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viernes, 19 de noviembre de 2010

Cap 03 - Iluminados

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.


El anciano se reclinó sobre el fuego y golpeó los troncos encendidos con el atizador de bronce. Esto hizo que las moribundas llamas adquirieran un nuevo vigor que se vio reforzado con los pequeños maderos que arrojó a continuación. Pronto las llamas se hicieron mas fuertes, bailoteando y crepitando alegremente mientras calentaban la única habitación de la casa.

El muchacho miró alrededor más como un acto mecánico que por otra cosa pues conocía a la perfección la morada de su maestro y la disposición de las cosas que en ella había. Era una construcción sencilla. La típica vivienda celta de piedra y argamasa, casi sin mobiliario ni divisiones de ningún tipo. Un único recinto circular donde las distintas funciones de una casa estaban simplemente delimitadas con los instrumentos para las que servían. Así, el lugar donde dormir era tan solo un costado donde se había colocado un rustico camastro no muy alto de madera apenas trabajada. Sobre este, varios cueros de animales servían para mantener caliente a su ocupante durante las horas de sueño. Esto en invierno era muy necesario pues según la costumbre, quien allí dormía lo hacia completamente desnudo. Una forma de respeto al cuerpo y al espíritu que en él moraba.

Un poco más alejado, junto a la pared curvilínea, se encontraba una gran mesada construida de piedras traídas del río cercano. El continuo pasar de las aguas y los años habían hecho que las aristas y rugosidades se suavizaran o directamente desaparecieran, dejando piedras tan pulidas y de formas tan delicadas que eran perfectas para el uso que ahora se les daba. Estaban ahí, al alcance de la mano y para su utilización solo había que recogerlas del río y acarrearlas hasta la aldea. La naturaleza había hecho el trabajo mas duro y los constructores simplemente se servían de ella. Sobre esta mesada descansaban unos pocos y muy rústicos utensilios de cocina y otros que se utilizaban en las artes mágicas e investigaciones que Melvin practicaba muy a menudo debido a su rango de jefe y maestro druida. En el centro de la estancia un círculo de piedras era el lugar en donde se ubicaba el fuego, elemento esencial para la cocina, la calefacción y junto con velas de cebo de animal, la iluminación durante las horas nocturnas. Alrededor de este fogón, mismo que Melvin acababa de alimentar, había algunas ollas de hierro y otras de cobre, todas ennegrecidas a causa del hollín y el uso diario. Las mismas se usaban tanto para cocinar como para lograr los preparados mágicos, cremas y ungüentos y para calentar en ellas se las colgaba de tres varillas de hierro que estaban clavadas en el suelo por uno de sus extremos y unidas entre sí por el otro. De esta manera las ollas quedaban suspendidas con el fuego por debajo.
 
El piso de la vivienda era de tierra aplanada y presentaba una dureza característica gracias a que periódicamente se lo mojaba y luego dejaba secar. El techo de paja estaba sostenido por bigas de madera y poseía la habitual forma cónica. Era extremadamente alto con el fin de mantener el humo lo más arriba posible. Lo que permitía a los moradores respirar casi siempre un aire menos cargado de impurezas.

Aquella casa, pensó el joven, debía tener más de treinta años y muy pocas veces, según él recordaba, se había necesitado realizarle algún tipo de reparación. Esto hablaba muy bien de quienes la construyeron hacia ya tantos años, cuando Aldair no era aun parte de este mundo.

Finalmente el muchacho deslizó la vista hacia la puerta de marco y hoja también rústicos, único acceso al interior de la morada, y la mantuvo allí por unos segundos mientras pensaba que construcciones como aquella eran muy comunes en su aldea lo mismo que en las vecinas. Incluso él mismo vivía en una muy parecida y de pronto se preguntó si el hombre negro que había traído esa tarde habitaría en una similar en su lugar de origen. No entendía muy bien que había ocasionado aquel pensamiento.

Al continuar su recorrido observó que su maestro había dejado algunos alimentos sobre la mesada y concluyó que al enterarse del hallazgo de su pupilo este había salido tan rápido que olvidó su meticuloso y siempre presente orden. <<¿Qué podía ser tan importante para que su padre, su mentor dejara de lado tal recaudo? >> Esto no era un detalle menor puesto que en aquellos tiempos el preservar los alimentos era un tema complicado y al que debía prestársele la suficiente atención si no se quería enfermar o incluso morir por ingerir algo en mal estado. Cerca de la gran mesada existían un par de nichos del mismo material que las paredes. Estos estaban cerrados con pequeñas puertas de madera y guardaban en su interior una buen cantidad de paja seca, la que como es sabido actuaba como aislante natural permitiendo que dentro de los cubículos la temperatura fuera algo inferior a la del medio ambiente. Los alimentos menos perecederos iban dentro de unos muebles de madera muy sencillos, similares a modernos aparadores pero sin puertas. Uno de ellos tenía el frente cubierto por una cortina blanca con rayas celestes y era en el que Melvin guardaba ciertas sustancias que era mejor preservar de la luz del sol. Luz que durante el día entraba por la pequeña ventana sin vidrios, cuyos postigos de madera también rústica permanecían casi siempre abiertos.

El hecho de que en general todas las maderas de la casa fueran rusticas y muy poco trabajadas tenía su asidero en la usanza de los celtas. Pueblo de gentes prácticas y amantes de la naturaleza al fin y al cabo, preferían la durabilidad a la estética inútil. Además el hecho de evitar cortes y golpes innecesarios en la madera era una forma de respetar al árbol que se había sacrificado para que ellos pudieran ampararse de los elementos. De esta manera satisfacían sus necesidades arquitectónicas básicas sin ofender a los espíritus que, aunque muerto el árbol, moraban en su interior. La belleza; la estética por así decirlo era solo aplicada al arte, del cual conocían mucho aunque casi siempre utilizándolo para el culto y adoración de sus dioses.

Era muy común y hasta una necesidad económica fundamental, que en todas las aldeas celtas se criaran animales y que estos, principalmente caballos, cerdos y ovejas, deambularan alrededor de las casas como unos habitantes más. Sin embargo quienes vivían aquí no eran simples aldeanos y esta comunidad era mucho más que una simple aldea. Era muy extendido que los mejores Druidas y Druidesas que la sociedad celta pudiera necesitar se formaban aquí y así, muchas aldeas vecinas enviaban a sus propios hijos e hijas a cultivarse en las sagradas artes mágicas. Unos veinte años más tarde los más sacrificados y constantes eran devueltos a sus hogares convertidos en Maestros Druidas. Esto por supuesto representaba el más alto grado que podía existir en la jerarquía social y haber estudiado en el mejor lugar, lo mismo que hoy en día, ubicaba al egresado muy por encima muchos. Por lo tanto este reducto escuela era entonces realmente muy importante para la comunidad y semejante prestigio, como es obvio, colocaba a sus habitantes en una posición muy privilegiada. Esto le valía el desentenderse de aspectos tales como cultivar la tierra y criar ganado pues cualquier necesidad de carne o grano que pudiera existir quedaba satisfecha gracias a las generosas donaciones que hacían los asentamientos vecinos. De todas maneras nadie sabia tanto sobre la madre tierra y sobre como lograr que esta entregara más y mejores frutos que ellos. Así, dentro de las funciones de un druida estaba también el de transmitir conocimientos a los agricultores y criadores de animales. Todo era en sí, un círculo perfecto donde cada quien tenía su parte y colaboraba con el resto en beneficio de una causa común. Un ejemplo muy claro del ambiente colaborativo en que estaban insertos los celtas era la construcción de las mismas viviendas. Cada vez que se requería de una nueva morada ya sea porque alguien había llegado al poblado o bien porque los estudiantes novatos dejaban el hogar común de los primeros años para vivir solos como futuros druidas, todos los que podían contribuían en la construcción. Así, no era extraño tener terminada en un solo día, desde la mañana al atardecer, la vivienda que uno podía habitar la misma noche. Era un sistema que funcionaba a la perfección y que muchos pueblos, en distintas épocas posteriores quisieron recrear de diversas maneras pero sin el más mínimo resultado positivo.

Aldair se abstrajo en la titilante luz de las llamas y en como todo parecía adquirir un tinte rojizo y mágico que combinado con el contraste que producían las sombras de los distintos objetos diseminados por la habitación, contribuía a crear una escena un tanto surrealista. Estaba acostumbrado a este fenómeno y sin embargo siempre disfrutaba de aquello.

El anciano se quitó el morral de tela rústica color crudo, que a causa del uso continuo presentaba un aspecto poco feliz aunque muy limpio. Introdujo la mano en él y extrajo su pipa de madera tallada. Luego se dirigió hasta el mueble de la cortina rayada y tomó uno de los potes de barro cocido con tapa que había dentro y de este unas hierbas secas. En el más absoluto silencio, como si de un ritual se tratara, llenó la pipa con dichas hierbas y las compactó con los dedos. Al terminar tomó una pequeña ramita, la acercó a las llamas hasta que prendió fuego y con ella encendió la pipa. Aspiró rápidamente un par de veces hasta que estuvo bien encendida y entonces de forma más pausada tomó una larga bocanada llenando los pulmones con el dulce humo. Una agradable y reconfortante sensación de bienestar lo invadió por completo. Sensación que iría incrementándose con las sucesivas pitadas. Aquella era una forma muy común entre los druidas de alcanzar el estado de iluminación tan necesario para lo que tenía que decir. Mientras tanto el muchacho, su alumno, permanecía en respetuoso silencio y cuando su maestro le alcanzó la pipa la tomó suavemente entre sus dedos y llevándose la fina boquilla a sus labios aspiró el delicioso humo igual que antes lo hiciera su maestro. Cuando lo consideró suficiente devolvió el instrumento y continuó en silencio. El humo parecía haberlo calmado un poco aunque aun se sentía extraño por los acontecimientos del día y las dudas que esto había ocasionado en su mente siempre inquieta.      

—Supongo —dijo el anciano rompiendo por fin el silencio— que estarás haciéndote algunas preguntas.

—En realidad —contestó el joven luego de aclararse la garganta— espero que puedas aclararme ciertas cosas. Aunque sé que hay mucho aun fuera de mi alcance; te ruego que hagas uso de tu infinita paciencia para que yo pueda entender —lo que en realidad era una formula de respeto utilizada por quien deseaba saber a fin de no molestar a sus mayores con la carga de su ignorancia—.

—No te preocupes hijo mío. Esta noche tu vida va a dar un giro inesperado para ti, pero te aseguro que venia anticipando este momento desde hacía mucho tiempo.

—¿Como? —Se extraño el muchacho—. ¿Dices que ya sabias que esto iba a ocurrir?

Por toda respuesta el anciano, maestro y amigo de toda la vida, se limitó a sonreír y a tomar una nueva bocanada de su pipa para luego pasársela en un ciclo que se repetiría varias veces a lo largo de la noche.

Aquellas palabras lo desconcertaban. ¿Qué significaba aquello de que “venía anticipando este momento”?

Aspiró el humo y lo retuvo unos momentos hasta sentirse apenas mareado. Luego lo exhaló y volvió a aspirar. Mientras, su maestro que se había puesto nuevamente de pié se dirigió hasta uno de los muebles sin puertas ni vidrios del cual tomó una pequeña lira. Acto seguido se acomodó de nuevo en el tronco y acarició suavemente el instrumento. Este le respondió con unas notas dulces y enigmáticas. Notas que preparaban el terreno para lo que a continuación vendría. Una canción como tantas había cantado a lo largo de su larga existencia y sin embargo tan única que pocos oídos, solo algunos elegidos habían podido escuchar pues lo que en ella se contaba era tan sagrado que no es dado a conocer sino a quien ha alcanzado altos grados de iluminación. En todo esto pensaba el viejo maestro y no pudo evitar que un temblor, una fría energía recorriera su espalda pues su discípulo, su niño que tan solo ayer daba los primeros pasos en el mundo de lo que era mágico y por tanto sagrado, estaba a punto de saltar hacia la verdad más suprema.

Y sin embargo tal vez no estuviera aun preparado…

Solo que no había elección.

Aclaró levemente la garganta y comenzó su canto. Aldair, estático y en silencio se dispuso a oír una oda que comenzaba contando como en tiempos muy remotos los dioses moraban en la tierra y como los hombres existían con el único propósito de servirles incondicionalmente pues para eso habían sido creados  a su imagen y semejanza. A cambio, “Ellos” cuidaban de la humanidad y no existía hombre ni mujer a quien le faltara alimento ni lugar donde descansar y reponer fuerzas luego de las tareas diarias para con sus señores. Luego se mencionaba que estos dioses estaban divididos en diferentes grupos o razas de los cuales los Fir Bolg eran quienes habitaban desde tiempos inmemorables las tierras que Aldair y su gente conocían actualmente como Ériu. Pero llegó un día en que otra raza de dioses mucho más poderosos que ellos mismos llegaron desde las lejanas tierras donde el sol nace y por la fuerza se declararon amos y señores de la isla. Fomorianos era el nombre con que se hacían llamar y ostentaban el hecho de haber sido los creadores del hombre.

Los versos que seguían estaban dedicados a contar todo detalle sobre esta invasión en lo que se llamó la primera batalla de Moytura o Mag Tuired y como a partir de ese momento los vencidos Fir Bolg continuarían  viviendo según las leyes de los conquistadores por mucho tiempo. Y como suele suceder con quienes aceptan estoicamente su destino, una cierta paz se cernió sobre ambos pueblos. Sin embargo el precio que debieron pagar los Fir Bolg fue el de debilitarse como pueblo al punto de perder su propia identidad y ser asimilados por las costumbres Fomorianas. De todas maneras esto no fue tan trágico pues lo que perdieron en libertad y autonomía lo ganaron en comodidad ya que ahora para los trabajos más duros e indeseables existía una nueva herramienta. El Hombre. Así fue que ningún dios volvió a ensuciar sus manos en labores que consideraban deshonrosas y pudieron dedicarse a otros menesteres más gratificantes. Así transcurrió el tiempo de forma apacible.

Pero como de todas maneras nada dura para siempre, un buen día llegaron del cielo dioses nuevos. Tuatha Dé Danann era su nombre  o simplemente Dé Danann y la canción explicaba que habían logrado una mayor evolución divina y que gracias a esto gustaban de vivir en paz y armonía disponiendo alegremente de todas y cada una de las criaturas que poblaban la tierra; sobre ella, bajo ella y en el agua. Tan poderosos eran que las mismas fuerzas de la naturaleza respondían a sus deseos y como no estaban de acuerdo con la esclavitud del hombre forzaron a los Fomorianos a dejar de lado dicha costumbre.

Melvin hizo una pausa y llevó la pipa a sus labios. Aspiró largamente de aquel humo dulce y embriagante dejando que penetrara una vez más en sus pulmones, llenándole el pecho y la mente de nuevas y deliciosas sensaciones. Lo disfrutó unos instantes y luego retomó su canto.

Los pasajes siguientes se  adentraban sobre algunas de las artes mágicas que utilizaban, tan poderosas como el hombre actualmente no conoce igual.

Nueva pausa y nueva bocanada...

A partir de este punto, la canción adquirió un ritmo más vertiginoso; narrando como Ogmios, el héroe humano, desoyendo leyes supremas que prohibían al hombre aprender las ciencias de los dioses, obtiene de Dagda el más sabio de los Tuatha Dé Danann cierto conocimiento prohibido del bien y el mal. Conocimiento que eventualmente colocaría a la humanidad a la altura de los mismos dioses haciendo que los hijos se independizaran de sus padres. Esto ocasionó que Balar, rey de los Fomoré como también se les llamaba a los Fomorianos, agotando su paciencia quebrara la paz establecida y se rebelara contra los Dé Danann. Los primeros amaban la clase de vida que les permitía la esclavitud humana y no estaban dispuestos a renunciar a ella. Mucho menos permitir que la humanidad ascendiera al nivel de los mismos dioses. Así, fue declarada la guerra entre ambos pueblos y desde entonces existe una enemistad insalvable entre Tuatha Dé Danann y Fomorianos. Estos últimos abandonaron las tierras de antaño y se retiraron a las regiones  oscuras más allá del océano desconocido desde donde comenzaron a urdir la forma de recuperar el control del mundo. Con este fin algunos de los suyos se infiltraron entre los ingenuos Fir Bolg que aun convivían con los Dé Danann y poniéndolos en su contra lograron que se enfrenten en una guerra cruel y sin fundamentos en lo que se conoce como la segunda Batalla de Moytura. De este enfrentamiento los Dé Danann salieron victoriosos y como represalia expulsaron a los Fir Bolg al exilio en las islas vecinas. Desgraciadamente Nuada, Rey de los victoriosos, pierde su brazo derecho en la batalla y es forzado a renunciar al reinado pues así lo dictaban las sagradas leyes que indicaban que un soberano no debía poseer defecto alguno y durante siete infelices años la corona fue ostentada por Bres, el medio Fomoriano.

Tiempos muy duros serían estos, donde el nuevo rey se comportaría como un tirano cruel y no habría paz entre los Dé Danann hasta que Dian Cécht, el curandero, cansado de tanta injusticia y opresión logró reemplazar el brazo faltante de Nuada con uno de plata, hecho este que le permitió recuperar su trono.

Como Bres había realizado tratados con los Fomorianos y estos salieron muy beneficiados mientras duró su reinado, aquellos fueron años en los que no se combatió. Pero al caer el tirano sobrevino la última y más cruel de todas las contiendas entre dioses de la que el mundo haya oído hablar. Durante años se combatió y ambos bandos sufrieron enormes pérdidas. El mismo Nuada, incluso, fue asesinado por el terrible ojo de Balar. Esto ocasionó que su general más importante y amigo personal, Lugh quien también era hijo de ambas razas y nieto del mismísimo Balar, tomara venganza matando al asesino de su amigo y se coronara él mismo rey. Con la muerte de su abuelo Fomoriano, Lugh también conocido como el de la mano diestra, llevó a la victoria a su pueblo y los vencidos se dispersaron sin que se haya vuelto a saber de ellos.

Libres ya de enemigos los Tuatha Dé Danann disfrutarían de su reinado durante cincuenta años más. Pero como todo, también eso llegaría a su fin.

Muchas eras habían pasado desde que Ogmios obtuviera para los hombres el conocimiento que le fuera entregado por Dagda y gracias al cual la humanidad se había vuelto más y más poderosa. Llegando al punto de no necesitar ya más de sus antiguos amos y así, para la época en que los Fomoré fueron desterrados del mundo conocido, el hombre había construido sus propias ciudades e iba en camino de igualarse en poderío a los propios dioses, sus creadores. Entonces una tercer batalla tuvo que ser librada por los Dé Danann pero esta vez contra el mismo hombre a quien había libertado tanto tiempo atrás.

Aldair escuchaba atónito de boca de su maestro los hechos que según se contaba habían tenido como principales actores a los Milesianos. Los descendientes de Golam.

Al llegar a este punto el himno cambió el curso de la narración. Haciendo un breve paréntesis se introducía en la historia del hombre llamado Golam. Contaba que había sido un gran guerrero al servicio de poderosos ejércitos en las tierras del Este y que había dejado dichas tierras siguiendo una profecía que aseguraba que sus descendientes gobernarían las tierras verdes más allá del mar interior. Sin embargo, continuaba, él jamás llegó a conocer dichas tierras pues murió antes de terminar su periplo. Su hijo Íth, en cambio, fue más afortunado y logró encontrar las tierras vaticinadas y una vez que puso un pie en la isla fue bendecido y aceptado por los reyes. Entre ellos moró por un tiempo disfrutando de los placeres que para él se habían preparado. Pero ciertos nobles Dé Danann recelosos y temerosos del poder que la humanidad había conseguido y sabiendo que si aceptaban al hombre como su igual corrían el riesgo de ser eclipsado por este, asesinaron al joven visitante y a su pequeña comitiva. Luego arrojaron los cuerpos al mar pero he aquí que las corrientes arrastraron los cadáveres hacia las costas donde se apostaba el resto de los seguidores de Íth. Estos izaron los cuerpos en sus embarcaciones y al contemplar horrorizados que se trataba de su protector y temiendo lo peor huyeron rápidamente de aquel país tan poco acogedor. Al llegar a las costas vecinas contaron lo ocurrido y quienes ahora quedaban al mando que no eran otros que los primos del muerto planearon una cruel venganza. Rápidamente organizaron su gran ejército y embarcaron rumbo a la isla.

Al llegar a Ériu, en esos tiempos llamada Inis Na Fidbagh o Isla de Los Bosques por las grandes extensiones que estos ocupaban, marcharon hacia Tara, sitial de la Corte a reclamar la corona. En el camino se encontraron con tres diosas que decían llamarse Banba, Fodla y Ériu y ser esposas de quienes reinaban en aquellas tierras. Ériu, la grácil, quedó impresionada por el porte y conocimientos de Amergin el mago, quien a su vez sucumbió ante la belleza que ostentaba la diosa y como suele suceder no tardaron en convertirse en amantes. Así fue que las diosas condujeron al mago y su gente de forma segura a destino a través de senderos secretos. Pero pese a lo que pudieran haber supuesto, al llegar fueron bienvenidos  por los tres reyes. Los Tuatha Dé Danann durante aquella época eran gobernados por una triada encabezada por Éthur, luego de que este asesinara a Lúgh en venganza por la muerte de Cermait, su padre e hijo del gran Dagda. Pero sobre este hecho la canción no profundizaba.  

Los tres reyes, partidarios de mantener un reino unido y viendo la superioridad numérica de los descendientes de Golán acordaron una tregua según la cual los Milesianos debían volver a sus naves y distanciarse a nueve olas de la costa, hasta lo que ellos llamaban el límite mágico con el otro mundo. De esta manera los Tuatha Dé Danann podrían movilizar su ejército y retirarse pacíficamente. Pero cuando los Milesianos estaban a la distancia acordada, druidas Dé Danann conjuraron una feroz tormenta que duró muchos días con sus noches e hizo perecer a casi toda la flota. De las pocas naves supervivientes, las de Éber lograron atracar  en el suroeste de la isla, mientras que las de Éremón, su hermano, lo hicieron en el norte. Una vez reorganizados y gracias nuevamente a la ayuda de la reina Ériu y ciertos secretos que esta le transmitió a su amante Amergin, los humanos libraron fácilmente dos batallas en las que los tres reyes resultaron muertos y los Tuatha Dé Danann derrotados y expulsados. Aquí se narraba también como las tres reinas en pago por sus traicioneros servicios fueron pasadas a cuchillo pues la humanidad no deseaba tener ya nada que ver con aquellos antiguos y desgastados dioses. Amergin, de todas maneras dolido pues la amaba, cumplió una promesa que le hiciera a la reina y desde entonces y por muchas generaciones Ériu fue el nombre con el que se conoció y aun se conocía a aquella isla.

Finalizando  con notas melancólicas, el antiguo himno contaba como despojados de todo orgullo los Dé Danann se retiraron al mundo que existe bajo la tierra y allí estarían hasta el día de hoy.

Melvin, con las manos quietas sobre las cuerdas levantó la cabeza lo suficiente como para mirar hacia la nada. Luego suspiró y giró la cara en dirección a su discípulo. Este pudo ver las lágrimas que se habían deslizado por el rostro del anciano. Era evidente que aquel himno lo conmovía hasta lo mas hondo de su ser y por respeto permaneció en silencio hasta que el otro volvió a hablar.

—¿Y bien?

—No entiendo Padre. ¿Debo sacar algún tipo de conclusión de esta historia? —Aldair lo miraba desconcertado. —Pensé que me explicarías algo referente a nuestro extraño visitante y a lo que tanto te está preocupando y sin embargo lo único que haces es cantar esta antigua canción sobre dioses que nos son ajenos… No entiendo la relación si es que la hay.

El anciano maestro se limitó a mirarlo fijamente mientras daba una larga pitada.

Luego suspiró largamente.

—Perdona si te ofendo con mi ignorancia Maestro —retomó el muchacho—pero no veo relación alguna. Por otra parte tu nunca haces ni dices nada que no tenga algún sentido. Contigo he aprendido que todo es parte de un todo más grande y complejo. ¿Verdad? Te ruego entonces que te apiades de mí y me ilumines para que yo pueda entender.

El anciano sonrió, no porque lo que su alumno decía fuera jocoso ni mucho menos sino porque se estaba comportando justo como él siempre había deseado que hiciera. Conocía el carácter temperamental del muchacho. Sabía que la paciencia nunca había sido su parte fuerte pero le constaba que hacia tiempo venía trabajando al respecto. Definitivamente no debía resultarle sencillo luchar contra esa parte de sí mismo y sin embargo el esfuerzo parecía estar dando frutos.

—Me haces muy feliz al proceder así hijo mío. Un tiempo atrás no habrías tenido reparo en despotricar respecto a lo incoherente que te parecía mi charla pero veo que has sosegado tu ímpetu con miras a trascender en algo mayor.

Aldair se ruborizó. El hecho de ser siempre tan transparente a los ojos de su maestro lo incomodaba en alto grado y lo hacía sentirse muy vulnerable pues cada error cometido siempre era anticipado por el anciano. Afortunadamente para él, la luz de las llamas hacía que esto fuera imperceptible y al sentirse algo resguardado echó a reír.

—La historia que acabas de oír —continuó el anciano— es muy importante para lo que viene a continuación. ¿Tienes alguna pregunta al respecto?

—Solo el hecho de que no reconozco en ella a nuestros dioses. ¿Por que me cuentas una historia sobre otro pueblo? ¿Qué tiene que ver Ériu en todo esto? ¿Es acaso de allí de donde proviene nuestro misterioso visitante?

—Ya llegaremos a ese punto. Te pido que una vez más confíes en mis métodos.

Por toda respuesta Aldair asintió con la cabeza en un gesto afirmativo.

—En algo estás acertado hijo mío. No se hace mención a nuestros dioses; al menos no como los conocemos. Sin embargo debes saber que las distancias y el paso del tiempo muchas veces distorsionan la realidad tanto como los recuerdos. El folclore de los pueblos no esta ajeno a esta mutación y como bien dices esta es una historia que tiene su origen en la vecina isla de Ériu. Allí es donde debemos centrar nuestra atención por el momento.

El anciano druida miro al fuego. El crepitar de la leña era un sonido casi mágico. Su ritmo inconstante pero seguro parecía tener efectos que seducían a la vez que transportaban a quien lo escuchaba y más aun a quien se detenía a mirar la danza de las llamas, a lugares y tiempos remotos. Solo había que dejarse llevar.

—Como todos nosotros sabemos —continuó por fin— nuestros antepasados no son originarios de esta zona sino que vinieron del este. De lejanas tierras ya olvidadas por muchos pero no por nosotros. Nosotros llevamos registro de todo eso y más como tú ya sabrás. Somos, por así decirlo, máximos depositarios de la historia y conocimientos del hombre. Muchos de los cuales deben ser transmitidos mientras que otros es mejor que por el momento permanezcan en la oscuridad de los tiempos.

El viejo hizo una breve pausa mientras ordenaba sus pensamientos y enseguida retomo la conversación.
>>Nuestra etnia, llamada por muchos la “raza celta” llegó a estas islas en dos oleadas: la primera, la de los goideles o gaeles, dio su lengua a la isla actualmente conocida como Ériu así como a Las Tierras Altas del este. La segunda oleada fue de los Prythones u hombres tatuados de los que  nosotros descendemos. Cuando nuestra gente llegó a estas islas en esa última oleada, ya existía una cierta identidad que caracterizaba a sus habitantes. Nuestros druidas hacia tiempo que habían aprendido de los moradores originarios las artes sagradas y eran consientes de la necesidad de mantener un cierto dominio sobre los líderes de los clanes.

Nueva pausa.

>>Como tú sabes, los diferentes clanes que conforman nuestro pueblo tienen pasión por diferenciarse unos de otros. Un aspecto muy notorio de nuestra cultura es la de ser reconocidos como parte integrante de algunos de los grupos y para lograrlo utilizamos emblemas y blasones de gran colorido. Y aunque lo hemos intentado repetidas veces nos ha sido imposible crear una verdadera unidad entre nuestra gente. Esto por supuesto nos hace débiles frente a posibles enemigos extranjeros pues si alguno de ellos decidiera atacarnos y lo hiciera de forma inteligente nos costaría mucho agruparnos para dar batalla.

>> Tantas luchas internas, tantas rencillas y desconfianzas harían que fuéramos un ejército muy mal dispuesto para la batalla. Imagínate que ocurriría si perdieran la confianza ciega que depositan en nosotros sus druidas. Ultimo bastión de unidad y confianza.

—Pero eso es imposible —comentó el joven—. ¿Quien encabezaría semejante empresa? ¿Quién osaría atacarnos? No tenemos enemigos de tales magnitudes en las islas.

—El mundo esta cambiando mi querido discípulo. Grandes ejércitos se están gestando mas allá de los mares que nos separan del  gran continente. Pueblos que antaño eran insignificantes son ahora grandes naciones que reclaman tierras que no les pertenecen en su insaciable hambre de expansión y poder.

Aldair permaneció en silencio durante unos instantes reflexionando sobre aquellas palabras.

—Como sabes nuestra isla es llamada Ynys Dywyll o Tierra Oscura no debido a la falta de luz dentro de nuestros espesos bosques milenarios sino que hace referencia a lo oculto e impenetrable de nuestro conocimiento. Mismo que solo se imparte ha quien ha demostrado ser realmente merecedor del mismo. Así es como llegan hasta aquí personas de todas partes en busca de iluminación.

>>¿Entiendes? Nos hemos hecho un renombre y esa fama nos ha excedido. Esos pueblos que desean lo que no les pertenece han puesto sus ojos en nosotros.

>>La llegada de nuestro enigmático amigo oscuro es un signo claro de ello y dadas las condiciones en que lo encontraste dudo mucho que se trate de algo bueno.

—Te lo ruego padre, maestro mío… explícame pues cada vez entiendo menos. ¿Por que deberíamos de temer a esas naciones que nombras? ¿No hemos sido siempre protegidos por nuestros dioses? Por más desorganizadas que sean nuestras huestes ¿No nos guiaran ellos a la batalla como siempre lo han hecho? ¿Y que significa la llegada de este hombre? Jamás alguien de su color se había aventurado hasta estas latitudes. ¿Es acaso su llegada un mal presagio?

El anciano suspiró en un claro gesto de resignación.

—Veo que tu juventud e impaciencia van de la mano y parecen no tener final, mi querido. Mucho has luchado contra ellas pero mucho más tendrás que hacerlo aun si quieres entender lo que te rodea.

>>Antes me preguntabas el por qué te conté esta antigua historia y por qué la misma no hace referencia a nuestros siempre protectores Dioses en los que tanto nos amparamos y en los que confiamos nuestras vidas.

Nuevo suspiró. Solo que esta vez dicho gesto traía implícito un significado completamente distinto. Lo que diría a continuación abriría un nuevo camino en la vida de su discípulo y por añadidura en todos cuanto le rodeaban. Y si lo que él suponía desde hacia tantos años era cierto, esperaba no estar haciendo lo incorrecto. Dio una nueva pitada a  su pipa como prolegómeno al gran salto al vacio con el que continuaría.

—La razón, hijo mío, es que nuestros dioses todopoderosos. Aquellos que protegen a quienes los veneran y aman; aquellos en los que nos amparamos en momentos difíciles…

>>Simplemente no existen.

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