el aire; como si fuera un hada de los bosques. Una vez de pié sobre la loza, con los pies a los lados de las caderas del muchacho que permanecía acostado elevó los brazos al cielo estrellado y emitió alabanzas a los dioses. Los que estaban en la ronda aclamaron al unísono acompañando el agradecimiento y el pedido de éxito en la labor del nuevo compañero que iba unírseles. Mientras tanto el muchacho iba regulando su respiración hasta lograr una cadencia pausada. Una respiración que le permitiera concentrar todas sus energías y canalizarlas favorablemente para lo que vendría a continuación. Cuando hubo terminado su rezo Aislinn bajó lentamente los brazos en un movimiento lento y armónico que hizo que los presentes tuvieran la sensación de que descendía y se posaba. Cuando los brazos llegaron a la altura de sus caderas comenzó a agacharse hasta quedar reclinada sobre Aldair rozándolo con su sexo haciendo que el de él reaccionara de inmediato y cuando el muchacho estuvo listo le permitió introducirse suavemente dentro suyo. Los que estaban en la ronda comenzaron a entonar nuevos canticos pero estos poseían una cadencia que acompañaba los movimientos de la adivina. Aldair continuaba concentrado. Aquello no era simplemente sexo, sino magia sexual. La más poderosa de todas. No era el gozo de sus practicantes lo que se buscaba sino la concentración de energía sexual que sería lanzada hacia el firmamento. Esa energía podía utilizarse de diferentes modos. Ya sea para ganar una batalla, para mejorar el clima o las cosechas o simplemente para hacer más llevadero un largo viaje como el que iniciaría nuestro joven druida. En este caso particular tenía un simbolismo muy especial ya que lo que se buscaba era lograr que el iniciado se convirtiera en un druida lo más poderoso posible.
De pronto el joven comenzó a sentir como la energía comenzaba a acumularse en la zona media de su cuerpo y como de a poco se volvía una fuerza más y más difícil de controlar. Solo los años de entrenamiento le permitieron no perderse en una explosión desenfrenada. Luego de unos cuantos minutos la joven comenzó a moverse con un ritmo mayor. Ritmo que en todo momento era acompañado por los canticos. La magia estaba por terminar. Ella hundió sus dedos en el pecho de Aldair. Este la miró a la cara y encontró que los ojos se le habían puesto blancos. A cause del trance. Luego los dedos se crisparon y apretaron aun más fuertemente sobre la carne de su pecho, entonces ella tiró la cabeza hacia atrás y arqueó la espalda en un movimiento espasmódico y permaneció quieta, estática como una roca. El cantico cesó también.
Silencio.
Luego de unos instantes que se antojaron eternos la joven pareció volver a la vida y retomó el movimiento cadencioso. Las voces también lo hicieron y pronto fue el muchacho el que ya no pudo controlar su energía. Con un fuerte rictus facial sintió como está explotaba dentro suyo y era liberada hacia el universo mismo. En este preciso instante la mujer se levantó permitiendo que el miembro de él quedara libre y con sus manos recolectó la sagrada simiente que emanaba con cada espasmo del muchacho.
Cuando todo hubo cesado se enderezó y elevando las manos con las palmas para arriba ofreció aquello como ofrenda a los dioses de los cielos. Luego se acercó hasta el pecho marcado por sus propios dedos y lo untó con el vital fluido. Entonces las dos muchachas que hasta ese mismo instante habían permanecido estáticas al lado del altar y de la pareja, acercaron los cuencos y volcaron también sobre el pecho la tierra y la sangre. Luego las tres se abocaron a la tarea de untar todo el cuerpo de Aldair con la sagrada mezcla.
—Con estos tres que son los más esenciales de los elementos que hacen posible la vida. Con la tierra que nos da sustento, con la sangre que nos llena y con la semilla de la que germina toda vida, los que aquí nos hemos reunidos te nombramos Maestro en las Artes Sagradas del Druidismo. —Al unísono todos emitieron un grito de alegría—. He tenido visiones de tu porvenir Aldair, hermano nuestro. He visto que tendrás una larga vida y que presenciarás cosas que ninguno de nosotros sueña siquiera.
>>Sin embargo, —lo miró fijamente a los ojos—, no estás destinado a ser feliz…
Dicho esto permaneció callada. El rostro se le había transformado; estaba seria y parecía triste. Luego comenzó a descender del altar ayudada por los dos druidas.
Melvin se acercó sonriente y lleno de dicha cuchillo en mano y de a una cortó las ataduras que inmovilizaban al muchacho en un gesto que simbolizaba el final de su tutoría. Desde ahora serían pares y no ya aprendiz y maestro. Aldair se sentó en la roca y se acarició las muñecas para reactivar la circulación. Luego, en vez de abrazar a su padre espiritual fue hasta donde Aislinn estaba siendo vestida por sus cuidadores.
—¿Que quieres decir con que no estoy destinado a ser feliz?
—No lo sé Aldair, la visión fue muy breve y muy extraña. No podría explicar que fue lo que vi. Solo lo que ya te mencioné. —Entonces se tambaleó; la magia había sido agotadora.
—Disculpa Aldair, pero debe descansar, Aldair –le dijo amablemente uno de los dos—. Ahora debe retirarse y estar sola para recobrar fuerzas.
—Sí, entiendo. Por favor cuídenla.
El otro druida trajo una manta de piel y envolvió a la muchacha en ella. El primero le dijo algo al oído a lo que ella contestó que sí y acto seguido se marcharon hacia la oscuridad del bosque circundante. Pero cuando estaba por desaparecer en las sombras Aislinn se detuvo y volviendo sobre sus pasos besó a Aldair en los labios. Fue un beso efusivo, como los que mucho tiempo atrás hubieran compartido pero este estaba cargado de sentimientos tristes.
—Cuídate por favor
Aldair sonrió.
—¿No has dicho que viviré mucho?
—Sí, pero hay algo que no entiendo pues veo una dolorosa muerte siendo aun joven. De todas maneras sabes muy bien que la adivinación no es exacta. Depende en todo momento de las decisiones que tomemos. —Se acercó y lo besó nuevamente. —Buena suerte Aldair.
La adivina dio media vuelta, regresó hasta donde estaba su escolta y se perdió en la negrura del bosque y la noche. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció entre los arboles donde la luz de la fogata no llegaba.
—¡Felicitaciones hijo mío! —era Melvin quien le hablaba desde atrás; por respeto había estado en silencio todo el tiempo. El muchacho se dio la vuelta y vio a su padre, a su amigo sosteniendo una manta tejida con estampados sagrados. Miró alrededor y se percató de que todos estaban atentos sobre su persona. Tomó la manta y se cubrió con ella.
—Ya conoces como sigue.
—Por supuesto —y girando sobre sus talones se dirigió hacia sus ropas de las que solo tomó su espada y un cuchillo y luego se encaminó hacia el bosque donde desapareció de la vista de todos.
Caminó solo hacia el río donde debería lavar los restos de su iniciación. Encontró un remanso, un lugar que solía visitar muy seguido dentro de la zona sagrada y luego de dejar las armas y la manta sobre una roca se zambulló de cabeza sin siquiera pensarlo. El agua estaba helada y fue como si miles de pequeñas agujas le traspasaran la piel. Podía ver el lecho del río que estaba iluminado por la pálida y blanquecina luz de la luna lo que le confería un aire extraño. Salió a la superficie y tomó aire, el frio le aclaró la mente y los sentidos. Todo estaba en silencio salvo por los ruidos normales del bosque.
Aquella parte del ritual consistía en un momento a solas en el cual purificarse con el elemento más fundamental de todos, el agua. Sin ella la vida no era ni es posible por lo que aquel era un momento en el cual estar en sintonía con el universo y ser parte de un todo. Dos partes del rito, una en la que la exaltación de la energía era enviada hacia el universo creador y la otra en la que el agua fuente de vida revitalizaba el cuerpo y el espíritu del iniciado haciendo que los elementos que cubrían su pecho penetraran en su ser. Luego del baño volvería renacido como Maestro Druida y todos lo respetarían como tal.
Permaneció un rato con el agua hasta el cuello meditando sobre todo. Acababan de declararlo druida y no estaba seguro de poseer las habilidades necesarias para el puesto. Además la forma en que se habían dado las cosas no lo dejaban del todo satisfecho. Al fin decidió confiar en la sabiduría de Melvin. Si el anciano así lo había querido, él no era quien para contradecirle. Cuando comenzó a tiritar a causa del frio del agua se dijo que ya era más que suficiente para el proceso de purificación. Lentamente se acercó hasta unas rocas que le sirvieron de escalinata y a través de ellas llegó a tierra firme y a la manta en la que se envolvió. Inmediatamente se agachó haciéndose una bola de manera de no perder más calor y así estuvo hasta que sus músculos dejaron de temblar. Solo entonces se puso de pié y tomando nuevamente sus armas se encaminó hacia donde todos lo esperaban.
Al llegar fue ruidosamente vitoreado por todos los presentes. Sonidos de todo tipo, desde la madera al metal de las espadas golpeándose entre sí y contra algunos escudos sirvieron para conmemorar la dicha de aquel momento supremo en la vida de un druida. El día que, todo el mundo desde campesinos hasta reyes lo respetarían e incluso solicitarían su presencia y opinión en asuntos tan vitales como la justicia, las deudas, los casamientos e incluso la vida y muerte de los condenados y prisioneros de guerra.
A la mañana siguiente Melvin pasó a buscar a su antiguo discípulo cuando el sol aun no se dejaba ver por entre las hojas de los árboles. La mañana era fría y al muchacho le costó levantarse de entre las cálidas pieles. Había bebido tal vez por demás y ahora lo estaba lamentando. Pero… ¿qué clase de celta sería si no lo hiciera?, se preguntó. Mientras Aldair terminaba de prepararse, el anciano derramó agua sobre las brasas con el fin de apagar definitivamente el fuego. La casa estaría deshabitada por mucho, mucho tiempo.
Cuando el muchacho estuvo vestido y despabilado el anciano se le acercó y rodeándolo con sus brazos le dio un muy afectuoso abrazo al que Aldair respondió con uno suyo. No hubo palabras.
El primero en salir fue Melvin, fuera la noche comenzaba a convertirse en día. La hora en que las nocturnas criaturas huían a sus refugios. El muchacho tomó su morral de confección similar a la de su maestro, echó una última mirada a su única habitación y luego cerró la puerta. Para esta gente aun no existían las cerraduras por lo que no trabó la puerta de modo alguno. Lentamente y en silencio comenzaron a avanzar hacia la puerta de los muros de madera que protegía el caserío de los peligros del bosque y de posibles malhechores. Haciendo guardia estaba uno de los estudiantes de nivel medio, Aldair lo había visto en varias ocasiones pero no recordaba su nombre, el otro sin embargo no solo pareció reconocerlo sino que por el gesto que se dibujó en su cara debió incluso de admirarlo; la sensación que eso le provocó le hizo sentir muy bien. Con toda diligencia el estudiante abrió una de las dos hojas de madera y les franqueó la entrada. Aldair sintió que se le estrujaba el pecho.
Estaba cargado de sentimientos encontrados. Por un lado la felicidad era enorme por los logros recientes y por otro se sintió triste y abandonado. De pronto acudieron a su mente sus amigos y conocidos, los lugares comunes en los que se sentía a gusto y detalles por el estilo. Tal vez nunca volvería a ver todo aquello. La imagen de Edana se le apareció de pronto. El perfume de su cabello, su piel y su sexo y sintió deseos de llorar. ¿Tampoco a ella volvería a verla? Mientras caminaba presa de estas tribulaciones Melvin le colocó una mano en el hombro.
—Es normal lo que sientes hijo mío. Pero no estés mal. Lo que te espera adelante hará que sientas que realmente vale la pena el sacrificio que estás haciendo. Siempre es así para un druida… —Luego permaneció en silencio durante algunos metros.
>>Y mucho más lo es para ti por lo que se te está pidiendo que hagas.
El resto del camino continuó sin que ninguno de los dos volviera a emitir palabra.
¿Qué era de todas formas lo que le aguardaba?
¿Algún día lo descubriría?
El tintineo metálico resonaba cada vez más estridente a
medida que Aldair se acercaba al lugar. Esto le indicaba que no estaba lejos
aunque no necesitaba del sonido para guiarse pues conocía perfectamente hacia
donde se dirigía. A orillas del arroyo cercano a la aldea vecina más cercana a
la suya propia se encontró con la construcción rectangular, de paredes de
piedra y argamasa y techo de madera. Dentro los golpes continuaban con cadencia
regular. Aldair se detuvo a una distancia prudencial y mientras golpeaba las
palmas de sus manos gritó un saludo al interior de la construcción.
Luego de unos instantes, al ver que nadie respondía y que el sonido persistía, volvió a gritar con más fuerzas.
—¡Enda, pájaro de mal agüero! ¡Deja de molestar a los habitantes del bosque con tu infernal ruido!
Aún así nadie contestó por lo que se movilizó nuevamente en dirección a la puerta. Al acercarse vio que estaba entreabierta. La empujó suavemente y esta cedió, girando sobre sus goznes sin emitir el menor sonido. El golpeteo metálico se detuvo de golpe. Dentro, inclinado sobre la fragua un fornido muchacho sostenía sobre el fuego una pieza alargada de metal. Aldair contempló como la dejaba unos momentos sobre las brazas para luego rotarla sobre sus caras de manera que todas ellas recibieran el mismo calor. Momentos después la retiraba al rojo vivo y apoyándola sobre una especie de yunque comenzaba a golpearla una y otra vez con golpes precisos y bien calculados. Aldair lo observó trabajar en silencio durante algunos minutos. Luego volvió a llamarlo.
—Enda, maldito buitre. Deja de golpear ese metal y ven a recibir a tu viejo amigo que hace tiempo que no ves.
—Será porque no te apareces muy seguido que digamos por aquí —le contestó con una voz potente y de tono grave sin dejar de hacer lo que estaba haciendo—. Además bien sabes que el metal no debe ser ofendido interrumpiendo las labores sobre él. ¿Te crees acaso más importante que el noble metal?.
Y haciendo caso omiso del recién llegado continuó con su labor. Luego de algunos golpes levantó la barra aun caliente y la observó detenidamente todo a lo largo. Un gesto de satisfacción se dibujó en el rostro serio y con un chasquido de la lengua dio el visto bueno a aquella pieza. Solo faltaba templarla por lo que lentamente la introdujo en un barril con agua. Espesas nubes de vapor se elevaron creando una mágica ilusión al recibir de lleno la luz del exterior mientras el característico quejido del metal caliente que se sumerge en agua se propagaba por la habitación. Segundos después el lugar quedó en silencio. El herrero arrojó entonces la pieza terminada junto a otras que ya descansaban sobre el piso de tierra. Estas al encontrarse emitieron un tintineo que perduró en el aire por unos instantes, señal inequívoca de que el acero estaba bien templado. Su hacedor se volvió sonriente de satisfacción; luego se dirigió hacia donde su amigo lo esperaba y lo estrechó en un fuerte abrazo de oso que el otro respondió y comenzaron a forcejear como niños que juegan a luchar.
Ambos reían.
—¿Qué te trae a mi modesto taller? —Preguntó el herrero mientras se soltaban.
Aldair lo miró unos segundos antes de contestar y le sonrió.
—Voy a emprender un viaje a algún lugar muy lejano.
—¿Te vas? ¿Por cuánto tiempo? —exclamó serio el otro
— No lo sé. Tal vez para siempre —agregó luego de pensarlo un poco más.
La sorpresa se dibujó en la cara de Enda y ambos se miraron en silencio como no sabiendo que decir.
—¿Cuando tomaste la decisión? No hace muchos soles que nos hemos visto y no parecías querer marcharte a ningún lado. ¿Qué ha cambiado?
—En realidad no puedo hablar del tema, según me dicen. Incluso yo mismo no sé muy bien de qué trata todo esto. Solo sé que debemos marchar con Melvin a tierras lejanas...
—¿Ustedes dos solos? —le interrumpió.
—Nos acompañará un guerrero del clan de Arkilo.
—Pero... ¿Lo conoces siquiera?
—Melvin dice que es uno de los mejores y que como Arkilo le debe algunos favores no tendrá inconveniente alguno en facilitárnoslo.
Ante aquella respuesta Enda se cruzó de brazos y haciendo un paso hacia atrás estudió al muchacho de arriba a abajo.
—De ninguna manera —contestó al fin—. Mi viejo amigo Aldair no se irá en un viaje tan peligroso, solo con un anciano y un desconocido. ¡Yo voy contigo!
—Amigo mío, realmente no es necesario que hagas tal sacrificio. Tú tienes que ocuparte de la herrería, tu padre ya no es joven...
—Por el gran Dagda, Aldair. No se habla más del asunto. Mi padre tiene a mi hermano y a mi cuñado. Ambos podrán ayudarle hasta que yo vuelva.
Los dos hombres se miraron unos instantes en silencio. El forzudo herrero y el atlético aprendiz de druida frente a frente. Al primero se lo veía realmente firme en su decisión. El segundo no parecía querer contradecirlo.
—Además, no creerías que ibas a disfrutar de la aventura tu solo. ¿Verdad?
Aldair rompió a reír pero el otro se mantuvo serio con los brazos en jarra, como remarcando lo que acababa de decir. Luego de unos instantes rió también.
—Sabía que no querrías perdértelo por nada de mundo. —Dijo mientras le pegaba en el hombro derecho con el puño cerrado, un golpe que podría haber arrojado al suelo a alguien de talla menor pero que al herrero no le hizo ni la tos.
—¿Ves a que me refiero? Necesitan a un hombre de verdad en ese grupo — acotó mientras le devolvía el golpe.
Aldair tuvo que hacer un paso atrás a fin de no caerse y recuperar el equilibrio. Sintió dolor pero lo disimuló. El otro rompió a reír.
Luego de unos instantes, al ver que nadie respondía y que el sonido persistía, volvió a gritar con más fuerzas.
—¡Enda, pájaro de mal agüero! ¡Deja de molestar a los habitantes del bosque con tu infernal ruido!
Aún así nadie contestó por lo que se movilizó nuevamente en dirección a la puerta. Al acercarse vio que estaba entreabierta. La empujó suavemente y esta cedió, girando sobre sus goznes sin emitir el menor sonido. El golpeteo metálico se detuvo de golpe. Dentro, inclinado sobre la fragua un fornido muchacho sostenía sobre el fuego una pieza alargada de metal. Aldair contempló como la dejaba unos momentos sobre las brazas para luego rotarla sobre sus caras de manera que todas ellas recibieran el mismo calor. Momentos después la retiraba al rojo vivo y apoyándola sobre una especie de yunque comenzaba a golpearla una y otra vez con golpes precisos y bien calculados. Aldair lo observó trabajar en silencio durante algunos minutos. Luego volvió a llamarlo.
—Enda, maldito buitre. Deja de golpear ese metal y ven a recibir a tu viejo amigo que hace tiempo que no ves.
—Será porque no te apareces muy seguido que digamos por aquí —le contestó con una voz potente y de tono grave sin dejar de hacer lo que estaba haciendo—. Además bien sabes que el metal no debe ser ofendido interrumpiendo las labores sobre él. ¿Te crees acaso más importante que el noble metal?.
Y haciendo caso omiso del recién llegado continuó con su labor. Luego de algunos golpes levantó la barra aun caliente y la observó detenidamente todo a lo largo. Un gesto de satisfacción se dibujó en el rostro serio y con un chasquido de la lengua dio el visto bueno a aquella pieza. Solo faltaba templarla por lo que lentamente la introdujo en un barril con agua. Espesas nubes de vapor se elevaron creando una mágica ilusión al recibir de lleno la luz del exterior mientras el característico quejido del metal caliente que se sumerge en agua se propagaba por la habitación. Segundos después el lugar quedó en silencio. El herrero arrojó entonces la pieza terminada junto a otras que ya descansaban sobre el piso de tierra. Estas al encontrarse emitieron un tintineo que perduró en el aire por unos instantes, señal inequívoca de que el acero estaba bien templado. Su hacedor se volvió sonriente de satisfacción; luego se dirigió hacia donde su amigo lo esperaba y lo estrechó en un fuerte abrazo de oso que el otro respondió y comenzaron a forcejear como niños que juegan a luchar.
Ambos reían.
—¿Qué te trae a mi modesto taller? —Preguntó el herrero mientras se soltaban.
Aldair lo miró unos segundos antes de contestar y le sonrió.
—Voy a emprender un viaje a algún lugar muy lejano.
—¿Te vas? ¿Por cuánto tiempo? —exclamó serio el otro
— No lo sé. Tal vez para siempre —agregó luego de pensarlo un poco más.
La sorpresa se dibujó en la cara de Enda y ambos se miraron en silencio como no sabiendo que decir.
—¿Cuando tomaste la decisión? No hace muchos soles que nos hemos visto y no parecías querer marcharte a ningún lado. ¿Qué ha cambiado?
—En realidad no puedo hablar del tema, según me dicen. Incluso yo mismo no sé muy bien de qué trata todo esto. Solo sé que debemos marchar con Melvin a tierras lejanas...
—¿Ustedes dos solos? —le interrumpió.
—Nos acompañará un guerrero del clan de Arkilo.
—Pero... ¿Lo conoces siquiera?
—Melvin dice que es uno de los mejores y que como Arkilo le debe algunos favores no tendrá inconveniente alguno en facilitárnoslo.
Ante aquella respuesta Enda se cruzó de brazos y haciendo un paso hacia atrás estudió al muchacho de arriba a abajo.
—De ninguna manera —contestó al fin—. Mi viejo amigo Aldair no se irá en un viaje tan peligroso, solo con un anciano y un desconocido. ¡Yo voy contigo!
—Amigo mío, realmente no es necesario que hagas tal sacrificio. Tú tienes que ocuparte de la herrería, tu padre ya no es joven...
—Por el gran Dagda, Aldair. No se habla más del asunto. Mi padre tiene a mi hermano y a mi cuñado. Ambos podrán ayudarle hasta que yo vuelva.
Los dos hombres se miraron unos instantes en silencio. El forzudo herrero y el atlético aprendiz de druida frente a frente. Al primero se lo veía realmente firme en su decisión. El segundo no parecía querer contradecirlo.
—Además, no creerías que ibas a disfrutar de la aventura tu solo. ¿Verdad?
Aldair rompió a reír pero el otro se mantuvo serio con los brazos en jarra, como remarcando lo que acababa de decir. Luego de unos instantes rió también.
—Sabía que no querrías perdértelo por nada de mundo. —Dijo mientras le pegaba en el hombro derecho con el puño cerrado, un golpe que podría haber arrojado al suelo a alguien de talla menor pero que al herrero no le hizo ni la tos.
—¿Ves a que me refiero? Necesitan a un hombre de verdad en ese grupo — acotó mientras le devolvía el golpe.
Aldair tuvo que hacer un paso atrás a fin de no caerse y recuperar el equilibrio. Sintió dolor pero lo disimuló. El otro rompió a reír.
***
Aldair encontró a la muchacha a la sombra del gran
roble en el centro de la aldea. Permanecía sentada sobre la roca en que
momentos antes escuchara las enseñanzas del viejo Albano, el luminoso. Una de
las voces más dulces y memoriosas de la región. Tanto el anciano y sabio Bardo
como sus alumnos se habían retirado ya del lugar; solo ella permanecía aun,
abstraída en sus pensamientos. Cuando sintió los pasos que se acercaban giró la
cabeza y su rostro se tornó serio.
—Hola —saludó el muchacho.
—Hola —le contestó en tono descortés—. ¿Qué quieres?
—Pues, venía a... —pausa—. Venía a despedirme.
Aquellas palabras cambiaron las duras facciones en el rostro de la muchacha por otras que denotaron sorpresa.
Luego tragó saliva y ya no dijo nada más.
—En realidad sí; me voy de viaje aunque aún no se hacia donde ni por cuánto tiempo.
—¿Pero vuelves o no vuelves?
—Eso tampoco lo sé.
La muchacha giró la cabeza quitando así la vista del rostro de Aldair y clavándola en el grueso y añejo tronco.
—Bueno, pues mucha suerte entonces —le contestó secamente con aires de no interesarle mucho aquella cuestión.
El joven tragó saliva.
—Me preguntaba si... —titubeó. Pese a tener muy presentes las palabras que deseaba decir, estas parecían no querer salir de su boca. Luego tomó coraje junto con una bocanada de aire e intentó de nuevo—. Quiero decir... si podríamos caminar un poco pues partiremos mañana al amanecer...
—¿Mañana? —volvió a cruzar su mirada con la de él.
—Si, mañana...
—¿Pero por qué no lo mencionaste antes? No hay tiempo que perder. —De un salto se puso de pié y comenzó a caminar a paso acelerado.
Unos metros después, al ver que Aldair no la seguía se detuvo y girando el torso le gritó:
—¿¡Pero vas a venir o tengo que arrastrarte!?
—¿Despedirte? ¿Vas de viaje? ¿Hacia dónde? ¿Por cuánto tiempo? —quiso saber.
—Hola —saludó el muchacho.
—Hola —le contestó en tono descortés—. ¿Qué quieres?
—Pues, venía a... —pausa—. Venía a despedirme.
Aquellas palabras cambiaron las duras facciones en el rostro de la muchacha por otras que denotaron sorpresa.
Luego tragó saliva y ya no dijo nada más.
—En realidad sí; me voy de viaje aunque aún no se hacia donde ni por cuánto tiempo.
—¿Pero vuelves o no vuelves?
—Eso tampoco lo sé.
La muchacha giró la cabeza quitando así la vista del rostro de Aldair y clavándola en el grueso y añejo tronco.
—Bueno, pues mucha suerte entonces —le contestó secamente con aires de no interesarle mucho aquella cuestión.
El joven tragó saliva.
—Me preguntaba si... —titubeó. Pese a tener muy presentes las palabras que deseaba decir, estas parecían no querer salir de su boca. Luego tomó coraje junto con una bocanada de aire e intentó de nuevo—. Quiero decir... si podríamos caminar un poco pues partiremos mañana al amanecer...
—¿Mañana? —volvió a cruzar su mirada con la de él.
—Si, mañana...
—¿Pero por qué no lo mencionaste antes? No hay tiempo que perder. —De un salto se puso de pié y comenzó a caminar a paso acelerado.
Unos metros después, al ver que Aldair no la seguía se detuvo y girando el torso le gritó:
—¿¡Pero vas a venir o tengo que arrastrarte!?
—¿Despedirte? ¿Vas de viaje? ¿Hacia dónde? ¿Por cuánto tiempo? —quiso saber.
***
Melvin estaba sentado a la mesa junto a otros ancianos conversando acaloradamente. El tiempo era escaso y aun había muchos temas que definir.
—¡No! —exclamó uno de ellos, el que llamaban Aius—. Nuestro líder no ha muerto. No podemos ni debemos sustituirlo aun.
—Pero este viaje es muy peligroso —confrontó Brian, el fuerte, quien sin dudas había conocido épocas mejores donde su nombre le era más propicio. Sin embargo su espíritu permanecía inalterado y daba constantes muestras de no haber menguado en lo más mínimo. Luego se dirigió a Melvin—. No podemos estar seguros de tu regreso y si la situación es tan grave como suponemos no debemos quedar acéfalos justo en estos momentos.
Hicieron silencio; la tensión podía palparse en el aire. Melvin bebió de su cerveza y tragó lentamente como era su costumbre al pensar meticulosamente en algo. Todos esperaban que hablara pero continuó en silencio unos momentos más.
—Es cierto —indicó por fin—. Todos ustedes plantean posturas lógicas y ciertas de un modo u otro. Pero deberemos ser prácticos. Mi puesto me fue entregado a la muerte de nuestro anterior Melvin luego de que este consejo de los doce se reuniera por días bajo el Gran Dolmen. Recuerdo que no fue una decisión sencilla de tomar pero llegamos a un consenso gracias al cual juré hacer buen uso del cargo que se me otorgaba. Es tradición que así se proceda y así se ha hecho siempre. Hoy, sin embargo, me reclaman tareas no menos importantes ni más gratas. Personalmente desearía no tener que hacer lo que estoy a punto de hacer pero no veo otra alternativa. Mi pupilo es un candidato fuerte para ser ungido Protector y es su tutor o sea yo, quien debe presentarlo. Esto lo hemos sabido desde siempre, solo que ninguno imaginó en qué condiciones íbamos a tener que proceder. Por eso les pido hermanas y hermanos míos que una vez que yo haya partido rumbo a la lejana Oileán Thúr Rí, consideren que he muerto para ustedes y elijan a un nuevo Melvin. —Murmullos—. Eso sí —todos lo miraron— si está escrito que he de volver, mi sola presencia bastará para que quien haya sido elegido claudique al título pues no pueden coexistir dos jefes en ejercicio y mi regreso será prueba suficiente de que no he muerto tal como la tradición manda —nuevos murmullos se alzaron.
—¡Hermanos! —Expresó Brian alzando los brazos a la altura del pecho solicitando silencio—. Me parece algo realmente justo pues aquí lo que se busca es el beneficio del conjunto y no de un solo hombre o mujer que pudiera acceder al cargo.
—Que así sea entonces —gritó Cinnia, la hermosa, quien también debía de haber conocido mejores épocas—. Sellemos la promesa entonces como la tradición manda —le sugirió a Melvin.
Este asintió con la cabeza y luego de tomar una de las ánforas que descansaban sobre la mesa llenó su copón de barro cocido. Los demás lo imitaron. Entonces elevó el recipiente hacia el cielo estrellado y pronuncio las palabras sagradas:
—Bebamos todos del sagrado líquido, regalo que los Dioses a través de la simple semilla que germina en los prados nos han brindado para poder encontrar siempre el camino y estar así en comunión con la naturaleza. Líquido que es pues la Sangre que nos hermana y unifica como seres creados por La Fuente Universal y Única. Haced esto en conmemoración mía y que mi recuerdo les sirva de guía en momentos difíciles.
—Que así sea —corearon todos y de un solo trago bebieron su cerveza.
Al terminar arrojaron los recipientes contra la piedra sagrada que tenían a sus espaldas. El ruido del barro cocido al romperse sonó estridente y cientos de fragmentos saltaron hacia todos lados. Quedaba así sellada la promesa que aquellos sabios acababan de hacerse entre sí. Promesa que no debía romperse a menos que se deseara la muerte por inmolación en las llamas.
***
La luz del día iba menguando. Por la ventana entraban los últimos rayos de sol de una tarde cálida, la primavera ya estaba cerca y sus bondades eran cada vez más notorias al transcurrir de los días. En la cama, Aldair y Edana permanecían abrazados luego del cansancio de la acción. Minutos antes habían sido dos cuerpos enzarzados en una frenética y convulsionante lucha amatoria pero ahora estaban quietos, estáticos como flotando en un lago de felicidad y tranquilidad con esa breve sensación de que el tiempo no transcurre y de que se podrí estar allí por siempre. Una eternidad en silencio oyendo tan solo la respiración y el latir del corazón del otro.
Sin embargo, a veces toda una eternidad puede ser mucho tiempo.
—¿En realidad no sabes si volverás? —Preguntó ella casi tímidamente. Casi como si tuviera miedo de la respuesta.
El se sobresaltó al escuchar la vos que terminó con la sensación de estar flotando en aquel lago.
—Para serte sincero, no se mucho sobre lo que pasará de ahora en más. Solo sé que me veo arrastrado por fuerzas superiores a mí mismo. Es como si hubiera encontrado mi destino...
—¿Puedo ir contigo? —le interrumpió.
Se la quedó mirado en silencio. ¿Que debía contestar? Por un lado quería que así fuera pero por otro, no sabía a que estaba exponiéndose el mismo.
—En realidad... no sé... —Titubeó torpemente—.
—Bien, entiendo. —Contestó ella mientras se separaba de él y se sentaba en el camastro—.
—Realmente; yo...
—No te disculpes. Es perfectamente razonable que actúes así. Hace dos días ni siquiera nos conocíamos y que hayamos tenido sexo no significa que tengamos un vínculo mayor.
—Pero...
—Créeme, está bien. No tienes que darme ninguna explicación. —En un principio sonó casi franca, pero luego continuó con un tono más frío—. Tú tienes tu “destino” y yo tengo mucho que aprender aun aquí. Entre nosotros hay un mundo de sabiduría que nos separa.
Luego de aquello quedaron en silencio. La habitación se había oscurecido aun más y comenzaba a hacer frio. La muchacha se incorporó y comenzó a vestirse como antes había hecho en el bosque. Con los últimos vestigios de luz Aldair contempló cada línea de su cuerpo. “Es perfecta”, se dijo para sí y sonrió, pero ella no pudo ver la expresión de su rostro.
—¿Siempre tienes un carácter tan difícil?
—En realidad —hizo una pausa mientras buscaba las palabras justas—, siempre me molestó no conseguir lo que quiero. —Luego sonrió—. Y esa es una fuerza muy superior a mi misma —agregó burlándose irónicamente del comentario que Aldair hiciera momentos antes sobre su propio destino.
Él soltó una carcajada resonante y sincera. No solo era hermosa sino muy ocurrente y de pronto se sorprendió a sí mismo con aquel pensamiento inesperado. ¿Estaría enamorándose?
Cuando ella terminó de vestirse se despidió desde donde estaba parada con un gesto que consistió en levantar la mano solo un poco. Luego dio media vuelta y salió de la casa. El muchacho permaneció en su cama unos momentos más mientras trataba de entender lo que le estaba pasando. Tendría que hablar con Melvin sobre aquello.
—¡Melvin! —Exclamó y se incorporó de un salto. De pronto recordó que había olvidado algo importante.
***
Cuando llegó hasta donde se suponía que debía encontrarse con su mentor, Aldair los encontró a todos reunidos. Muchos ancianos y estudiantes avanzados comiendo, bebiendo y riendo sentados ante un gran círculo de mesas ubicadas alrededor de un gran fogón. A un costado quedaba el altar de piedra que Aldair conocía bien. Una roca del tamaño de un hombre acostada con dos menhires de unos dos metros aproximadamente, uno a la cabecera y otro a los pies de la primera. Cuando el muchacho se acercó fue recibido por vítores y golpes en las mesas, todas efusivas muestras de cariño que le hicieron tragar saliva pues nunca se había sentido cómodo frente a las multitudes. Pese a esto tomó coraje y avanzó hasta donde estaba su maestro. A la pasada saludó y fue saludado por muchos de sus colegas y maestros. Al fin llegó a la mesa donde Melvin y los otros se deleitaban con jabalí asado y mucha cerveza.
—¿Qué es todo esto? —le preguntó.
—¿Qué te parece que sea? —le contestó el anciano sonriente.
Aldair miró alrededor suyo, reconociendo los rostros de quienes estaban presentes. Su mentor lo tomó de un brazo y lo tironeó hacia abajo en un claro gesto para que se sentara a su lado. El muchacho así lo hizo mientras completaba la conversación.
—Evidentemente es un agasajo. —Volvió a mirar en derredor. ¿Por nuestra partida? ¿No se suponía que fuera un secreto?
—Solo la causa hijo mío —le contestó mientras le apoyaba una mano sobre el hombro—, no podemos ocultar nuestra ausencia sin que la gente se haga preguntas y fabulen al respecto. Asique ¿por qué no hacer un buen festín de despedida en el que celebremos tu viaje de iniciación como nuevo maestro?
—¿Maestro?. —Silencio—. ¿Yo…?
El anciano lo miró complacido. Aldair permanecía serio; aquello era inesperado pues suponía que aun faltaban algunos años y muchos conocimientos para lograr el título. Luego de unos instantes el viejo maestro sonrió y lo tomó por ambos hombros como un padre lo haría. Luego rompió a reír alegremente.
—¿Crees que sea tan importante el hecho de que aun no sepas ciertas cosas como para que no podamos nombrarte Maestro Druida? —le preguntó sincero—. Porque si realmente no sientes que estés listo para la función entonces el concejo se ha equivocado.
—No, no es eso…
—Entonces elegimos bien. No se hable más del asunto.
Uno de los ancianos que estaban sentados en la misma mesa luego de escuchar la conversación entre los dos, procedió a llenar un cuenco con cerveza y se lo alcanzó al muchacho.
—Por nuestro nuevo compañero —exclamó la anciana Cinnia.
—¡Que así sea! —Exclamaron todos a coro y comenzaron a golpear la mesa rítmicamente con el puño derecho mientras bebían la cerveza que tenían en la mano izquierda. Todos los presentes de las demás mesas hicieron eco del deseo y pronto el bosque se inundó del tronar de la madera similar al de cientos de tambores.
Con el sonido de los golpes aun retumbando, un par de muchachas jóvenes vestidas en blancas e inmaculadas túnicas se acercaron hasta Aldair y lo tomaron de los brazos. Este las miró divertido y luego miró a su maestro.
—Conoces el ritual hijo mío. Será mejor que te dejes llevar por el poder y la sabiduría de los dioses —le dijo mientras guiñaba un ojo. A la luz de las últimas revelaciones aquel gesto tenía más significado que nunca.
El muchacho miró alrededor suyo. A los demás ancianos primero, al resto de los presentes después y a las dos jóvenes al final y rió a carcajadas. Por supuesto que se dejaría llevar. Se puso entonces de pié y las jóvenes lo tomaron fuerte pero delicadamente por ambos brazos. Al costado del círculo de mesas, junto a las piedras del altar apareció una tercer muchacha vestida por una túnica de lino blanco adornada con figuras lineales y un trisquel en el frente. La acompañaban dos hombres jóvenes también en túnicas blancas pero similares a las de las muchachas que estaban con Aldair. El largo pelo castaño claro de la recién llegada emitía bellos destellos al reflejar la luz del fuego. Entonces y sin previo aviso comenzó a danzar frenéticamente al son del sonido de la madera y Aldair comprendió que estaba en trance. Luego de unos minutos de aquella danza se detuvo y quedó mirándolo al muchacho fijamente. Su generoso pecho subía y bajaba al compás de la agitada respiración. Aldair se quedó impactado ante la imagen de la muchacha.
—Ya conoces a Aislinn, la más joven y hermosa de nuestras adivinas.
Efectivamente se conocían. Aislinn y él tenían prácticamente la misma edad y habían jugado y estudiado juntos durante los primeros años de sus vidas. Luego, algunas diferencias de pensamientos e ideales entre ellos habían hecho que tiempo atrás sus caminos tomaran distintas direcciones y pese a vivir en la misma aldea no se habían visto con frecuencia. Aquellos años habían sido realmente generosos con ella, pensó el muchacho. Luego, mientras las doncellas lo conducían hacia el altar, Aldair contempló cómo en la cara de su Maestro se dibujaba un gesto picaresco mientras que con un asentimiento de cabeza y brillo en los ojos le indicó que disfrutara de aquel momento tan importante en la vida de un celta como ellos. Aldair le sonrió y con sorpresa se dio cuenta de que su maestro estaba emocionado.
Cuando llegaron al altar de roca las muchachas comenzaron a desvestirlo con mucho respeto y veneración. Una vez completamente desnudo lo ayudaron a recostarse boca arriba sobre a piedra del sacrificio; estaba tan fía que no pudo evitar un leve estremecimiento. Enseguida una de las jóvenes tomó un trozo de soga de fibra vegetal y ató cuidadosamente una de las muñecas del muchacho, luego rodeó la roca hasta el otro costado y realizando idéntica gestión ató la muñeca libre con una nueva soga. Mientras tanto, su compañera procedía a hacer lo mismo con los tobillos.
Al terminar esta primera etapa se acercaron los dos sujetos que acompañaban a Aislinn, druidas también y tomando de manos de las dos jóvenes los extremos libres de soga los tensaron fuertemente y ataron a las piedras monolíticas de los extremos. De esta manera Aldair fue fuertemente fijado al altar de la misma manera que lo estaría alguien condenado a la estaqueada. El muchacho realizó forcejeo contra las ataduras y comprobó que las sogas estaban efectivamente tensas y bien atadas. Luego las doncellas volvieron a acercarse a la piedra del sacrificio. Esta vez portaban sendos cuencos de barro cocido. Aldair sabía perfectamente lo que contenía cada uno de ellos. Uno guardaba tierra negra, representación de la unión con el mundo natural del cual los hombres somos parte. El otro poseía la sangre recolectada de los jabalíes faenados para aquel banquete, la sustancia vital de todo ser vivo y sin la cual morimos. Solo faltaba un elemento para completar la triada sagrada y él sería el encargado de suministrarlo.
Los dos druidas se acercaron ahora a la adivina y comenzaron a desvestirla con el mismo cuidado y dedicación. Ella permaneció quieta. Mientras tanto entonaba algunos rezos entre murmullos prácticamente inaudibles. Luego la ayudaron a subir al altar lo que hizo con movimientos delicados casi como si no pesara nada y flotara en el aire; como si fuera un hada de los bosques. Una vez de pié sobre la loza, con los pies a los lados de las caderas del muchacho que permanecía acostado elevó los brazos al cielo estrellado y emitió alabanzas a los dioses. Los que estaban en la ronda aclamaron al unísono acompañando el agradecimiento y el pedido de éxito en la labor del nuevo compañero que iba unírseles. Mientras tanto el muchacho iba regulando su respiración hasta lograr una cadencia pausada. Una respiración que le permitiera concentrar todas sus energías y canalizarlas favorablemente para lo que vendría a continuación. Cuando hubo terminado su rezo Aislinn bajó lentamente los brazos en un movimiento lento y armónico que hizo que los presentes tuvieran la sensación de que descendía y se posaba. Cuando los brazos llegaron a la altura de sus caderas comenzó a agacharse hasta quedar reclinada sobre Aldair rozándolo con su sexo haciendo que el de él reaccionara de inmediato y cuando el muchacho estuvo listo le permitió introducirse suavemente dentro suyo. Los que estaban en la ronda comenzaron a entonar nuevos canticos pero estos poseían una cadencia que acompañaba los movimientos de la adivina. Aldair continuaba concentrado. Aquello no era simplemente sexo, sino magia sexual. La más poderosa de todas. No era el gozo de sus practicantes lo que se buscaba sino la concentración de energía sexual que sería lanzada hacia el firmamento. Esa energía podía utilizarse de diferentes modos. Ya sea para ganar una batalla, para mejorar el clima o las cosechas o simplemente para hacer más llevadero un largo viaje como el que iniciaría nuestro joven druida. En este caso particular tenía un simbolismo muy especial ya que lo que se buscaba era lograr que el iniciado se convirtiera en un druida lo más poderoso posible.
De pronto el joven comenzó a sentir como la energía comenzaba a acumularse en la zona media de su cuerpo y como de a poco se volvía una fuerza más y más difícil de controlar. Solo los años de entrenamiento le permitieron no perderse en una explosión desenfrenada. Luego de unos cuantos minutos la joven comenzó a moverse con un ritmo mayor. Ritmo que en todo momento era acompañado por los canticos. La magia estaba por terminar. Ella hundió sus dedos en el pecho de Aldair. Este la miró a la cara y encontró que los ojos se le habían puesto blancos. A cause del trance. Luego los dedos se crisparon y apretaron aun más fuertemente sobre la carne de su pecho, entonces ella tiró la cabeza hacia atrás y arqueó la espalda en un movimiento espasmódico y permaneció quieta, estática como una roca. El cantico cesó también.
Silencio.
Luego de unos instantes que se antojaron eternos la joven pareció volver a la vida y retomó el movimiento cadencioso. Las voces también lo hicieron y pronto fue el muchacho el que ya no pudo controlar su energía. Con un fuerte rictus facial sintió como está explotaba dentro suyo y era liberada hacia el universo mismo. En este preciso instante la mujer se levantó permitiendo que el miembro de él quedara libre y con sus manos recolectó la sagrada simiente que emanaba con cada espasmo del muchacho.
Cuando todo hubo cesado se enderezó y elevando las manos con las palmas para arriba ofreció aquello como ofrenda a los dioses de los cielos. Luego se acercó hasta el pecho marcado por sus propios dedos y lo untó con el vital fluido. Entonces las dos muchachas que hasta ese mismo instante habían permanecido estáticas al lado del altar y de la pareja, acercaron los cuencos y volcaron también sobre el pecho la tierra y la sangre. Luego las tres se abocaron a la tarea de untar todo el cuerpo de Aldair con la sagrada mezcla.
—Con estos tres que son los más esenciales de los elementos que hacen posible la vida. Con la tierra que nos da sustento, con la sangre que nos llena y con la semilla de la que germina toda vida, los que aquí nos hemos reunidos te nombramos Maestro en las Artes Sagradas del Druidismo. —Al unísono todos emitieron un grito de alegría—. He tenido visiones de tu porvenir Aldair, hermano nuestro. He visto que tendrás una larga vida y que presenciarás cosas que ninguno de nosotros sueña siquiera.
>>Sin embargo, —lo miró fijamente a los ojos—, no estás destinado a ser feliz…
Dicho esto permaneció callada. El rostro se le había transformado; estaba seria y parecía triste. Luego comenzó a descender del altar ayudada por los dos druidas.
Melvin se acercó sonriente y lleno de dicha cuchillo en mano y de a una cortó las ataduras que inmovilizaban al muchacho en un gesto que simbolizaba el final de su tutoría. Desde ahora serían pares y no ya aprendiz y maestro. Aldair se sentó en la roca y se acarició las muñecas para reactivar la circulación. Luego, en vez de abrazar a su padre espiritual fue hasta donde Aislinn estaba siendo vestida por sus cuidadores.
—¿Que quieres decir con que no estoy destinado a ser feliz?
—No lo sé Aldair, la visión fue muy breve y muy extraña. No podría explicar que fue lo que vi. Solo lo que ya te mencioné. —Entonces se tambaleó; la magia había sido agotadora.
—Disculpa Aldair, pero debe descansar, Aldair –le dijo amablemente uno de los dos—. Ahora debe retirarse y estar sola para recobrar fuerzas.
—Sí, entiendo. Por favor cuídenla.
El otro druida trajo una manta de piel y envolvió a la muchacha en ella. El primero le dijo algo al oído a lo que ella contestó que sí y acto seguido se marcharon hacia la oscuridad del bosque circundante. Pero cuando estaba por desaparecer en las sombras Aislinn se detuvo y volviendo sobre sus pasos besó a Aldair en los labios. Fue un beso efusivo, como los que mucho tiempo atrás hubieran compartido pero este estaba cargado de sentimientos tristes.
—Cuídate por favor
Aldair sonrió.
—¿No has dicho que viviré mucho?
—Sí, pero hay algo que no entiendo pues veo una dolorosa muerte siendo aun joven. De todas maneras sabes muy bien que la adivinación no es exacta. Depende en todo momento de las decisiones que tomemos. —Se acercó y lo besó nuevamente. —Buena suerte Aldair.
La adivina dio media vuelta, regresó hasta donde estaba su escolta y se perdió en la negrura del bosque y la noche. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció entre los arboles donde la luz de la fogata no llegaba.
—¡Felicitaciones hijo mío! —era Melvin quien le hablaba desde atrás; por respeto había estado en silencio todo el tiempo. El muchacho se dio la vuelta y vio a su padre, a su amigo sosteniendo una manta tejida con estampados sagrados. Miró alrededor y se percató de que todos estaban atentos sobre su persona. Tomó la manta y se cubrió con ella.
—Ya conoces como sigue.
—Por supuesto —y girando sobre sus talones se dirigió hacia sus ropas de las que solo tomó su espada y un cuchillo y luego se encaminó hacia el bosque donde desapareció de la vista de todos.
Caminó solo hacia el río donde debería lavar los restos de su iniciación. Encontró un remanso, un lugar que solía visitar muy seguido dentro de la zona sagrada y luego de dejar las armas y la manta sobre una roca se zambulló de cabeza sin siquiera pensarlo. El agua estaba helada y fue como si miles de pequeñas agujas le traspasaran la piel. Podía ver el lecho del río que estaba iluminado por la pálida y blanquecina luz de la luna lo que le confería un aire extraño. Salió a la superficie y tomó aire, el frio le aclaró la mente y los sentidos. Todo estaba en silencio salvo por los ruidos normales del bosque.
Aquella parte del ritual consistía en un momento a solas en el cual purificarse con el elemento más fundamental de todos, el agua. Sin ella la vida no era ni es posible por lo que aquel era un momento en el cual estar en sintonía con el universo y ser parte de un todo. Dos partes del rito, una en la que la exaltación de la energía era enviada hacia el universo creador y la otra en la que el agua fuente de vida revitalizaba el cuerpo y el espíritu del iniciado haciendo que los elementos que cubrían su pecho penetraran en su ser. Luego del baño volvería renacido como Maestro Druida y todos lo respetarían como tal.
Permaneció un rato con el agua hasta el cuello meditando sobre todo. Acababan de declararlo druida y no estaba seguro de poseer las habilidades necesarias para el puesto. Además la forma en que se habían dado las cosas no lo dejaban del todo satisfecho. Al fin decidió confiar en la sabiduría de Melvin. Si el anciano así lo había querido, él no era quien para contradecirle. Cuando comenzó a tiritar a causa del frio del agua se dijo que ya era más que suficiente para el proceso de purificación. Lentamente se acercó hasta unas rocas que le sirvieron de escalinata y a través de ellas llegó a tierra firme y a la manta en la que se envolvió. Inmediatamente se agachó haciéndose una bola de manera de no perder más calor y así estuvo hasta que sus músculos dejaron de temblar. Solo entonces se puso de pié y tomando nuevamente sus armas se encaminó hacia donde todos lo esperaban.
Al llegar fue ruidosamente vitoreado por todos los presentes. Sonidos de todo tipo, desde la madera al metal de las espadas golpeándose entre sí y contra algunos escudos sirvieron para conmemorar la dicha de aquel momento supremo en la vida de un druida. El día que, todo el mundo desde campesinos hasta reyes lo respetarían e incluso solicitarían su presencia y opinión en asuntos tan vitales como la justicia, las deudas, los casamientos e incluso la vida y muerte de los condenados y prisioneros de guerra.
***
A la mañana siguiente Melvin pasó a buscar a su antiguo discípulo cuando el sol aun no se dejaba ver por entre las hojas de los árboles. La mañana era fría y al muchacho le costó levantarse de entre las cálidas pieles. Había bebido tal vez por demás y ahora lo estaba lamentando. Pero… ¿qué clase de celta sería si no lo hiciera?, se preguntó. Mientras Aldair terminaba de prepararse, el anciano derramó agua sobre las brasas con el fin de apagar definitivamente el fuego. La casa estaría deshabitada por mucho, mucho tiempo.
Cuando el muchacho estuvo vestido y despabilado el anciano se le acercó y rodeándolo con sus brazos le dio un muy afectuoso abrazo al que Aldair respondió con uno suyo. No hubo palabras.
El primero en salir fue Melvin, fuera la noche comenzaba a convertirse en día. La hora en que las nocturnas criaturas huían a sus refugios. El muchacho tomó su morral de confección similar a la de su maestro, echó una última mirada a su única habitación y luego cerró la puerta. Para esta gente aun no existían las cerraduras por lo que no trabó la puerta de modo alguno. Lentamente y en silencio comenzaron a avanzar hacia la puerta de los muros de madera que protegía el caserío de los peligros del bosque y de posibles malhechores. Haciendo guardia estaba uno de los estudiantes de nivel medio, Aldair lo había visto en varias ocasiones pero no recordaba su nombre, el otro sin embargo no solo pareció reconocerlo sino que por el gesto que se dibujó en su cara debió incluso de admirarlo; la sensación que eso le provocó le hizo sentir muy bien. Con toda diligencia el estudiante abrió una de las dos hojas de madera y les franqueó la entrada. Aldair sintió que se le estrujaba el pecho.
Estaba cargado de sentimientos encontrados. Por un lado la felicidad era enorme por los logros recientes y por otro se sintió triste y abandonado. De pronto acudieron a su mente sus amigos y conocidos, los lugares comunes en los que se sentía a gusto y detalles por el estilo. Tal vez nunca volvería a ver todo aquello. La imagen de Edana se le apareció de pronto. El perfume de su cabello, su piel y su sexo y sintió deseos de llorar. ¿Tampoco a ella volvería a verla? Mientras caminaba presa de estas tribulaciones Melvin le colocó una mano en el hombro.
—Es normal lo que sientes hijo mío. Pero no estés mal. Lo que te espera adelante hará que sientas que realmente vale la pena el sacrificio que estás haciendo. Siempre es así para un druida… —Luego permaneció en silencio durante algunos metros.
>>Y mucho más lo es para ti por lo que se te está pidiendo que hagas.
El resto del camino continuó sin que ninguno de los dos volviera a emitir palabra.
¿Qué era de todas formas lo que le aguardaba?
¿Algún día lo descubriría?
1 comentario:
Estos rituales existian?
Donde se estudia para druida?
Publicar un comentario