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viernes, 8 de abril de 2011

Cap 04 - Control

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.
   La habitación permanecía en un silencio tan absoluto que incluso el tiempo parecía haber  detenido su marcha. En una fracción de segundo Aldair sintió que su ser se alejaba de la realidad circundante como si fuera tirado hacia atrás a través de un largo y oscuro túnel de anchas paredes. Casi no percibía la realidad pues sentía como si las sensaciones le llegaran atenuadas. Como si estas, rebotando por las negras paredes debieran recorrer toda la longitud de aquel túnel y perdieran en el trabajo toda su fuerza, su intensidad a medida que se acercaban a él para alcanzarlo apenas perceptibles. Al principio sintió que la voz de su maestro también era absorbida y sofocada de la misma manera pero enseguida esta comenzó a ganar potencia derribando así los muros que lo alejaban del tiempo presente.


—¿Comprendes ahora?...
  Aldair permaneció en silencio unos instantes más. Siempre se había sentido seguro y protegido por sus Dioses. En general se consideraba un ser rebelde que por naturaleza ponía continuamente a prueba a todo y a todos pero en el fondo se tenía por un hombre creyente. Sin embargo ahora no sabía bien que pensar. Que sus dioses primarios no existieran y en su lugar hallar otros que además se habían retirado a otro mundo dejándolos a ellos completamente solos, era algo que no encajaba en su esquema mental. Sin embargo parecía tener cierto sentido y por alguna extraña razón sentía una leve inclinación a creer en dicha aseveración. Tal vez no fuera tan creyente al fin y a cabo.

—¡Los hemos echado…!—exclamó por fin.
  El anciano asintió con la cabeza. De nuevo llevó la pipa a sus labios y la mordisqueó suavemente unos instantes mientras la acomodaba. Luego, sosteniéndola firmemente entre los dientes aspiró una larga bocanada mientras observaba como el otro, su discípulo, intentaba encajar las nuevas piezas en su esquema del mundo que conocía. O que al menos creía conocer.  Sin embargo…
—Lo que no entiendo—comentó el otro de forma lenta, como intentando encontrar significado en las palabras a medida que estas brotaban de su boca— es el por qué hemos mantenido en secreto este hecho.
  Melvin se sonrió pues la inocencia de su alumno parecía no tener fin y en cierto modo se alegró de ello pues indicaba la presencia de un espíritu aun puro.
— ¡Control!... —contestó luego de dilatar una pausa estratégica. —Nuestra gente, como te comentaba hace unos momentos, siempre ha estado agrupada en clanes. Una vieja y muy difícil de erradicar costumbre. Todos y cada uno de estos grupos, totalmente independientes unos de otros mantienen, en el mejor de los casos, un contacto lo suficientemente fluido que les permite intercambiar alimentos y otras cuestiones de necesidad. Como tu bien sabes, cada tribu responde a un jefe que generalmente es elegido en asamblea cuando el anterior muere o está ya tan anciano y decrépito que no puede cumplir con sus deberes. Sería impensable intentar algún tipo de alianza duradera entre ellas ya que ningún líder estría dispuesto a perder el control y el poder que su clan le representa. ¿Quién cedería su puesto de poder en beneplácito de una unidad mayor? ¿Quien estaría dispuesto a responder a un rey al que incluso debería considerar mayor que él mismo?
  El muchacho asintió indicando que comprendía bien aquella cuestión que más de una vez había criticado. Entonces, en el rostro del viejo se dibujó una sonrisa picaresca. Un gesto que reflejaba concretamente lo que estaba pensando.
—Y como si esto fuera poco —agregó—, existe un elemento aun más controversial pero necesario en alto grado para la salud de los pueblos.
>>¿Sabes a que me refiero?
  El muchacho negó con la cabeza.
—Y sin embargo tu mismo has conocido ya la necesidad de aquello de lo que hablo.

El viejo se quedó mirando a su joven alumno por unos instantes hasta que por fin soltó una sonora carcajada en respuesta a la cara de desconcierto de aquel.

—¡Mujeres hijo mío! Mujeres… Toda tribu necesita renovar su sangre periódicamente pues de no hacerlo los vástagos engendrados en la sangre recurrente, más pronto que tarde comenzarían a nacer con deformidades. Y puesto que somos un pueblo que valora sobremanera el arte de guerrear no podemos permitirnos el traer al mundo hijos con esas características. Por esta razón es un hábito muy común el robar bellas y fecundas mujeres a las tribus vecinas y como sabemos muy bien, aunque es algo que estas tribus también practican, la afrenta no puede ser dejada pasar de largo.

  Mientras daba una nueva pitada continuó estudiando el rostro de su aprendiz.  Lo notaba turbado pero parecía estar asimilando y aceptando la nueva enseñanza.

—Entonces —prosiguió—: ¿Se te ocurre alguna mejor manera de lograr obediencia por parte de ellos que no sea la que genera el temor hacia algo superior a ellos mismos?
  Aldair continuaba en silencio, sus ojos parecían bailar a la luz del fuego aunque sus pensamientos lo hacían a un ritmo muy superior. Tomando aquel silencio como respuesta, el anciano continuó:
—Nuestros ancestros y los que les precedieron a ellos tampoco la encontraron. —Concluyó por fin.
—¿Entonces, a eso se reduce todo? —Preguntó el muchacho luego de una prolongada pausa—. ¿Toda nuestra formación en el culto a los Dioses es una gran mentira? Nuestra vida misma no es más que una herramienta; una forma de controlar a nuestro pueblo para que hagan lo que ustedes —luego se retractó— “nosotros” deseamos.
—En realidad —contestó ahora serio el anciano— es un poco más complicado que eso y necesito que lo comprendas todo. Esa es la razón por la que estamos aquí reunidos en este preciso momento.
  Aldair continuaba serio.
>>La historia que acabas de oír no es un secreto. Sobre ella existen muchas versiones diferentes. Algunas incluso muy difundidas en nuestra vecina Éire, tierra de donde es originaria. Pero en todas esas versiones se omiten algunos detalles importantes. Sin embargo el himno que acabas de escuchar es el más completo que conozco y en él se hace referencia a muchos de esos detalles y no por casualidad. Sino porque, se cuenta, esta canción en particular fue creada por los mismos dioses antes de abandonar el mundo de los humanos.
—¿Por qué harían tal cosa?— contesto Aldair ahora sorprendido.
—Para dejar registro de lo que había sucedido.
—No entiendo. Si los hombres habían obrado de forma tan poco… —se tomó unos segundos para encontrar una expresión lo más acorde posible— “amable” para con ellos. ¿Por que querrían los antiguos dioses dejarnos un recuerdo a nosotros, los hijos de sus verdugos?
—Ocurre, hijo mío, que existieron hechos incluso aquí no mencionados pero que sin embargo fueron de vital importancia para nosotros.
—Entiendo menos que antes.
—Lo sé. Es normal que eso ocurra por la forma en que estoy contando los hechos. Pero existe un “por qué” para eso también y es que jamás debes olvidar lo que esta noche estás aprendiendo. No es casual ni fruto de una mente vieja y desvariarte la forma en que estoy contando las cosas. Según sabemos la única forma de que algo logre penetrar en nuestras mentes y dejando recuerdos marcados de forma indeleble es que uno mismo se pregunte cientos de cosas, que sopese la información e incluso descrea de la misma. Pero por sobre todo, uno debe sentir esa sensación de estar perdido y solo en un mundo desconocido. La misma que te esta embargando en estos momentos.

  Aldair se sintió avergonzado de ser tan transparente ante los ojos de su padre espiritual. De que este lo conociera tan bien y no poder ocultar siquiera su estado de ánimo.
—No te avergüences— le contestó— es natural. A todos nos ha pasado lo mismo en algún momento de nuestras vidas. Es normal e incluso bueno que así sea. Es justo lo que buscamos, como antes te comentaba.
—Pero si lo que dices es cierto y no digo que no lo sea, es solo que…—dudó unos instantes; no quería insultar a su maestro— durante casi veinte años he sido educado en una doctrina que me hablaba de la confianza en unos dioses que ahora dices, no existen.  ¿Por que entonces no se nos contó la verdad desde un primer momento?

>>No se que pensar al respecto.

—En primer lugar, hijo mío, no digo que no existan. Solo digo que los que actualmente conocemos no son otra cosa que recuerdos distorsionados de los que ya no están entre nosotros. Sin embargo aquellos son tan reales como tu y como yo pero no pueden ayudarnos. No en estos momentos al menos. En segundo lugar, como bien sabes, en esta aldea se instruyen en las artes de la mística a muchos tipos de personas y según sus aptitudes cada uno de ellos puede llegar a convertirse en Baird, nuestros estimados bardos. Los supremos depositarios de las tradiciones orales. Sin ellos, nuestra cultura caería en el olvido rápidamente. Se puede decir entonces que son los encargados de mantener viva la identidad de nuestro pueblo. También están los que poseen la habilidad de ver los sucesos que están por venir y una vez que han aprendido a manejar sus habilidades se convierten en Filidhs. Los videntes que predicen el futuro y asesoran a reyes, nobles y al pueblo en general. Luego tenemos a los que son eximios conocedores del arte de la guerra y los secretos de la naturaleza y el universo. Los más completos de los tres. Los Druid o Druidas.
  
  En casos muy excepcionales algunos pueden llegar a alcanzar todas las categorías juntas accediendo así a la más alta casta dentro de lo que es sagrado para todas las gentes. Tú mismo, mí querido, perteneces a este último caso o al menos vas en camino de ello.
—Para eso he venido preparándome cada día de mi vida desde que tengo conocimiento del mundo que me rodea. Incluso antes de eso pues no recuerdo una existencia en la que no me estuvieras enseñando algo. Al menos desde…
—…desde que fuiste hallado en el bosque. Lo sé bien pues yo mismo te encontré en la más extraña de las circunstancias aquella tarde. Por más que busqué no encontré rastros de tus padres o de quien allí te dejara y sin embargo no parecías haber pasado mucho tiempo solo o las fieras no te habrían permitido vivir. Sin embargo allí estabas, pequeñito y cubierto de aquellas extrañas ropas que no parecían haber sido confeccionadas por nuestra gente. Luego, ya conoces la historia, te traje a nuestra aldea y con el tiempo fueron notorias tus aptitudes para nuestras artes. Supe entonces que estabas destinado a grandes cosas y no me has decepcionado en lo más mínimo aunque te falte mucho aun por recorrer.

  El anciano hizo una pausa y aspiró nuevamente de su pipa. Por un instante pareció emocionado pero enseguida recobró su férreo y acostumbrado temple y Aldair no pudo ya distinguir otras emociones en el rostro de su mentor. Volvía a ser el mismo Melvin de siempre; el que el conocía. O quizás no conociera en absoluto a la luz de los últimos acontecimientos.

—Perdona mi impaciencia padre, pero: ¿Por que me cuentas lo que ya sé con respecto a nuestra escuela?
—Porque existe, además de las mencionadas, una categoría que prácticamente nadie conoce. Es la más sacrificada de todas y muchas veces se necesita más que voluntad para lograr ser parte de ella. El conocimiento que logramos sus integrantes es tan importante, tan vital que solo se ofrece su acceso a gente de extrema confianza y solo quien realmente sea digno de pertenecer lo hará.

>>Pero no nos desviemos del tema. Con respecto a tu pregunta: Querías saber el por qué no se nos dice la verdad mientras crecemos. Pues bien; necesito que entiendas que algunos no conocen la verdad jamás.
  Aldair lo miro extrañado y el anciano rió estruendosamente.  
—Es mejor de esa manera. Necesitamos que las gentes simples sigan creyendo en nosotros y en nuestros dioses y es mejor si nuestros propios sacerdotes creen también en ellos.
—¡Pero es mentira!
—No puedo negarte eso —le respondió el viejo— pero es necesario que así sea. Escucha: antes de que saques conclusiones apresuradas permíteme que te cuente algo más sobre nuestro origen.

>>Como antes dije: cuando nuestra raza llegó a estas tierras muchos siglos atrás, vivían aquí otros pueblos, con su cultura e historia propias. Al principio se generaron bestiales enfrentamientos; años de guerra entre nuestra gente y la suya. Sin embargo el paso del tiempo nos favoreció y nos impusimos. Nos volvimos mas duros, aprendimos de nuestros errores y finalmente ganamos estas tierras en las que nos establecimos. Tierras que aprendimos a llamar hogar y ya nunca más dejaríamos atrás. Ellos en cambio no tuvieron la misma suerte. Los que no perecieron en las sangrientas batallas terminaron sus días como ofrendas en los sacrificios efectuados en honor a sanguinarios dioses en los que ellos creían. Los más afortunados, en su mayoría mujeres y muchachos jóvenes, se convirtieron en esclavos destinados a satisfacer los caprichos de los conquistadores. De esta manera terminaron mezclándose con nosotros a lo largo de los años que siguieron al conflicto. Una historia que se repite constantemente en el devenir de las eras. Los vencidos son asimilados por los vencedores hasta desaparecer como pueblo.

>>De ellos, sin embargo,  aprendimos muchas cosas. Mucho le debemos a ese pueblo.

>>Mucho más de lo que se piensa.

Un nuevo silencio se apoderó del recinto. Luego, el anciano maestro continuó con su soliloquio.

>>Originalmente éramos tribus pastoriles y guerreras; gentes venidas del gran continente mas allá de las montañas, de una zona de valles conocida como “de las aguas que corren” aunque por supuesto otros pueblos les han dado otros nombres muy distintos. Éramos gente muy inquieta por cierto y no conocíamos aun las ventajas de permanecer asentados formando aldeas más o menos estables. Íbamos de un lugar a otro conquistando, agotando y luego abandonando los recursos de las tierras que encontrábamos. Pero al llegar a estas islas nuestro pueblo cambio de una manera jamás imaginada pues al fusionarnos con quienes aquí vivían logramos perfeccionar nuestra técnica. Nuestra cultura también se vio enriquecida por los aportes que hicieron. Entonces aprendimos a dominar la elaboración de metales más complejos como por ejemplo la manufactura del hierro y al permanecer más tiempo en un solo sitio conocimos las ventajas de una agricultura sustentable. Aprendimos a hacer arados mucho más eficientes y a trabajar los campos con ellos. Sin embargo poseíamos un enorme defecto pues más allá de nuestra lengua, no teníamos muchas cosas que nos unificaran como nación. Incluso nuestros druidas tampoco predicaban un mismo credo. Todo esto conspiraba contra una unidad política y nos volvía muy débiles contra cualquier enemigo que pudiera aparecer. Afortunadamente algo ocurrió en la vecina isla de Éridu. Algo que fue fruto de la casualidad y que haría que nuestro pueblo tomara un nuevo camino. Uno que nos salvaría de desaparecer para siempre de la faz de la tierra sin dejar rastro como aquellos que nos precedieron.

>>En aquella isla existía una comunidad de sabios que practicaban un culto muy antiguo y hermético. Era gente muy pacifica que milenios antes se habían retirado hacia aquellos confines con el único objetivo de no ser molestados por ningunas de las tribus existentes en la vecindad. Eran dueños de un antiguo secreto que protegían incluso con sus vidas de ser necesario. Sabios que vivían en estrecho contacto con la naturaleza en una comunión perfecta con todo lo existente. Afortunadamente tenían un defecto y nuestros ancestros no necesitaron más. Pese a estar mejor preparados que nosotros en la manipulación de metales lo que les permitiría crear armas mas sofisticadas que las nuestras carecían completamente de estas pues como jamás habían tenido enemigos nunca habían necesitado de armas ni conocían el arte de la lucha. Su modo de vida les había servido durante muchas eras debido a lo inalcanzable de su situación geográfica pero las cosas estaban a punto de cambiar. Nuestro pueblo, por llamarle de alguna manera pues como te comentaba carecía de unidad política y hasta religiosa era maestro en el arte de guerrear y pese a que poseíamos armas de confección mas bien primitiva, en manos de nuestros mejores guerreros fueron más que suficientes para acabar con los pacíficos moradores del lugar.

>>Esa gente se encontró de pronto con un dilema moral. O desaparecían y su secreto con ellos o se adaptaban a los nuevos tiempos que se avecinaban. Desaparecer era un lujo que no podían darse pues el secreto que guardaban era demasiado importante como para que se perdiera por un capricho sociopolítico. Debía ser transmitido para asegurar su permanencia; entonces hicieron lo único que podían hacer. Ceder todos sus conocimientos y su cultura al nuevo pueblo que había llegado.
—Debió ser un secreto muy importante para que justifique un precio tan alto.
—Efectivamente pero no nos adelantemos. Ya llegaremos a ese punto en su momento. Ahora necesito que comprendas las implicaciones históricas de nuestra existencia.
  Dicho esto, le alcanzó la pipa al muchacho pero al ver que este dudaba le inquirió:
— Tómala, lo que viene a continuación no te dejará lugar a dudas y es muy posible que lo necesites.

>>Volviendo al tema de los antiguos dioses, lo que el poema no nos dice es que antes de marcharse y viendo que el poder que había alcanzado el hombre iba a convertirse en su propia ruina los dioses decidieron privarle del mismo. Para ello crearon enormes cataclismos que destruyeron toda ciudad existente. Siete habían sido las ciudades creadas por los mismos dioses y varias más pequeñas las  humanas. Trece era el numero total y ninguna quedó en pié. Todo el poder y conocimiento que la humanidad había logrado se perdieron para siempre. Tal fue el castigo de la humanidad por su soberbia al revelarse contra sus padres divinos.
—Entonces— dudo Aldair— si todo fue destruido, si nadie sobrevivió. Si los dioses en que creo no son más que fabulas ¿Cómo sé que esto que me cuentas no es una invención más lo mismo que lo anterior? —pero viendo lo que sus palabras podrían ocasionar a su interlocutor se corrigió— no digo que tu me estés mintiendo. Pero… ¿Cómo podemos estar seguros de que antes no te mintieron a ti?   
—Tiene sentido lo que dices. Salvo por una cosa.
—¿Qué cosa? Dime padre. Realmente quiero creer. ¡Necesito creer! Pero todo es tan confuso ahora…  —Estas últimas palabras fueron dichas con voz cansada y casi sin fuerza. Una voz que se fue apagando hasta morir mientras que afuera un viento frió comenzaba a soplar. Un viento de pena y desolación que acentuaba las palabras que quedaron flotando en el aire y retumbando en los corazones sinceros de quienes allí se encontraban hasta que Melvin, hombre comprensivo al fin y al cabo compadeciéndose de la turbación que experimentaba su hijo espiritual, decidió aclarar el misterio:
—Algunos dioses no eran de la misma opinión. Ellos, quienes mucho tiempo atrás habían enseñado a la humanidad algunos de sus secretos decidieron brindarle a esta una oportunidad. Así, yendo en contra de sus congéneres salvaron poblaciones enteras de la Gran Catástrofe. Pero de la misma manera que eran compasivos, eran sabios y habían aprendido de sus propios errores por lo que conociendo y temiendo la capacidad de autodestrucción que poseía la raza humana coincidían en que no podía permitírsele a esta continuar en posesión de poder semejante.
>>Amaban al hombre y a la vez le temían. Qué hacer al respecto no parecía tarea sencilla; sin embargo la solución a dicha encrucijada no tardaría en aparecer y por cierto que consistió en algo muy simple.

El aprendiz estaba ahora realmente estático. Casi sin respirar, como si de cazar se tratara, seguía todas y cada una de las palabras de su maestro. Este hizo una pausa para estudiar una vez más con detenimiento el rostro de su alumno pero enseguida retomó el relato.
—Así, pues, este puñado de dioses decidió reunir todo el poder que el hombre había conquistado. Lo almacenó en ciertos elementos que luego fueron separados y enviados a todos los confines del mundo para que dicho poder no se perdiera pero a la vez no fuera útil.

>>Solo cuando el hombre estuviera completamente listo y hubiera alcanzado un estado de madurez que lo acercara a la paz. Solo cuando seamos capaces de dar buen uso de ese poder, los elementos volverán a juntarse.

>>Así esta escrito.

  Luego de estas palabras la habitación se sumió nuevamente en un silencio casi total. Un silencio cortado solo por los chasquidos que producían los leños en combustión y el viento que parecía haberse vuelto más fuerte. Melvin apartó la mirada del muchacho y la posó sobre las llamas notando que estas habían menguado su intensidad. Se incorporó con un poco de trabajo a causa de lo que había estado fumando y por primera vez se planteó la posibilidad de que quizás se había excedido en la “búsqueda de iluminación”. Evidentemente se estaba haciendo viejo. De todos modos pudo alcanzar sin problemas un par de troncos con los que alimentar el fuego y una vez hecho esto retomó su lugar frente al muchacho. Antes de que este pudiera emitir comentario alguno continuó con el relato.

—Como sé lo que estás a punto de preguntar, te diré que crearon lo que se conoce como protectorados. Como no podían estar seguros del derrotero que seguiría cualquiera de los elementos se le asignó cada uno de ellos a un grupo de personas bien preparadas. Estas debían  custodiarlos y defenderlos de cualquier peligro. Desde entonces cada elemento permanece en manos de sus protectores y estos deben dedicar su vida a mantenerlo a salvo. Para evitar que alguien sintiera en algún momento la necesidad de juntarlos, se estableció que ningún protector conocería el paradero de los demás elementos.
—Entonces... esos sabios de los que me hablabas hace instantes, eran protectores.
—Efectivamente. Ellos estaban a cargo de “El Guardián”.
—¡Por Cernunnos! ¿El Guardián? ¿Hasta donde llegan tus misterios Padre?
El anciano dejó escapar una carcajada pues la expresión de su discípulo lo tomó por sorpresa.
—Para mayor seguridad solo una persona podría tener contacto directo con el elemento. El Guardián es esa persona. Alguien que tiene en sus manos el privilegio y una enorme responsabilidad. Para ello cuanta con el apoyo de los sabios; personas encargadas del bienestar del máximo protector actual y de la búsqueda y preparación de quien lo remplazará en el futuro. Todos conforman un protectorado.

El muchacho permanecía estático pues no daba crédito a lo que acababa de oír.

—¿Comprendes por que debemos manipular a la gente? ¿Por qué no podemos decirles la verdad? En nuestras manos descansa el destino de a humanidad.
—¿En nuestras manos? Lo que estas queriendo decir es que…
  El anciano asintió con la cabeza mientras cerraba los ojos. Luego los abrió lentamente y los posó sobre los del muchacho. Este lo miraba fijamente.
—Nosotros no solo somos un reducto de druidas mí querido. Dentro de esta comunidad existimos algunos miembros con una responsabilidad mucho mayor.
  De pronto Aldair sintió que el halo de misterio comenzaba a esfumarse.
—¿Ustedes...?
  El anciano sonrió con alegría y complicidad.
—Por supuesto. Aunque mejor será que digas “nosotros” ya que tu mismo, hijo mío, serás muy pronto parte de este asunto. Esa y no otra es la razón de tu tan extenso y agotador entrenamiento.  
—¿Yo? —Exclamó tomado por sorpresa—. ¿Qué puedo tener yo que ver con todo esto?
—Más de lo que crees pues así fue profetizado. Mira, se que no lo entiendes; incluso yo mismo no lo he entendido muy bien hasta ahora pero luego de mi sueño de anoche y los acontecimientos del día de hoy ya no tengo la menor duda.
—No entiendo —exclamó el joven— ¿Es por él?. ¿Qué tiene que ver el hombre de piel oscura con la historia que acabas de contarme? ¿Fue tu sueño la profecía de la que me hablas? ¿Y donde encajo yo en el esquema de las cosas?
—Todo es parte de lo mismo.

>>Estos guardianes de los que te hablaba tienen un origen común pues partieron todos del mismo sitio pero con el transcurrir las eras y al no existir contacto entre los distintos grupos la historia de su creación y la de los elementos mismos se fueron tornando nebulosas hasta convertirse en meras leyendas y cada una de ellas con el agregados de matices regionales se volvieron muy diferentes entre si.
  Un destello de luz cruzó la razón de Aldair permitiéndole entender algunas cosas y deducir otras.
—Lo que estás queriendo decir es que…
  El viejo maestro tomó aire con la intensión de hablar pero fue detenido por unos golpes en la puerta; alguien se anunciaba impacientemente a juzgar por la potencia de sus golpes. El anciano gritó a quien estuviera del otro lado invitándolo a pasar al interior de la vivienda.

  La puerta se abrió rápidamente dejando ver al anciano que al instante transpuso el umbral. Aldair reconoció en él a Quinn el sabio, el curandero que se hiciera cargo del hombre negro horas antes. La preocupación podía verse en su rostro con toda claridad.
—Tienes que venir enseguida— le solicito a Melvin antes de que este pudiera siquiera saludarlo.
  Ambos ancianos se miraron durante unos instantes. Cada uno estudiaba el rostro del otro intentando adivinar su pensamiento. Entonces el que hablara primero agrego:

—Lo que durante tanto tiempo hemos temido, finalmente ha tomado forma.

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