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miércoles, 1 de febrero de 2012

Cap 06 - Prueba

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.


Los golpes en la puerta se repitieron a intervalos irregulares. Enérgicos, resonaron en la habitación hasta que su único ocupante despertó del profundo sueño en que estaba sumido y algo adormecido gritó a quien fuera que estuviera golpeando que dejara de molestar y entrara de una buena vez. El muchacho abrió la puerta de golpe y la habitación, que hasta entonces había estado en penumbras, se llenó con la luz del día. Esto no agradó en lo más mínimo al que recién abría sus ojos y lo manifestó contrayendo todos los músculos de la cara. Luego, lentamente se fue acostumbrando al cambio en la iluminación y pudo por fin abrir los ojos. Con algo de trabajo se enderezó en el camastro y se rascó la cabeza mientras emitía un bostezo.


—¿Qué deseas Aldair? –preguntó aun adormilado y con los ojos vidriosos.
—Maestro… disculpa, no sabía que aun dormías.
—En realidad —nuevo bostezo—, no hace mucho que duermo hijo mío. La de anoche fue una noche… digamos que algo complicada.
>>Pero pasa, pasa y cierra esa maldita puerta de una vez.

La frase lejos de resultar ofensiva venía cargada de ironía.

El anciano se sentó al borde de la cama y reclinándose hacia adelante levantó su túnica del suelo donde había caído al quitársela hora antes. El muchacho contempló el cuerpo desnudo y marcado por los años de su maestro pero no se incomodó en lo absoluto ante la desnudes ya que su cultura desconocía ciertas ideas tabú que actualmente poseemos. En vez de ello se alegró de que dicho cuerpo albergara un espíritu tan juvenil y se preguntó cómo sería él mismo a esa edad. En caso de llegar, por supuesto.

Una vez vestido, el anciano se dirigió hacia el mueble que servía para mantener los alimentos frescos y de él extrajo una pequeña ánfora de tierra cocida; luego se acercó al fogón que Aldair acababa de reavivar agregando un par de leños y tomó asiento en uno de los troncos. Afuera la temperatura parecía ser algo baja.

—Puedo… —el muchacho señalo la ventana que aun poseía los postigos cerrados.
—Claro. Un poco de luz me vendría bien ahora.

Al abrirlos la luz penetró nuevamente en la habitación terminando con la penumbra del interior. Una ráfaga de aire frío también lo hizo.

Después de esto el muchacho volvió con su maestro sentándose en frente. Nuevamente maestro y discípulo. Ambos cara a cara como la noche anterior antes de ser interrumpidos. Aldair fue a hablar pero el otro levantó una mano indicándole que aguardara mientras quitaba el tapón de barro cocido de su ánfora y servía parte del contenido en sendos copones de madera, uno de los cuales le entregó al joven. Esté lo tomó y olió el contenido, una sonrisa se le dibujó en el rostro. Le dio las gracias y empinándose el copón se bebió todo el contenido de un trago. El líquido se deslizó suavemente por la boca y por la garganta del muchacho. El sabor amargo característico le resultó muy vigorizante. 

—No es bueno comenzar el día con el estomago vacío. ¿Verdad? —Bromeó el anciano y enseguida bebió también él de su copa—. Más aun cuando tenemos la mejor cerveza de la región.

El Aldair rió festejando la ocurrencia mientras le alcanzaba el copón a Melvin para que lo volviera a llenar. Luego ambos quedaron en silencio unos momentos mientras disfrutaban la  cerveza. El muchacho sin embargo parecía inquieto.

—Necesitaba hablar contigo padre —dijo al fin.
—Pues aquí estamos.

El joven hizo una breve pausa mientras ordenaba sus pensamientos.

—Estoy confuso —inició por fin—. Anoche dejaste en claro que los dioses en que creemos no existen. ¿Verdad?
—En realidad…
—Si, si… ya se. En realidad nuestros dioses son solo el recuerdo ya distorsionado que poseemos de ciertos dioses reales que hace mucho nos abandonaron.
—Efectivamente.
—Dioses estos con los que no tenemos contacto. Dioses que no hoyen nuestras plegarias ni hacen caso de nuestros sacrificios. Simplemente porque no están ahí para vernos u oírnos.
—Hasta donde sabemos; así es.

El anciano lo miraba suspicaz. ¿Qué se traía entre manos su joven alumno? Luego dándole un giro inesperado a la conversación el muchacho preguntó:

—¿Qué hay respecto a La Fuente?
—¿La Fuente? —pausa—. ¿Te refieres al Origen de todas las cosas?

¿Por que todo el mundo repetía el mismo comentario? Se pregunto el joven irritado.

—¡Si! ¡Por supuesto! La Fuente del origen de todas las cosas. ¿Qué otra sino?
—¿Qué hay con ella?

Melvin no parecía muy lúcido el día de hoy pensó pero se cuidó de hacer comentario alguno al respecto.

—¡Pues que si es real o no! —Soltó impaciente.

El anciano lo miró unos instantes en silencio y por fin rompió a reír a carcajadas.

—¡Pues eso!... —rió de nuevo— hubieras empezado por ahí.

Aldair se quedó estático unos momentos no sabiendo si expresar su ira o romper también a reír. No hizo ni lo uno ni lo otro.

—¿Entonces? —preguntó impaciente al ver que el otro no reaccionaba.
—Verás  —indicó el anciano—. Desde la última vez que nos vimos las cosas no han dejado de ponerse interesantes.

El joven lo miraba en espera de más.

—Nuestro ya no tan desconocido amigo es efectivamente lo que yo imaginaba.

Al ver que el anciano hacía una nueva pausa para beber de su copa el muchacho se impacientó e interrumpió el respetuoso silencio.

—¿Eso significa entonces...?

El viejo alejó el recipiente de la boca y se limpió con la mano libre la espuma que le manchaba el bigote.

—Un Guardián—. Estudio brevemente el rostro del muchacho. —Nuestro oscuro amigo no es ni más ni menos que un Guardián.

—¿Guardián de los elementos? ¿Uno de los doce que describiste anoche? 
—Efectivamente.
—¿Pero cómo es eso posible? ¿No dijiste acaso que los guardianes no se conocen entre sí? ¿Que ignoran el paradero de los demás?
—Salvo excepciones.
—Claro; debí suponerlo... —hizo una pausa mientras masticaba su malestar—. Siempre hay excepciones. —Acotó en un tono cargado de amarga ironía.

El anciano echó a reír a carcajadas.

—Por supuesto que las hay.—le contestó luego.

El anciano se reclinó hacia la jarra exhalando un corto suspiro ante el esfuerzo. El poco tiempo que había dormido evidentemente no había bastado. Ya no era joven, eso era evidente.

Alcanzó el recipiente y llenó su vaso como si eso fuera todo en este mundo. Lo único realmente importante. Su alumno, impaciente, hizo sonar la garganta como si fuera a decir algo pero continuó aguardando en silencio.

—Existe una vieja leyenda que cuenta que antiguamente algunos guardianes intentaron reagrupar sus tesoros. Se cuenta que algunos se unieron por un cierto período de tiempo pero por alguna extraña razón volvieron a separarse. De hecho hay alguna cierta información sobre donde podrían estar, o haber estado asentados en el pasado. Pero como te decía: siempre hemos considerado que se trataba tan solo de leyendas. Historias sin sentido a las que nadie daba mayor crédito. Hasta ahora...

—¿Dices que son ciertas?
—Solo digo que nadie se tomó nunca el trabajo de corroborar esa información. Pero como sea, parece que algo de cierto hay en todo eso.

Se miraron unos instantes. El viejo se veía demacrado. En contraste con la noche anterior parecía haber envejecido años.

—Quieres decir...
— Firas, así se llama nuestro visitante, llegó hasta nosotros siguiendo los viejos mitos. Incluso se adentró en zonas que para su civilización no existen. Regiones que no están dibujadas en ningún mapa simplemente porque nunca fueron recorridas. Viene de lo que para nosotros es el otro extremo del mundo más allá de las tierras oscuras. Una zona llamada Nubia, que en su dialecto significa algo así como la “Tierra del Oro”.
—¿Pero cómo es eso posible? ¿Cómo puede alguien dejar la seguridad de su gente para explorar algo que le es totalmente desconocido?
—Y sin embargo...
—¿Que pudo llevarlo a tomar semejante decisión?
—La desesperación, hijo mío. Tan solo la desesperación podría lograr tal hazaña.

Aquello tuvo el mismo impacto que podría haber tenido una roca arrojada a la cara del muchacho.

—¿Desesperación? ¿Qué podría hacer que alguien llegara a desesperarse de tal modo? ¿Cruzar los mares hacia lo desconocido siguiendo tan solo una vieja leyenda?
—Ese, mi querido, es el eje de la cuestión.
—Qué bueno que al menos alguien entiende algo de todo esto. Yo empiezo a cuestionarme si no estaré volviéndome loco tal vez.

El anciano rompió a reír.

—Ya todo se aclarará hijo mío.

Dicho esto apuró el liquido que aún quedaba en su recipiente, se puso de pié y dejando el copón sobre el tronco se dirigió hacia el camastro. Se calzó las polainas y los zapatos de cuero rústico. Agarró el morral que descansaba sobre la mesada de piedra y salió en dirección a la puerta.

Al abrirla y ver que su discípulo no se movía le increpo:

—¿Quieres conocer la verdad de una buena vez? —El otro lo miró serio. Mezcla de mal humor e incredulidad—. No te quedes ahí sentado como un venado mamón y acompáñame. —Dicho esto su figura desapareció del hueco de la puerta.

Sorprendido por el cambio de actitud de su maestro Aldair tardó unos segundos en reaccionar pero luego se puso de pié y salió al exterior. Melvin ya había acortado la distancia entre su casa y la de Quinn por lo que debió apresurarse para darle alcance. El viejo no perdía el tiempo. Evidentemente el envejecimiento que había observado minutos atrás era solo en apariencia. Aun conservaba todas sus energías intactas.

Al llegar a la casa del curandero entraron sin anunciarse. En la pared opuesta a la puerta estaba el camastro del viejo y en este, descansando, el negro. Sentado frente al fuego sobre uno de los troncos, como hasta hace momentos ellos hicieran, se encontraba el dueño de casa sumergido en sus propias cavilaciones y con la vista perdida en las llamas. Al notar a los recién llegados se puso de pié y sonriendo se les acercó.

—No sabes lo que has conseguido Aldair —le dijo mientras tomaba una las manos del joven entre las suyas.
—La verdad, no tengo la menor idea —le contestó—. De todas maneras sospecho que aquí van a iluminar mi oscuridad con la llama de la sabiduría. ¿Verdad?

Ambos ancianos festejaron la ocurrencia del muchacho pues aquella era una característica de los celtas. El sentido del humor nunca desaparecía no importaba lo complicada que fuera una situación.

—Debemos despertarlo —dijo Melvin señalando al que ocupaba la cama—. Es hora de que el muchacho sepa a qué nos enfrentamos.

Aquellas palabras resonaron como un chaparrón de agua fría en la mente de Aldair. ¿A qué se refería su maestro? ¿Qué era lo que asustaba de ese modo a la gente?

Quinn se dirigió a la cama y sacudió suavemente a su ocupante. Este tardó en reaccionar. Lentamente abrió los ojos pero tardó unos segundos en entender la realidad que lo rodeaba. Parpadeó reiteradamente hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz del sol. En cuanto reconoció a Melvin le brindó una sonrisa que dejo al descubierto sus blancos y grandes dientes.

Aldair contempló la escena pero cuando el muchacho habló no pudo reconocer la lengua que empleaba. Luego se sobresaltó al darse cuenta que su maestro le contestaba en el mismo dialecto.

—Es la lengua primordial —le aclaró Quinn al verlo tan desconcertado—. La que utilizaron nuestros ancestros en común y que ha perdurado gracias a los guardianes.
—Jamás oí  de ella.
—Es porque es una lengua muerta. Solo los guardianes la conocen.
—Entonces Melvin —se corrigió—, ustedes... ¿Son todos guardianes? ¿Hay más de uno?
—No en el estricto sentido de la palabra. Pero, si; somos una cierta clase de guardianes.
—Esto se pone cada vez mejor —interrumpió el joven quien a su vez fue interrumpido por su mentor.
—Aldair, este es Firas, que en su idioma significa algo así como el locuaz. Le acabo de explicar que tú eres quien salvó su vida y te está extremadamente agradecido.

Aldair le sonrió nervioso aunque sincero. Cuando lo encontrara en el bosque no imaginó la importancia de aquel acto. Incluso aun, sospechaba, no imaginaba la magnitud de lo que se avecinaba.

—¿Podrías preguntarle sobre sus perseguidores? ¿Quiénes eran?

Melvin asintió y volvió a hablar en aquella lengua desconocida a los oídos del joven. Cuando terminara el moreno articulo una frase que por la inflexión de la voz le indicó a Aldair que se trataba de una pregunta. Pregunta a la que su maestro contestó con una negativa. Lo supo por el movimiento de cabeza que acompañó a la palabra. Enseguida el rostro del herido cambio y se tornó serio al contestarle.

—Dice que no puede comentar nada frente a un no iniciado —tradujo.
—¿A que te refieres?
—Existe una tradición al respecto. Solo los iniciados en la orden de los guardianes conocen sus secretos. Les está vedado a los neófitos enterarse de los mismos.
—Pero maestro... como efectivamente acabas de decir: yo le salvé la vida... —su mentor continuaba serio—. ¿Desconfías acaso de mí? 
—En lo más mínimo hijo, pero aun así Firas está en lo cierto. No eres un iniciado. Las tradiciones son claras al respecto y así lo demandan. Por subestimar el poder de lo que creímos eran solo leyendas hoy nos encontramos en una situación complicada —con el brazo señalo al muchacho en la cama y luego hizo una pausa.
>>Pero si así lo deseas, deberíamos reunir el consejo de Los Doce bajo el Gran Dolmen para tratar el tema de tu posible inclusión en la orden.
—¡Pues que se reúna entonces! —gritó perdiendo la paciencia.

Melvin lo miró serio; luego miró al curandero y ambos rieron estridentemente.

—Me preguntaba —contestó Melvin aun risueño— cuanto tardarías en perder los estribos. Veo que eres una persona digna del respeto que los demás te tienen hijo mío. Acabas de pasar tu pequeña prueba.

Aldair lo miró extrañado. Luego miró a todos en la habitación y todos incluso Firas lo observaban divertidos y expectantes.

>>El consejo se reunió esta madrugada y hemos decidido que es hora de que tomes parte entre los que conocen el secreto sacro y dediques la vida su protección.

Dichas estas palabras se acercó a su discípulo y tomándolo por los hombros le sonrió con complacencia. Antes de abrazarlo como un padre abrazaría a su hijo le indicó:

>>Prepárate. Te espera un largo viaje.

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